Milei, otra vez a las andadas, con los K en la mira

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Desde la Revolución Libertadora –se acaban de cumplir setenta años del pronunciamiento militar que derrocó a Perón– hasta la actualidad, el peronismo se ha valido, paradójicamente, de su peor enemigo –el antiperonismo militante– para levantarse una y otra vez cuando parece acabado.

Entonces, el bombardeo de la Plaza de Mayo, la prohibición de los símbolos partidarios, el secuestro del cadáver de Eva Perón y la proscripción del PJ agigantaron y volvieron épica la resistencia peronista.

Agregando vidas, como los gatos, el mes próximo el Justicialismo cumplirá ochenta años con renovadas expectativas de volver al poder en versión moderada (con Juan Schiaretti o algún otro de los integrantes de Provincias Unidas) o más pendenciera (con Axel Kicillof).

Esto debería suceder en 2027, si Javier Milei llega, como es de esperar, al final de su mandato y no es reelecto. O antes, si como baten el parche con intensidad agoreros de distintas veredas, en algún momento el actual presidente renuncia o un juicio político determina su destitución. En cualquier caso, habrá que ver qué actitud toma, y con qué sustento político, Victoria Villarruel que, como vice, sería su sucesora natural.

En la primera etapa de su gobierno, Milei no parecía entusiasmado en retomar la ferviente cruzada antikirchnerista del macrismo. Y lo bien que hacía.

Contrastó mucho el apretón de manos seco y a disgusto entre Mauricio Macri y Cristina Kirchner el día que asumió Alberto Fernández en 2019, con los risueños intercambios entre CFK y el líder libertario cuando ascendió al poder, en 2023. Y luego ella, que no es dada a regalar ninguna ponderación (si lo sabrá Kicillof al que ni llamó para felicitarlo por su triunfo en las elecciones bonaerenses) caracterizó a Milei como de origen “plebeyo”, lo que no dejaba de ser una suerte de mérito que, en parte, explicaba su colosal triunfo. Maximo Kirchner también se mostraba cauteloso en sus primeras manifestaciones hacia Milei y hasta reconoció que había sabido escuchar el malestar de la calle.

Hacía diferente a Milei no estar obsesionado todo el tiempo con el kirchnerismo y que su relato principal fuese su cruzada contra la inflación. Su imagen favorable no declinaba.

Pero no pasó demasiado tiempo para que la expresidenta lo empezara a chucear de distintas maneras. Y él picó. Al principio fueron intercambios con cierto humor e ironía. Primer error de Milei: le regalaba su influyente vidriera presidencial a quien venía barranca abajo por el horrendo gobierno que había concebido, contundentemente derrotado en las urnas, y porque ya se veía venir su primera sentencia definitiva por corrupción.

Con buen criterio, el Presidente pareció abandonar ese diálogo virtual inconducente, que solo la favorecía a ella, cuando fue condenada.

Sin embargo, con el eslogan “kirchnerismo nunca más” y con su deseo de “meterle el último clavo al cajón del kirchnerismo con Cristina adentro” revitalizó, como nunca, a la jefa del PJ. Pero la avalancha de votos bonaerenses –para seguir con las metáforas mortuorias– a quien “sepultó” fue a Milei.

No le fue suficiente al líder violeta ver pasearse muy orondo a Kicillof sobreactuando sobriedad como un presidenciable en Clarín y en el programa de Carlos Pagni. No pudo con su genio en su incursión por Córdoba y volvió a las andadas con su versión más áspera, de lenguaje soez, antikirchnerismo epidérmico y con alusiones directas a la danzante moradora de San José 1111, ayer homenajeada por sus primeros cien días bajo techo.

De paso, al denostarlo, también viene levantando insistentemente a Schiaretti, que debe estar muy agradecido de tanta mención que pavimenta su camino hacia una eventual candidatura presidencial de apuro (acaso Asamblea Legislativa mediante, después de las elecciones de octubre, si son ruinosas para el Gobierno) o en los tiempos electorales normales fijados para 2027.

Milei borró con el codo el tono serio de su efímero discurso del lunes a la noche, aunque con dádivas mezquinas y promesas incumplibles para el año que viene, empezando por un ficticio valor del dólar ampliamente superado en estos días.

Y en Córdoba ni siquiera por cábala fue capaz de evitar corear aquello de “Saquen al pingüino del cajón…”, cántico tribunero de pésimo gusto que tan mal le funcionó en la campaña bonaerense y que tan inadecuado suena en la boca de un jefe de Estado.

Recordémoslo una vez más: el peronismo se fortalece en la adversidad y en la polémica. El discurso antiK continuo, además de hartante y vacuo, es algo que solo fideliza votos en una parte del electorado, aunque cada vez menos en sectores medios y populares. Pero no necesariamente porque se hayan olvidado de sus aspectos más negativos, sino porque votan contra quienes provocan sus nuevas angustias y enojos.

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