Matías Alarcón es hijo del actor Mario Alarcón. A diferencia de su padre, a quien la actuación le llegó durante la escuela secundaria, Matías se interesó recién a los 27 años, y al principio usó el escenario como una tabla de salvación. Desde entonces hizo decenas de obras de teatro independiente, estuvo en las ficciones Entre caníbales, El Tigre Verón y El marginal 4, y en breve estrena la película Parque Lezama, junto con Luis Brandoni y Eduardo Blanco, con dirección de Juan José Campanella, que se verá en diciembre, en Netflix. Además, es parte del elenco de dos obras de teatro: Los compadritos y Piedad esquila Libertad.
En una charla con LA NACION, Matías Alarcón habla de sus adicciones y de cómo el arte lo salvó. Confiesa que hace diez años que no toma ni una gota de alcohol y dice que no es fácil que un actor viva de su oficio, por eso también trabaja como programador. “Es lo que me da de comer”, cuenta más en serio que en broma.
-¿Un actor no puede vivir del teatro independiente?
-No. Algo ganás, pero no alcanza. En este momento estoy haciendo Los compadritos, en el Teatro Payró. Es una obra de Tito Cossa que ya habíamos hecho con otro director y ahora reestrenamos, nada más ni nada menos que con el hijo de Tito Cossa, Mariano Cossa. Es un lujazo que haya aceptado dirigirnos. Es una obra que retrata a la clase media argentina como solo Cossa lo hace. Un grotesco que se hizo por primera hace 40 años, en el Teatro Alvear. Está basado en el naufragio del Graff Spee, un acorazado alemán hundido frente a las costas de Uruguay. Se decía que hubo sobrevivientes y dos de ellos llegaron hasta las costas de Quilmes. Entonces, basado en hechos reales, cuenta esta historia de estos dos nazis que conocen a la familia Capossi y quieren implantar el nacional socialismo en la Argentina. Así se encuentra con una argentinidad pura de los Capossi que quieren sacar su tajada y abrazan cualquier bandera con tal de ascender. Es muy delirante, muy divertida. Y los sábados a las 20, en el Complejo Belgrano, estoy haciendo Piedad esquina Libertad, con dirección de Pablo Drigo. Es un musical inmersivo que transcurre en un prostíbulo de principios del siglo pasado.
-Pero vivís de la programación….
-Sí. Soy programador. Del arte no se vive (risas). También escribo; tengo obras de teatro, películas, dos libros publicados. En México se va a estrenar una obra mía que se llama Roberto dijo y que allá tradujeron como Calláte, Alexa. También coordino talleres de escritura, producción independiente y montaje de obras cortas. Con mi novia, que está estudiando actuación, vamos a hacer un ciclo de obras cortas, a partir de noviembre el Teatro del Pasillo. Otra obra va a ir al Complejo la Plaza y una más al Teatro El Extranjero. Y tengo una más que va a dirigir Gustavo Bardi.
-¡Un buscavidas!
-Sí…. Hay que soñar. Mucho teatro independiente. Pero también me di el gusto de hacer Parque Lezama al lado de dos grandes, como Luis Brandoni y Eduardo Blanco, y con dirección de Juan José Campanella. Mi primera película, que fue una experiencia hermosa. El otro día fui a hacer el doblaje y vi unos pedacitos preciosos…. Es difícil vivir del arte. Uno hace más teatro independiente porque, la verdad, actores hay un montón. Mi papá tuvo laburo toda su vida y yo pensé, inconscientemente, que me iba a pasar lo mismo. Tenía la fantasía, porque crecí viendo eso.
-Pero nunca bajaste los brazos…
-No. Aprendí a autogestionarme. Y a veces es muy pesado. El libro que escribí también fue autogestionado. A veces las oportunidades no vienen solas, hay que crearlas. Otras veces estoy cansado y quiero parar la pelota, pero cuando lo hago me siento vacío. Necesito hacer y darle a mi niño interior lo que pide. Y para eso trabajo como programador freelance y tengo libertad de horarios; hace muchos años que estoy en una empresa de seguros.
Atento al niño interior
-Y siendo hijo de un actor, ¿siempre soñaste con serlo?
-Cuando yo nací mi papá ya era famoso, y laburaba en la tele y en el teatro. Desde chiquito sentí una pulsión de creatividad. Hasta en mis días más oscuros, cuando tuve problemas de adicciones, el humor y el arte me salvaron. Hablo mucho de mi niño interior porque siento que quedó relegado durante muchos años, hasta después de mi internación, a mis 27 años. Entonces dije: le voy a dar a mi niño interior lo que pide. Y empecé a estudiar actuación. Muy tarde para el legado familiar.
-¿Qué te dijo tu padre cuando empezaste a seguir sus pasos?
