Martín Kohan y su primer libro para chicos: “La infancia merece una dosis de idealización”

admin

“No voy a poder, no voy a poder”. Eso fue lo primero que pensó Martín Kohan cuando la editora de Siglo XXI Laura Leibiker le propuso escribir un libro para chicos. Pero el desafío de incursionar por primera vez en la literatura infantil lo tentó y el autor de Ciencias Morales aceptó el reto. Después de establecer mentalmente ciertas pautas (como hace siempre que prepara un texto), se propuso desarrollar una historia con un niño (muy parecido a él) como protagonista. “Los materiales son autobiográficos, pero el relato no”, dice a LA NACION unos días antes de la presentación de El tiempo más feliz en una librería de Palermo.

El protagonista de

El lugar elegido por el escritor y docente para la entrevista es la pizzería del Once donde, según una vieja leyenda rockera, Tanguito escribió la letra del mítico tema La balsa. En el enorme local no se ven placas conmemorativas, pero un cartel pegado en la puerta del baño confirma el mito. “Estoy muy solo y triste acá en este mundo abandonado” podría ser uno de los subtítulos de esta charla. Pero no es el caso de Kohan, que no se siente solo ni triste en este contexto crítico para la cultura. “Al menos, hoy tengo un buen día”, concede.

Qué dijo Martín Kohan en la inauguración de la Feria del Libro en 2023

-¿Por qué creías que no podías escribir un cuento para chicos?

-Laura Leibiker, que tuvo la idea y me la acercó, se encontró con mi total escepticismo. Más allá de lo que conozco de literatura infantil, estaba seguro de que no iba a poder hacerlo. Mi desconfianza no era con el género, era conmigo. Mis lecturas infantiles quedaron fatalmente muy lejos. Tengo un hijo, que está por cumplir 25 años. Así que su infancia, cuando estuve más cerca de la literatura infantil, también había quedado lejos. Ser lector (o ser más o menos lector) no implica poder escribir y yo seguía convencido de que no iba a poder. Pero hubo una especie de encuentro entre la confianza de la editora y mi falta de fe. Según parece, ella tenía razón. En principio, porque finalmente pude escribirlo. Las primeras lecturas del libro indican que la idea de ella estaba bien. Me parece que la resolución tuvo que ver con que sí tengo una relación muy próxima (quizás demasiado próxima) con la infancia.

-¿Cómo es eso?

-Me gusta, me atrae, la extraño. Y extraño la infancia de mi hijo. Obviamente no es lo mismo, uno es padre y no es niño, pero es verdad que, como padre de un niño, hay un universo infantil en el que se arman escenas que te incluyen. No sos el niño de la escena, pero estás en la escena. Y eso me permitió reencontrarme con los juguetes, los juegos, las fábulas. Incluso con un temperamento, con una manera de estar en el mundo, de encarar las cosas. Hubo muchos factores, pero probablemente el que más incidió fue recuperar la idea de algo que en los adultos se termina fusionando: descubrir y saber. En la infancia, eso transcurre de otro modo. Hay cosas que sabés, pero eso no impide que las descubras. El cuento desarrolla esa cuestión. El chico ya sabía varias cosas que se plantean, pero al vivirlas, las descubre. Y esa relación de descubrimiento no pasa solo porque en la infancia hay muchas situaciones que son por primera vez. Es un tipo de relación con el mundo que habilita descubrirlo, incluso, para lo que ya sabés.

-El relato empieza con el recuerdo de la infancia asociado a la felicidad, pero enseguida el narrador se plantea si eso es real o si está idealizando. ¿Es el tiempo de la infancia el más feliz?

-Para escribir traté de detectar las cosas que añoro de mi infancia, que son muchísimas, incluso con ciertas dosis de idealización. Si hay idealización me parece legítima. Es la edad para idealizar. No importa. La infancia lo merece. Le hace justicia. Esa sería mi filosofía. Hay otras cosas que si las idealizas, las torcés. La infancia, cuanto más idealizada, para mí, más lo merece.

-En el cuento aparecen, también, los miedos que pertenecen más a los adultos que al niño.

-Quería que en el relato apareciera la distinción entre saber y descubrir. Y, también, el reparto todavía provisional de la seguridad y el miedo: los mensajes adultos para que no tengas miedo y los mensajes adultos de “cuidado con…”. Cómo se activa o se desactiva eso en situaciones concretas. Creo que el título también acierta en la relación con el tiempo y con la duración del tiempo; algo que añoro también. Si decís “Tenemos tres meses por delante” cuando tenés 8 años, esos tres meses parecen cien. En la vivencia es un “para siempre” y eso de adulto lo perdemos. Al escribir, también me reencontré con eso. La editora tenía razón, porque conecto muy fuerte con la infancia.

¿Un mini-Kohan?

-El dibujo del protagonista, realizado por Leandro E. Pérez, es muy parecido a vos. ¿Es un mini-Kohan?

-Sí y no. Algo que terminó confluyendo con mi relación con la infancia es que uno se reconoce y se desconoce a la vez. Esto lo pensé también cuando escribí Me acuerdo, publicado por Godot. Le dije al editor: “Los materiales son autobiográficos, pero el relato no”. Si veo una foto mía de chico, digo: “Este soy yo”, eso es verdad y es falso al mismo tiempo. Uno debería decir: “Este fui yo”. Entonces, en ese juego de la identidad y la diferencia, de reconocerse y desconocerse, con las ilustraciones del personaje pasa algo muy particular: se parece a mí hoy. Yo, de chico, no era así: era mucho más rubio, tenía mucho pelo y muy lacio, no usaba anteojos porque me quedé miope a los 20 años. El dibujo es una especie de miniaturización del que soy ahora.

