Mario Vargas Llosa, uno de los escritores más célebres de la literatura latinoamericana, vivió una niñez marcada por la ausencia emocional de su padre, Ernesto Vargas Maldonado. Aunque su padre fue una figura distante en su vida, Vargas Llosa pasó gran parte de su infancia y adolescencia, cargando con el peso de una relación tensa, repleta de desencuentros y malentendidos.
La historia de su relación con su padre, en gran parte marcada por la rigidez y la falta de comunicación, dejó una huella indeleble en su vida y en su carrera literaria. Vargas Llosa nació el 28 de marzo de 1936 en Arequipa, Perú.
En ese momento, sus padres, Ernesto y Dora Llosa, ya se encontraban separados. De hecho, cuando el pequeño Mario fue apenas un bebé, la pareja se disolvió, y la madre se encargó de su crianza. El escrito peruano vivió su infancia creyendo que su padre había fallecido cuando él era muy pequeño.
Fue solo a los diez años cuando su madre, le reveló la verdad: su padre aún vivía. Este descubrimiento no hizo más que aumentar la distancia emocional entre ellos. No solo había crecido con la idea de que su padre estaba muerto, sino que cuando conoció la verdad, la relación fue distante y cargada de tensión.
Nunca se llevó bien con su padre
El escritor recordó ese periodo con frustración, describiendo cómo la relación con su padre fue siempre tensa. En una entrevista con El País, Vargas Llosa relató cómo su padre se mostraba rígido y distante. A lo largo de su vida, Ernesto Vargas no solo rechazó la vocación literaria de su hijo, sino que la idea de que un escritor pudiera ser alguien digno de respeto le resultaba repulsiva.
Según el propio escritor, su padre pensaba que todos los escritores y poetas eran “borrachos o maricones”, lo que generó en él un rechazo aún mayor hacia la figura paterna. Esta actitud de Ernesto Vargas fue uno de los factores que acentuó la confrontación entre ambos.
En un intento por alejarlo de la literatura, a los 14 años, Ernesto decidió inscribir a su hijo en el colegio militar Leoncio Prado. La intención de su padre era clara: quería que Mario se alejara de los libros, adoptara una disciplina estricta y se adaptara a un estilo de vida más tradicional y riguroso.
Sin embargo, esta estrategia resultó completamente infructuosa. Durante su tiempo en el colegio, Vargas Llosa no solo continuó su relación con los libros, sino que además encontró en esa institución una forma de expresión literaria. En su tiempo libre, escribió pequeñas novelas eróticas y ayudó a sus compañeros de escuela a redactar cartas de amor para sus novias.
Fue esta época en el colegio Leoncio Prado la que sirvió de inspiración para su primera gran obra, La ciudad y los perros (1963), un libro que rompió con las convenciones del momento y que se convirtió en un hito en la literatura latinoamericana. “Él me había quitado a mi mamá, pero además era un hombre muy rígido, muy duro. Mi vocación literaria fue la manera de resistir su autoridad”, mencionó en entrevista a El País en el 2023.
La obra no solo sorprendió por su estructura narrativa no lineal, sino que también despertó la ira de las autoridades castrenses. El retrato crudo y realista de la vida en un colegio militar provocó que se quemaran ejemplares de la novela en el patio del propio colegio donde Vargas Llosa había sido cadete. Sin embargo, la obra terminó siendo aclamada por la crítica y, con el tiempo, el escritor recibiría un homenaje de la institución que, en su momento, lo había rechazado.
Su gran amor por sus tres hijos
Para Vargas Llosa, la literatura fue más que una carrera; fue su refugio, su escape de la autoridad paterna y un espacio en el que encontró libertad. A través de los libros, pudo salir de la pequeña “cárcel” que representaba su vida cotidiana. “La literatura fue mi salvación en esos años de adolescencia muy difíciles que pasé con mi padre”, confesó en una entrevista con ABC en 2019.
La relación con su padre nunca se resolvió completamente, aunque Vargas Llosa sí pudo reconciliarse con él en ciertos aspectos a lo largo de los años. Sin embargo, esa relación se mantuvo marcada por la rigidez de Ernesto Vargas, quien nunca aceptó por completo la carrera literaria de su hijo.
En cambio, la relación con sus tres hijos biológicos —Álvaro, Gonzalo y Morgana— fue completamente distinta. A diferencia de la relación tensa con su propio padre, Vargas Llosa construyó un vínculo amoroso y cercano con sus hijos, quienes fueron los que confirmaron su fallecimiento el pasado 13 de abril a los 89 años.