-Él nunca me impuso nada. Me acuerdo de que, cuando yo era chiquito, mi papá estaba en Pelito y me llevó un par de veces a las grabaciones. Un día necesitaban a un niño actor y me preguntaron a mí, pero era muy tímido en esa época y dije que no. Quizá, si hubiera dicho que si la historia hubiese sido distinta. Mi padre siempre me ayudó mucho, y me va a ver cuando estreno y me da sus críticas constructivas. Yo nunca llego a un lugar diciendo: “Soy hijo de Mario Alarcón”, y sin embargo es inevitable que te comparen aunque hicimos dos caminos totalmente diferentes. Al principio renegaba pero, sinceramente, me da orgullo. Y me di cuenta no hace mucho, cuando un compañero de una obra de teatro me dijo que había trabajado con mi papá en el Cervantes y que tenemos el mismo humor. Me enorgulleció.
-¿Son de juntarse los domingos a comer ravioles o asado?
-Nos juntamos, pero si es en la casa de él, compramos comida. O vamos a un restaurante cerca de su casa. Otras veces viene él a casa, así puede compartir con mis hijas. Tenemos una relación muy cercana con mi papá, que no sabe usar bien WhatsApp; yo le hago las facturas electrónicas. Soy como su manager (risas). Estamos constantemente conectados. Y tenemos algo pendiente que es trabajar juntos. Nunca se dio. Y como dije antes, las oportunidades a veces no vienen solas… Hay que crearlas. Por eso estoy escribiendo un cortometraje para los dos. Es una cuenta pendiente que tengo.
-Decías que estudiaste actuación como una forma de sanar…
-Sí. Cuando salí de la secundaria estudié fotografía y cine. Había algo del arte que me llamaba, pero no lo pude sostener por mi problema. Estuve internado unos cuantos meses y, cuando salí, estudié actuación. Y años más tarde descubrí con la escritura y fue muy lindo. Me gusta inventar universos… A veces mi novia me pregunta cómo me imagino de viejo… Y me imagino escribiendo.
-Tu novia estudia teatro, ¿cómo está conformada tu familia?
-Tengo dos hijas, Morena y Julieta, de 23 y 19 años. Hacen gimnasia artística. Estoy en pareja con Belén Garófalo, a quien conocí hace doce años cuando hacía stand-up y ella atendía el bar en el que yo actuaba. Es fotógrafa, diseñadora y estudia con Raúl Serrano. Mi hermano Facundo falleció hace algunos años, por adiciones. Él nunca logró salir.
Parte de la sanación
-Muchos esconden sus problemas de adicciones y, sin embargo, vos lo contas en un libro: El bicho, biografía de un trauma.
-Cuento mi vida a través de un trauma oculto; porque a los seis años, en el colegio, tuve ganas de hacer pis, me dio vergüenza pedirle a la maestra de ir al baño y me hice encima. Entonces empiezo jugando, buscando ese trauma oculto y cuento mi vida. Hay humor en el libro, aunque hablo de mis adicciones, de la muerte de mi hermano, de la muerte de mi mamá en 2000, por un cáncer…
-¿Y te ayudó contarlo en un libro?
-Me sanó… Me sanó totalmente y me sigue sanando. Se lo di una amiga mía que es profesora en una escuela de Moreno y lo está leyendo con sus alumnos. Y a veces voy a dar charlas sobre las adicciones.
-Decías que tu hermano no pudo salir, pero vos sí… ¿Lo intentaste muchas veces?
-Siempre está el deseo de querer salir. Pasa que vas acumulando, empezás un día y, cuando te das cuenta, terminás en la calle. Tener a mi primera hija fue una sacudida, porque sentía mucha culpa. La paternidad me ayudó a tomar conciencia y a tratar de salir. Estuve internado ocho meses. Me costó mucho volver a reinsertarme en la sociedad, a interactuar, a conectar. Tuve alguna recaída, pero salí solo porque ya tenía todas las herramientas.
-¿Qué te hizo recaer?
-La separación de la madre de mis hijas. Me desestabilizó.
-¿Asistís a algún grupo de autoayuda?
-No. Hago terapia, pero no específicamente por ese tema. Hace ya diez años que no tomo ni una gota de alcohol. Nunca me tenté en los años que estoy limpio. El diagnóstico fue que era un alcohólico, que tomaba cocaína para seguir tomando alcohol.
-¿Hoy cuál es tu mirada sobre esos años oscuros?
-Me da rabia porque perdí diez años, de los 17 a los 27. Si no hubiera caído en eso, todo lo que estoy haciendo ahora lo habría empezado mucho antes. Escribir me ayudó mucho y me gusta indagar, jugar en narrativa con la espiritualidad, más allá de la muerte. Además, estudio astrología.
-¿Estudiás astrología como hobby o con la intención de trabajar haciendo cartas natales también?
-No. Basta de cosas autogestivas (risas). Estudio como hobby, porque me interesa mucho y me gusta… Obviamente, les hago las cartas natales y revoluciones solares a mis amigos, a mis hijas.
-¿Te hiciste tu carta natal?
-Sí, la tengo hecha. Y la leo de vez en cuando. Me ayuda a reflexionar. Las cartas te dicen hacia dónde tenés que evolucionar y creo que voy bien encaminado,
-¿Qué te acercó al mundo espiritual?
-Las muertes de mi mamá y de mi hermano. Uno necesita drenar, buscar… Así fue como que descubrí que en algún lado estaban esas preguntas.