Mente maestra: Josh O’Connor brilla en una atípica película de robo, repleta de ironía y humor seco

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Mente maestra (The Mastermind, EE.UU./ 2025). Dirección: Kelly Reichardt. Guion: Kelly Reichardt. Fotografía: Christopher Blauvelt. Edición: Kelly Reichardt. Elenco: Josh O’Connor, Alana Haim, Hope Davis, Bill Camp, Sterling Thompson, Jasper Thompson. Calificación: Apta para mayores de 13. Distribuidora: Maco Cine. Duración: 110 minutos. Nuestra opinión: muy buena.

El título Mente maestra es un dato y, a la vez, un comentario burlón. Aplicado al protagonista de la película, refiere a su estatus como planificador de un singular robo de obras de arte; pero también funciona como un indicador irónico sobre sus escasas aptitudes para encarar semejante proyecto criminal.

Claro que esta no es una clásica película de robo; es un film de Kelly Reichardt. La directora de First Cow, Ciertas mujeres y Wendy y Lucy construyó una filmografía compuesta por películas apegadas a una visión muy personal, en las que toma elementos de algún género, pero solo para deconstruirlo y volverlo a armar a su estilo.

En este caso, la película de robo prescinde de su característica central, que es maravillar al espectador con la planificación y ejecución de un golpe perfecto, en pos de un estudio de personaje. Cuando se van revelando los detalles del plan de J.B. Mooney, interpretado por Josh O’Connor, es imposible pensar que eso va a terminar bien. Sin embargo, el carisma del actor para encarnar un personaje desgraciado y la sutil perspicacia de la puesta en escena de Reichardt, despiertan el interés por seguir sus andanzas.

Padre de dos niños, esposo, hijo de un juez, desempleado: la vida del protagonista en un suburbio norteamericano tranquilo, a principios de los 70, es tan calma como carente de horizontes que generen entusiasmo. J.B no parece tener mayor ambición, personal o profesional, ni ganas de esforzarse por lograr algo, excepto robar unos cuadros del museo local que suele visitar con su familia.

Todo en su plan es débil, desde los socios que consigue para el crimen, hasta su insistencia de hacerlo a plena luz del día y con el museo abierto. Insiste con malas ideas hasta que solo le queda escapar.

La primera parte de la película tiene un humor seco que funciona a la perfección, alimentado por cómo J.B. va armando las piezas de su propio desastre. Las participaciones de los chicos, que tienen un universo interior mucho más rico que el de los adultos, son encantadoras y contrastan con la resignación silenciosa de su madre, interpretada con correcta discreción por Alana Haim.

Reichardt construye momentos de tensión, sostenidos por la actuación de tono perfecto de O’Connor y una banda de sonido de jazz que puntea la ansiedad de esas escenas. Pero el suspenso no le interesa tanto a la directora como indagar en un ser humano que no encuentra sentido o un lugar al que verdaderamente pertenecer.

Mente maestra, humor e ironía, con la excelente actuación de O'Connor

El hastío de J.B. cobra una dimensión mayor en la segunda parte de la película, más contemplativa y melancólica que la primera, hasta el toque de humor en la ironía del final. El viaje del personaje no solo retrata lo que le sucede a un hombre joven de esa época, sino que Reichardt expande la historia individual hacia lo colectivo.

El contexto crítico de los Estados Unidos en la década de 1970 es el escenario en el que se desarrolla la película, pero también la inspiración para que la directora ensaye su versión personal del cine de esa época. La omnipresencia en el film de la guerra de Vietnam a través de los medios de comunicación refleja cómo ese conflicto bélico marcó, para la sociedad norteamericana, el fin de una era de optimismo, ya sea para quienes creían en el sistema como por quienes soñaban con cambiarlo.

Al protagonista no parece importarle demasiado la guerra, ni nada de lo que sucede a su alrededor, incluyendo su familia. La apatía de J.B., su criminalidad poco astuta y su egoísmo son personales, pero también consecuencia de una época, que se proyecta hacia un futuro que tampoco despierta mayor entusiasmo.

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