Milei y la “chimentización” de la política

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La palabra que más repitió Javier Milei en la maratónica entrevista de casi cinco horas que le concedió a Alejandro Fantino fue “imbécil/es”. Así machacó a los que él denomina “econochantas”, “mandriles” y “ensobrados” o “pauteros” (que es como insulta a los periodistas que lo critican). Ni los feriados del fin de semana larga en curso calmaron sus mensajes flamígeros.

Se agradece, al menos, que Fantino asuma sin disimulos su amistad estrecha con Milei, al que tutea y llama cariñosamente “Javi querido” (cuando no “boludo”, pero en su acepción muchachista, de absoluta confianza, no como insulto). Es un noble acto de franqueza hacia la audiencia, a la que no le vende gato por liebre, como sí lo hacen aquellos que abordan al Presidente desde una fingida objetividad.

Es una pena que el jefe del Estado se muestre tan resentido con quienes la pifiaron al anunciar, de mala o buena fe, que el dólar se dispararía en cuanto se liberara el cepo. A la cabeza de los fallidos agoreros se ubicó Cristina Kirchner, que fogoneó un 30% de devaluación y que pronosticó que el país se dirige hacia un nuevo 2001.

Más allá de los haters profesionales y aficionados que le desearon lo peor, Milei perdió la gran oportunidad de mostrar generosa grandeza en el triunfo. Prefirió, en cambio, exhibirse fuera de eje y frágil ante cualquier objeción.

Es que continúa aferrado a los arranques del volcánico panelista televisivo que fue y que se niega a soltar, y es lo que también le exige su faceta de influencer picante. Ambas situaciones pervierten la investidura presidencial. Lenguaje soez e irritabilidad ante la menor contrariedad no son comportamientos esperables de un estadista genuino.

En la kilométrica conversación con Fantino volvió Milei a manifestar su enorme devoción por la selección campeona del mundo y su director técnico. Debería aprender de ellos la moderación a la hora de ganar y la humildad con que enfrentan las contadas derrotas que sufren. Fortalecería su imagen positiva entre los que ya lo aprueban y sumaría a muchos más que lo observan con recelo y a la distancia por sus modales ásperos y groseros.

Los frecuentes malos modos del Presidente hacia los que no le son incondicionales, sin embargo, no son la causa de la bomba de estiércol que hizo estallar en su programa la bochinchera mediática Viviana Canosa sobre una presunta red de trata de menores, pero hacen juego. Milei no pudo evitar la tentación de meter cuchara en ese fango maloliente en el que se revolean acusaciones cruzadas –algunas, muy serias; otras, puras bobadas en busca de rating precario–, en una guerra sórdida de todos contra todos que enfrenta a artistas, canales de TV, parte de la política y hasta ciertos arrabales de los servicios de inteligencia. “¿Esto será responsabilidad de la bajada de línea del Grupo Clarín o es culpa de Suar-Codevilla?”, se preguntó el primer mandatario con falso candor en la red social X. Milei, como buen mediático que también es, no ignora que las polémicas con Lali Espósito, María Becerra y lo que ahora pueda salir de este nuevo tacho de basura siempre serán menos costosas para él que las que le deparan las noticias político-económicas adversas.

“El espectáculo es la producción principal de la sociedad actual”, ya decía Guy Debord en su célebre libro de fines de los años 60, La sociedad del espectáculo. Y agregaba: “El espectáculo no quiere llegar a ninguna parte que no sea a sí mismo. El fin no es nada; el desarrollo es todo”.

Una vez más, ante la vidriosa saga que abrió Canosa fogoneando una guerra de egos tóxicos y de pecados inconfesables, se comprueba la vigencia de la tesis debordiana.

A falta de ficciones de calidad, que se fueron extinguiendo en la pantalla chica en las últimas décadas, se expande una sórdida epidemia que lo contamina todo. El chimento, que antes era un barrio periférico de la sección Espectáculos, se enseñorea hoy en una centralidad mafiosa que tritura trayectorias y revolea cancelaciones. Pero el fenómeno también se expande en lo que podríamos denominar la “chimentización” de la política. El análisis sesudo cede su espacio al rumor malicioso, al meme burlón, a la chicana barata y a la anécdota intrascendente.

En su libro La civilización del espectáculo, el gran Mario Vargas Llosa, que acaba de dejarnos, ya alertaba sobre la proliferación de un “periodismo irresponsable de la chismografía y el escándalo”.

A Milei lo ofuscó que se hablara tanto de “la foto que no fue”, por el desencuentro con el presidente Donald Trump durante su último viaje relámpago a los Estados Unidos. Es que la “chimentización” de la política induce a reparar cada vez más en detalles secundarios de color que el mismísimo Presidente también suele alimentar desde sus propias redes sociales.

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