El legado de Medardo Rosso ha resultado difícil de rastrear para los investigadores actuales, en parte porque el propio artista destruyó toda la correspondencia que recibió, según relató su bisnieta Danila Marsure Rosso, quien administra su patrimonio. Esta decisión, motivada por su deseo de mantener la privacidad, ha contribuido a que la figura de Rosso permanezca en la sombra del arte moderno, a pesar de haber sido uno de los escultores más innovadores de su tiempo.
La nueva retrospectiva en el Kunstmuseum Basel busca arrojar luz sobre la obra de este escultor italiano nacido en Turín en 1858, cuya influencia ha sido reconocida por artistas y expertos, aunque su nombre resulte desconocido para la mayoría de los comerciantes y subastadores de arte. La directora del museo, Elena Filipovic, explicó que mientras la mayoría de los galeristas y coleccionistas no identifican a Rosso, entre los artistas su mención genera entusiasmo. La exposición reúne esculturas, fotografías y dibujos que exploran escenas urbanas, cafés y nubes, y ha convocado a 60 artistas contemporáneos que se sienten afines a su legado, entre ellos Louise Bourgeois y Francesca Woodman.
La obra de Rosso se caracteriza por figuras y bustos que parecen surgir de la cera, el yeso o el bronce como apariciones en movimiento. Una de sus piezas más conocidas, Ecce Puer (1906), representa la cabeza de un niño envuelta en una sábana, mientras que Enfant Malade (1893-95) muestra la inclinación de un niño enfermo, en una postura que sugiere fragilidad y cercanía a la muerte. Estas esculturas, de dimensiones ligeramente menores a las reales, generan una sensación inquietante, como si los rostros pudieran parpadear. El color amarillento y enfermizo de la cera refuerza esa impresión, alejándose de la belleza tradicional de otros escultores como Degas.
La vida de Rosso estuvo marcada por una personalidad compleja y un entorno bohemio. Tras abrir su primer taller en Milán en 1882, se relacionó con el grupo artístico Scapigliatura, conocido por su espíritu anarquista y socialista. Su paso por la Accademia di Belle Arti di Brera terminó abruptamente tras ser expulsado por agredir a un compañero. A pesar de estos incidentes, pronto se estableció en París, donde atrajo a mecenas y obtuvo encargos, consolidando su carrera internacional.
La relación de Rosso con Auguste Rodin fue inicialmente de admiración y amistad, pero terminó en una disputa pública sobre la influencia mutua. Mientras Rodin optó por la monumentalidad y el marketing profesional, delegando la fundición de sus obras y contratando fotógrafos reconocidos como Edward Steichen, Rosso prefirió trabajar en pequeño formato y controlar personalmente la promoción y la imagen de sus esculturas.
Según Filipovic, “él entendía que la fotografía y la forma en que se veía la obra también formaban parte de la obra”. La exposición en Kunstmuseum Basel incluye unas 200 fotografías tomadas por el propio Rosso, muchas de ellas impresiones frágiles y de pequeño tamaño, que evocan la estética de la fotografía de espíritus victoriana.
Heike Eipeldauer, curadora y experta en Rosso del Mumok de Viena, describió al artista como una persona persuasiva y apasionada, pero también desconfiada y obsesiva. Estas características provocaron conflictos personales y profesionales: su esposa lo abandonó, perdió amistades por disputas económicas y su relación con Rodin se deterioró irreversiblemente. “Eran amigos, hasta que dejaron de serlo”, afirmó Filipovic en declaraciones recogidas por el diario inglés The Guardian.
La producción de Rosso fue limitada, en parte porque él mismo se encargaba de fundir sus esculturas, lo que reducía la cantidad de obras disponibles. Además, prefería mostrar sus piezas en estudios, hogares y exposiciones, en lugar de emplazarlas en espacios públicos. Esta estrategia, opuesta a la de Rodin, contribuyó a que su obra no alcanzara la misma notoriedad. El propio Rosso organizaba sesiones en su taller donde invitaba a grupos a observar el proceso de creación y fundición, como si se tratara de una performance. Filipovic señaló: “Se trataba de entender que hay magia en ese hacer”.
El carácter experimental de Rosso también se manifestó en la forma en que instalaba sus esculturas en las casas de los coleccionistas, eligiendo ubicaciones poco convencionales que desafiaban la lógica y buscaban provocar reacciones. Filipovic lo calificó como un “controlador”, pero sugirió que esa cualidad resulta deseable en un artista.
La falta de documentación personal y la escasez de biografías han dificultado la investigación sobre Rosso. Mientras existen decenas de libros sobre Rodin, no hay biografías dedicadas a Rosso. Su récord en subastas es de unos 450 mil dólares por una versión de Enfant Juif vendida en Londres en 2015, muy por debajo de los 20 millones alcanzados por la obra Eternal Springtime de Rodin en Nueva York en 2016.
La muerte de Rosso en 1928, a los 69 años, fue consecuencia de una serie de complicaciones tras un accidente en el que se le cayeron negativos de vidrio en el pie, lo que derivó en la amputación de varios dedos, luego parte de la pierna y finalmente una infección fatal. Su vida y obra, marcadas por la experimentación y la independencia, han dejado una huella difícil de rastrear pero profundamente influyente en el arte contemporáneo. Guillaume Apollinaire llegó a describirlo como “sin duda el escultor vivo más grande”, y su influencia se percibe en la obra de numerosos artistas actuales, aunque su nombre siga siendo un enigma para el gran público.
[Fotos: KunstMuseum Basel]