Miedo

admin

Hoy es un día para experimentar, me dije apenas puse un pie fuera de la cama. En realidad, ya estaba puesto desde la madrugada. Así duermo, quizá por calor, quizá por miedo a tener que salir corriendo. No lo sé. Lo dejo para mi psicólogo.

Presumo, sin embargo, que algo de miedo debe haber en ese ritual eterno de estar siempre lista. Hace poco escuchaba la espléndida entrevista que el amigo Hugo Alconada Mon le hizo a Mariana Enriquez, en la que la genial escritora explicaba que le interesa el miedo “en toda su dimensión”.

Pero ¿qué pasa si lo enfrentamos cambiando las reglas de juego? Probemos. Entro el pie y saco los dos juntos. No hago la cama apenas levantada ni miro el celular antes de lavarme los dientes. Invierto la rutina que indica que la perra debe desayunar y solo después salir a pasear. La llamo y se pone contenta de ver el pretal; me salta. En vez de usar el ascensor, como siempre lo hacemos, bajamos por la escalera.

Decido que no voy a usar la ropa que preparé la noche anterior. Me pongo primero el zapato derecho y después el izquierdo cuando jamás hago eso. Salgo de casa y no cierro con llave como cotidianamente me obliga el terror a que invadan mi más preciado territorio. Ya en el trabajo, empiezo por lo menos urgente. Me da miedo que no me alcance el tiempo. No respondo los whatsapp al instante. Dejo macerar largamente los mensajes a expensas de que se me estruje el estómago de no mirar siquiera quién ha escrito.

En pleno horario laboral salgo a dar una vuelta por el barrio donde trabajo. Lo hago con el celular en la mano, pero sigo sin mirarlo. El miedo me dice que debería llevarlo en la cartera, junto con la billetera, bien amarrada.

Regreso de noche no ya por la avenida sino por las calles más oscuras. Las pupilas se dilatan y cualquier ruido suena a trueno. Sin embargo, la casa estaba como la dejé; la perra no me pasó facturas por la demora en alimentarla; en la cartera permanecían la billetera y las tarjetas, y el celular resistía en mi mano. Las emergencias de WA demostraron no ser tales. Lo urgente del trabajo se hizo sin urgencia y nada aterrador sucedió por haber cambiado el orden al ponerme el calzado y por haber desmerecido las prendas elegidas la noche anterior.

Se apagaron los conjuros, cedieron las supersticiones y el mundo personal no sufrió daños. No habíamos hecho nada grave, ciertamente. En cambio, el mundo comunitario siguió fatal a juzgar por las noticias: que Rusia y Ucrania, que Trump y Venezuela, que el fentanilo, que un rebrote de Covid en Formosa; que las temeridades que declararon los arrepentidos de las coimas, que el defalco a los discapacitados, que las reformas que se necesitan pero se boicotean, que las fiestas de los presos… Varios se olvidaron de tener miedo de hacer las cosas mal. Y eran cosas graves, muy graves.

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