México y Palestina: principios que cruzan fronteras

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TALYA ISCAN, Academica de la Escuela de Gobierno y Exonomia de la Universidad Panamericana y de la Facultad de Empresariales, experta en política internacional y seguridad

La inminente ofensiva israelí sobre Gaza, sumada a la muerte de periodistas y el agravamiento de la crisis humanitaria, ha reavivado el debate internacional sobre el reconocimiento pleno del Estado palestino en la Asamblea General de la ONU. En este contexto, América Latina se presenta como un bloque diverso, donde conviven posturas firmes, enfoques cautelosos y estrategias diplomáticas adaptadas a la historia y prioridades de cada país.

En la región, el reconocimiento de Palestina no es un asunto nuevo. Brasil, Argentina, Chile y Uruguay lo hicieron hace más de una década, buscando proyectar su voz en la política internacional y respaldando la narrativa de justicia histórica para el pueblo palestino. Hoy, el nuevo capítulo abierto por la violencia en Gaza vuelve a poner sobre la mesa la necesidad de soluciones diplomáticas duraderas, entre ellas, la solución de dos Estados, ampliamente respaldada por México.

La política exterior mexicana se rige por el principio de no intervención y autodeterminación de los pueblos, recogido en el artículo 89 de la Constitución y consolidado a través de la Doctrina Estrada (1930). Esta doctrina establece que México no debe emitir juicios sobre la legitimidad de gobiernos extranjeros ni interferir en sus asuntos internos, y que sus relaciones internacionales deben basarse en el respeto mutuo y la solución pacífica de controversias. En otras palabras, México evita la política de “premiar o castigar” con reconocimientos diplomáticos, optando por mantener vínculos y promover el diálogo.

En el caso palestino, México ha votado en la ONU a favor de resoluciones que respaldan la creación de un Estado palestino y ha reiterado su compromiso con una salida negociada que garantice la coexistencia de Israel y Palestina, en paz y con seguridad para ambos. Este posicionamiento ha permitido a México mantener canales abiertos con todas las partes, siendo un interlocutor confiable tanto en foros multilaterales como en contactos bilaterales.

Mientras algunos países latinoamericanos adoptan posturas más alineadas con uno u otro lado del conflicto, la diplomacia mexicana busca preservar su papel como actor mediador y defensor del derecho internacional. Este equilibrio le otorga credibilidad en escenarios donde la polarización dificulta el diálogo. De cara a la próxima Asamblea General, México llega con un historial consistente de apoyo al multilateralismo y con la autoridad moral que le otorga décadas de apego a la Doctrina Estrada.

El posicionamiento de México en torno a Palestina no solo responde a un principio constitucional y a la Doctrina Estrada, sino también a una tradición diplomática de más de medio siglo en la que el país ha buscado desempeñar un papel de mediador en conflictos internacionales. En América Latina, esta postura tiene un efecto multiplicador: envía la señal de que la región puede ser un actor relevante en la búsqueda de soluciones de paz, sin caer en alineamientos automáticos dictados por bloques externos.

En la próxima Asamblea General, las diferencias entre países latinoamericanos podrían reflejarse en tres grupos:

1. Quienes ya reconocen formalmente a Palestina (como Argentina, Chile, Brasil, Uruguay y Bolivia) y usarán la sesión para reafirmar su compromiso.

Palestinos forcejean para obtener alimentos y ayuda humanitaria de un camión mientras avanza a través del corredor de Morag, el lunes 4 de agosto de 2025, cerca de Rafah, en el sur de la Franja de Gaza. (AP Foto/Mariam Dagga)

2. Quienes, como México, respaldan la solución de dos Estados y han apoyado resoluciones clave, pero mantienen un enfoque diplomático cuidadoso para preservar su capacidad de diálogo con todas las partes.

3. Quienes mantienen vínculos estrechos con Israel y podrían abstenerse o votar en contra, como Paraguay o Guatemala. México, al mantenerse en el segundo grupo, no queda en una posición pasiva, sino estratégica: evita romper puentes y fortalece su reputación como interlocutor neutral. Este capital diplomático podría ser crucial si en el futuro se reabren conversaciones de paz bajo el auspicio de la ONU o de coaliciones internacionales, como la que recientemente propuso Francia.

En este tablero, también entran en juego las comunidades palestinas y judías en América Latina, que han sido influyentes en la opinión pública y en el debate político. En países como Chile, con la comunidad palestina más grande fuera del mundo árabe, el apoyo a Palestina tiene un fuerte respaldo social. En México, aunque la comunidad palestina es menor, existe un activismo creciente en defensa de la causa, acompañado de sectores que promueven el fortalecimiento de relaciones con Israel. La capacidad de México para reconocer y escuchar a ambas partes le permite evitar fracturas internas y proyectar coherencia internacional.

El reconocimiento de Palestina en la Asamblea General tendrá un valor principalmente simbólico, ya que las resoluciones de este órgano no son vinculantes. Sin embargo, el peso político de una mayoría amplia puede modificar la narrativa internacional y aumentar la presión para reanudar negociaciones de paz. En este escenario, México se perfila como un actor que, más que tomar partido, defiende el marco legal internacional y los principios universales que han guiado su diplomacia.

En un mundo marcado por la polarización y la diplomacia de bloques, que México insista en el multilateralismo, el respeto al derecho internacional y la solución de dos Estados es una muestra de consistencia y visión de largo plazo. Frente a la tragedia humanitaria en Gaza y la urgencia de un alto al fuego, esa apuesta por el diálogo, aunque menos estridente que otras posturas, es quizás la que más posibilidades tiene de abrir caminos hacia la paz.

La historia de la política exterior mexicana enseña que la firmeza no siempre se mide por el volumen de la voz, sino por la coherencia de los principios. En la Asamblea General que se avecina, México no solo votará; estará reafirmando una tradición diplomática que ha sabido resistir presiones y que, frente al conflicto más divisivo de nuestra era, mantiene viva la convicción de que la paz solo es posible cuando se reconocen los derechos y la seguridad de todos los pueblos.

Porque en la diplomacia, como en la vida, la verdadera fuerza no está en imponer, sino en tender puentes. Y México, fiel a su historia, seguirá construyéndolos.

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