En una noche que quedará grabada en la memoria de los amantes de la salsa, Pablo Villanueva, más conocido como ‘Melcochita’, demostró que el arte y la pasión no tienen fecha de vencimiento. A sus 88 años, el legendario sonero peruano hizo vibrar el emblemático local Sargento Pimienta de Barranco, en lo que fue su esperado retorno a los escenarios limeños.
El dato más sorprendente de la noche no fue solo su energía arrolladora, sino el público que lo acompañó: una mayoría de jóvenes que llenaron el local a más no poder, desafiando generaciones y prejuicios para bailar al ritmo de una leyenda viva.
Melcochita, conocido popularmente por su faceta de humorista, dejó en claro que su verdadero amor siempre fue la música. En esta ocasión, como bien comentó Magaly Medina en su programa, no solo se trató de un show nostálgico, sino de una auténtica celebración de la salsa y la vigencia del artista, quien fue ovacionado desde que pisó el escenario.
“¿Quién iba a pensar que a los 88 años llena el Sargento Pimienta?”, se preguntó la conductora con asombro y admiración. Y no se trató de un decir. El local estaba repleto, no cabía un alfiler.
Magaly hizo un paralelo interesante sobre lo que representa hoy Melcochita para la escena musical: “Todo lo vintage se está poniendo de moda, y por eso regresamos con tanta audiencia. Yo soy bien vintage en el mundo del espectáculo, y mi tío Melcochita también”, comentó entre risas. Pero detrás de sus palabras había una verdad poderosa: el valor de lo clásico en tiempos modernos, y como artistas como Pablo Villanueva siguen conectando con nuevas generaciones.
La noche fue más que una presentación, fue un homenaje en vida. Melcochita, acompañado por su inseparable esposa Montserrat Seminario, con quien lleva más de 20 años de relación y 16 años de casados, recibió el cariño de un público que lo abrazaba, pedía selfies y coreaba su nombre antes de que se subiera a escena. “Ella es la que le guarda el abrigo a mi tío antes de que suba al escenario”, comentó con ternura Magaly, destacando el rol silencioso pero clave de Montserrat en la vida del artista.
Cuando finalmente tomó el micrófono y se acercó a los timbales, el público estalló. “¡Vive mi voz!”, exclamó entre acordes, con una fuerza que desmentía su edad. El espectáculo fue intenso, lleno de improvisación, con ese sabor único que solo un sonero auténtico puede ofrecer. Muchos asistentes, especialmente los más jóvenes, quedaron sorprendidos al descubrir esa faceta musical que desconocían de Melcochita. “No me imaginé que fuera tan bueno. ¡Es bravazo! El mejor sonero del Perú, sin duda”, comentó uno de los asistentes entre el entusiasmo general.
Durante el show, el artista no solo cantó y tocó, sino que también se tomó tiempo para improvisar, bromear y hasta lanzar indirectas con picardía. Como buen veterano del espectáculo, supo mantener al público en vilo y cerrar con broche de oro una noche inolvidable.
Magaly también destacó que Melcochita no solo es un personaje entrañable del espectáculo peruano, sino un artista con reconocimiento fuera del país. Recordó con orgullo que Tito Nieves, uno de los grandes de la salsa, lo presentó en un show en Nueva York diciendo: “Si Melcochita sube a cantar, yo mejor bajo del escenario”. Un testimonio que confirma que su talento no conoce fronteras.
Melcochita se adapta a la música actual
Y es que Melcochita no se queda en el pasado. Él mismo lo dijo con claridad: “Tengo que adaptarme a cómo siga el mundo. Si sale reggaetón, tengo que aprender y darle otro ritmo. Voy a estar con el tiempo.” Esa es su fórmula de longevidad: reinventarse sin perder su esencia.
La noche terminó con abrazos, sonrisas y promesas de volver. El público, mayoritariamente joven, salió del Sargento Pimienta con una lección clara: el arte, cuando es auténtico, traspasa edades, épocas y estilos. Y Melcochita, a sus casi 89 años, sigue siendo ese puente que une generaciones con música, humor y una vitalidad envidiable.
Una leyenda no se retira, se reinventa. Y Melcochita lo demuestra cada vez que se sube a un escenario, con su timbal bajo el brazo y una sonrisa que no se apaga.
