No se ve, no duele, no late. Pero puede ser la causa de tu insomnio, inflamación crónica, cambios de humor y hasta de ese cansancio que no se va. Hablamos de la microbiota intestinal, un universo microscópico compuesto por billones de bacterias, virus, hongos y arqueas que viven en la piel, la boca y, sobre todo, en el intestino. Coexiste en el cuerpo humano desde el nacimiento y que, en silencio, participa de casi todas las funciones vitales.
Durante mucho tiempo fue subestimada. Hoy, la ciencia la ubica en el centro de múltiples investigaciones por su vínculo directo con la salud inmunológica, digestiva, neurológica y emocional. Entender su funcionamiento, aprender a cuidarla y saber cómo restaurarla cuando se altera no solo es posible, sino necesario.
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La microbiota intestinal, en particular, cumple funciones vitales para el organismo humano. “Su rol es vital para la digestión, el sistema inmunológico y la salud en general”, explica la nutricionista especializada en microbiología Linda Jungwirth.
Aunque se puso de moda en los últimos años, la idea no es nueva. A comienzos del siglo XX, el microbólogo ucraniano Iliá Méchnikov -Nobel de Medicina- ya hablaba de mejorar la salud y retrasar la senilidad mediante bacterias beneficiosas. Hoy, ese principio es la base de la terapéutica con probióticos.
¿Para qué sirve la microbiota?
Se estima que el intestino alberga entre 10 y 100 billones de microorganismos, superando en número a las células humanas. Sus funciones principales incluyen:
- Descomposición de fibras: genera ácidos grasos de cadena corta como el butirato, esencial para la salud intestinal.
- Regulación inmunológica: ayuda al intestino a distinguir entre microbios inofensivos y patógenos, produce compuestos antiinflamatorios y fortalece la barrera intestinal.
- Impacto sistémico: los metabolitos microbianos influyen en la salud neurológica y metabólica.
“Se segregan sustancias como butirato, vitaminas del grupo B, vitamina K y serotonina, que inciden en procesos que van desde la coagulación hasta el bienestar emocional”, detalla el gastroenterólogo Facundo Pereyra (M.N. 94615). Una microbiota empobrecida, advierte, filtra toxinas que debilitan al sistema inmune. “El 70% de los leucocitos viven en el intestino”, subraya.
Estudios recientes de los National Institutes of Health (NIH) vinculan una microbiota balanceada con menor riesgo de obesidad, diabetes tipo 2, enfermedades cardiovasculares y neurodegenerativas como el Alzheimer.
Qué la altera
El equilibrio -o eubiosis– puede alterarse por distintos factores:
- Dieta: “El exceso de azúcares refinados y ultraprocesados disminuye la diversidad bacteriana”, explica Sol Candotti, health coach especialista en nutrición. Pereyra advierte que “los emulsionantes, edulcorantes y conservantes barren con la flora intestinal”.
- Antibióticos: un solo ciclo puede alterar la microbiota durante meses o años. Se recomiendan alimentos fermentados, legumbres y cepas específicas como Lactobacillus rhamnosus o Saccharomyces boulardii para ayudar a restaurarla.
- Estrés y sueño irregular: el cortisol daña la diversidad bacteriana. Investigaciones del NIH muestran que la microbiota sigue ritmos circadianos: cuando el sueño se altera, también se desequilibra el intestino, lo que perpetúa un círculo vicioso de inflamación y trastornos del sueño.
- Sedentarismo: el ejercicio mejora la diversidad microbiana. Estudios recientes vinculan mayor actividad física con mayor cantidad de especies bacterianas beneficiosas.
4 etapas clave
Según Jungwirth, hay momentos vitales donde la microbiota cambia o se vuelve más vulnerable:
- Infancia (0–2 años): nacimiento por parto natural y lactancia materna favorecen la diversidad.
- Niñez y adolescencia (2–18 años): la dieta y el ambiente la estabilizan.
- Adultez (18–65 años) : los hábitos la moldean. Dietas occidentales la empobrecen.
- Vejez (65+): disminuye la diversidad, aumenta la presencia de bacterias oportunistas.
“La infancia, el embarazo y la vejez son ventanas sensibles donde la microbiota puede ser más vulnerable a desequilibrios”, concluye la microbióloga.
¿Se puede reparar? La respuesta es sí, pero no de forma rápida. Para casos con síntomas digestivos o inflamatorios, Pereyra sugiere una “dieta de eliminación breve” (sin lácteos, gluten ni ultraprocesados) y luego incorporar vegetales, fermentados y variedad botánica.
Lo ideal: 30 vegetales distintos por semana y un alimento fermentado al día. También es fundamental sumar ejercicio, buena hidratación, higiene del sueño y gestión del estrés.
“Una microbiota sana es diversa. Que no haya una especie que domine, sino un ecosistema en equilibrio”, concluye Pereyra. “Mejorar la salud intestinal mejora todo lo demás. Como decía Hipócrates: toda enfermedad empieza en el intestino”.