Localidad entrerriana a 164 kilómetros de Capital Federal, Ceibas es parte del departamento Islas del Ibicuy. Más transitada que visitada, la localidad está en un empalme: donde la RN 12 gira hacia el oeste y donde nace la RN 14. Semejante cruce no la rodea, como suele ocurrir con la mayoría de las ciudades o municipios, sino que la atraviesa. La mitad de Ceibas –que tiene unos 4.600 habitantes– está en la zona de la iglesia, y la otra, en la de la escuela. Así me lo explica Paula Kade, del Hotel Ceibas, y nos orienta sobre todo lo que no sabemos de este rincón bien verde del sur de Entre Ríos.
Paula es bioquímica y, con su marido Román Allekotte, que es veterinario, son propietarios y anfitriones del hotel que se encuentra sobre la ruta, frente a la veterinaria que abrieron en el año 2000, cuando se mudaron desde Buenos Aires. En el hotel reciben, sobre todo, avistadores de aves de todas partes del mundo. “Ceibas es una meca. Vuelan a Buenos Aires, contratan un guía de la Asociación Aves Argentinas y vienen directamente para acá. A veces, después siguen hacia Iguazú”, comenta Román. “Los guías les aseguran que en un día pueden ver 100 especies y, en dos, 150. Eso es por la combinación de dos ambientes: campos bajos e inundables, con otros más altos, con pajonal”, agrega.
Descubridores casuales del mundo de las aves, Román y Paula abrieron el hotel cuando se enteraron del potencial de la localidad. Entonces, además de alojar grupos, les facilitan el acceso a estancias como San Ricardo, donde el cardenal amarillo es figurita preciada. A caballo y en sulky, nos guían por este campo con bañados, ideal para el ganado vacuno. Jorge Vargas es el encargado y la tiene clarísima con el cardenal amarillo. Paula me cuenta que él sabe diferenciar los pichones de los ejemplares adultos, mientras Jorge relata anécdotas de sus guiadas con observadores de Japón, Canadá o Francia. “Ojo, que no son ornitólogos, sino observadores o avistadores”, me marca Román para que diferenciemos al que estudia esta rama de la zoología del que sale a buscar aves y las colecciona, como si se tratara de un álbum de figuritas. Algunos las tildan en un cuaderno después de verlas. Otros, además, las fotografían con teleobjetivos enormes.
Al mismo tiempo que la rueda del sulky chapotea en el barro, Román me explica que los campos de bañado se recorren a caballo. Si se dieran las condiciones para salir en camioneta, sería muy mal signo: querría decir que la sequía hizo estragos. Con los mosquitos recordándonos que no todas son bondades en el humedal, vemos garzas blancas, golondrinas y chajás, además de caranchos sobre un ternero muerto. El cardenal amarillo está en un monte lejano y quedará para otra vez.
Por la tarde volvemos a salir, ahora en la camioneta de Román, con Nino Ancherama –fotógrafo ceibense que se formó como guía de aves–. “Antes conocía sólo el chingolo, el benteveo, el hornero, el tero y el chajá, porque te acostumbrás a ver esos y no mirás más allá”, dice tras haber hecho varios cursos y convertirse en un referente local para guías porteños y extranjeros. Vamos por caminos de ripio que bordean bañados y montes de espinillo y curupí, cerca del arroyo Ñancay. “El pato tiene impreso en los genes que lo van a matar”, susurra después de bajar del auto para hacer una foto y que los patos vuelen y las bandurrias se queden. Asegura que Ceibas tiene 328 especies, entre las residentes y las migratorias de verano y de invierno. La mejor época para verlas es de septiembre a marzo, durante el atardecer y el amanecer. Parece que entre las de invierno está el churrinche, que muchos confundían con la brasita de fuego. Y que, a principios del siglo pasado, antes de que lo corriera el avance de la frontera agrícola, el yetapá de collar, emblema de los esteros del Iberá, también estaba en Ceibas.
“Los extranjeros vienen por el curutié ocráceo, el tachurí siete colores y la pajonalera pico recto, además del cardenal amarrillo”, comenta Nino y lamenta que todavía nunca pudo ver la pajonalera, que es muy esquiva. Perseguidas durante años, estas aves están protegidas y dónde encontrarlas es un secreto de avistadores y guías para resguardarlas.
En nuestro andar sí vemos patos de collar, un caracolero, una remolinera parda, un pico de pala, el pecho amarrillo, la calandria real, un pirincho, un chiflón y un cisne coscoroba. También una pollona, un picabuey sobre el lomo de una vaca, una monjita coronada, un tuyuyú y un doradito común –al que, en rigor, ya no se le dice “común”, sino pampeano–. También teros, chajás y horneros, que son los grandes centinelas del monte. Entonces escuchamos el canto de un choto, mientras se deja fotografiar una cigüeña y nos reímos de que, por su temperamento, jamás sería la que trae los bebés.
“Para observar aves tenés que ser paciente y evitar la frustración. Es cuestión de dejarse sorprender y ser siempre agradecido de lo que sí aparece”, reflexiona Nino. Con Paula, que es calma y muy amable, intercambian datos y citan a Tito Narosky, con su Guía de identificación de aves de Argentina y Uruguay, la biblia en la materia. Por un rato me sumergen en esta dimensión de apasionados que se mueven sin tiempo entre seres sutiles, que nos instan a la contemplación en esta era de urgencias.
Datos útiles
Hotel Ceibas. Sobre la ruta, Paula Kade y Román Allekotte reciben en seis habitaciones cómodas. Coordinan avistaje de aves a caballo, a pie y en camioneta. Tienen un comedor de uso común y ofrecen cena de comida casera. Desde $95.000 la doble con desayuno. Calle 1 s/n. T: (3446) 58-5915. IG: @hotel.ceibas
Nino Ancherama. Fotógrafo criado en la zona, sabe muchísimo de aves y lo demuestra en su rol de guía. Recomienda salir de septiembre a marzo, por la mañana temprano o durante el atardecer. El precio de la salida varía en función de la duración. T: (3446) 54-8307. IG: @avesdeceibas