-Te preguntaba si sos vos porque el cuento parece autobiográfico.

-Los materiales son autobiográficos, eso no implica que el relato lo sea. Por eso creo que el dibujo funcionó. El truco o, si querés, la trampa de la ilustración es esa: si crees que soy yo, te vas a equivocar. La escritura también juega con esa idea: el protagonista es y no es yo. Más que lo autobiográfico pesó más fuerte mi apego al mundo de la infancia. Por algo, don Fulgencio es uno de mis personajes preferidos. Y aunque le digan “el hombre que no tuvo infancia”, en realidad la tuvo de manera secreta porque todo eso iba por dentro. Tampoco podés ir por la vida como un pavo: yo necesito niños que me sirvan de coartada.

-Muchos autores que escriben para adultos y para chicos, como Luis Pescetti, dicen que es más difícil escribir para pequeños lectores. ¿Estás de acuerdo y por dónde pasó la dificultad en este caso: por encontrar el tono, la forma?

-Fue más difícil, sin duda. Porque, aunque uno no escribe, ni siquiera en este caso, bajo un criterio de adaptación estricta para tal o cual lector, es cierto que un texto postula un lector. En ese “pacto”, las palabras son de adultos porque yo soy adulto, pero el pacto de lectura con un niño es mucho más riguroso y hay menos margen de maniobra. Es como en un juego: si el que se te ocurrió está bien, genial; pero si no está bien, no va a funcionar. En ese sentido, toda la elaboración previa a la escritura, las decisiones que son parte de la escritura pero que todavía no son con la lapicera y la hoja, porque habitualmente las hago de manera mental, son fundamentales. Las voy calculando para encontrar el tono y el registro. Para un adulto, podés calcular eventualmente un margen de maniobra para adaptarte al registro. Acá si equivocaste el registro, expulsaste al lector. Del mismo modo que me pasa al escribir novelas o ensayos, una vez que definí eso y empiezo a escribir, si las decisiones estaban bien tomadas, después ya funciona.

-¿Pudiste pasarla bien, disfrutar, jugar, durante el proceso?

-Sí, eso seguro porque yo no hago nada con la literatura si no lo voy a disfrutar. Bastante tenemos con el país que no anda bien, con que gobierne Milei. Hay zonas que uno preserva para ser feliz y ahí tratamos de no hacer concesiones porque no nos queda otra. Estamos arrinconados. Queda la literatura, la lectura, la escritura, las clases, las conferencias. Hoy, por ejemplo, voy a dar una conferencia sobre Los pichiciegos, de Fogwill.

-Las conferencias y las clases en la Universidad de Buenos Aires forman parte de tus trabajos fijos. Mucha gente cree que los escritores no necesitan trabajar, más allá de escribir.

-Claro. Doy clases en la UBA y en la UNA (Universidad Nacional de las Artes). Además, doy clase en un curso de intercambio en la Universidad Di Tella. Escribo en el diario Perfil y en Cenital. Publico libros y cada tanto cobro los derechos de los libros publicados. Estando la literatura de por medio nunca no me entusiasmo. Más allá de que necesito la plata, trato de no negociar el disfrute, que el placer que me da la literatura no se deteriore. Claro que es difícil abstraerse del estado de las cosas. Aquello a lo que uno se dedica está siendo muy fuertemente hostigado; no solo financieramente, que ya es mucho decir, sino que la práctica sostenida del desprecio y la degradación de lo que hacemos no es inocua: que enseñar es adoctrinar; que si lo que escribimos no tiene éxito en el mercado, entonces no vale; que todo trabajador de la esfera pública es ñoqui; que todo periodista es ensobrado; toda práctica que no logran discernir en qué consiste es un curro. Sus posibilidades para discernir son limitadísimas porque son increíblemente brutos.

-¿Qué opinás de la consigna tan de moda en estos tiempos sobre “la batalla cultural”?

-Depende, yo he tenido distintas visiones. En un punto, para que haya realmente una sustancia de elaboración en algo que se declara como batalla cultural, pienso cuál es la concepción de la literatura que ellos tienen. Tanto en el sentido de las políticas estatales de premios, de estímulos de publicación, de traducción, como en el caso del cine, políticas culturales de promoción del cine argentino: siguiendo esos lineamientos (si los hubiera) uno puede decir que hay una batalla cultural. Hay una idea de la literatura, hay una idea del cine, hay una idea del teatro, hay una idea de política cultural y con esa idea combaten otra idea de política cultural. Pero, vaciar y cerrar, vaciar y cerrar y burlar, vaciar y cerrar y burlar, a eso no le llamaría batalla cultural. Tiene que haber algo más que destrucción. Tiene que haber una construcción cultural. Lo que se ha hecho es una construcción ideológica tremendamente burda y limitada.

Deja un comentario

Next Post

En fotos: del misterioso viaje de Tom Cruise y Ana de Armas al desconocido costado religioso de Antonio Banderas

Post Views: 6
En fotos: del misterioso viaje de Tom Cruise y Ana de Armas al desconocido costado religioso de Antonio Banderas

NOTICIAS RELACIONADAS

error: Content is protected !!