Nunca hay que confundir seriedad con solemnidad. Milo J tiene gestos de paisano serio. Uno nacido y criado, con mucho orgullo, en el conurbano bonaerense. Uno que en los últimos tres años ha crecido y vivido por diez o veinte. A los 18, ha estado en varios países pero no tuvo oportunidad de conocerlos. Llega, canta o promociona su trabajo y se va. Su vida es una vorágine, una a la que no se renuncia ni se desdeña. Su vida es un fluir de canciones. Un álbum que este 25 de septiembre llega a los oídos de sus fans, un show en el estadio de Vélez, que agendó para el 18 de diciembre próximo, y tantas cosas más.
A los 15 era el pibe que asomaba la cabeza en las redes con un par de temas y veía con asombro cómo la fama lo tomaba por asalto. Hoy las cosas no son muy diferentes; todo lo que hace genera un magnetismo particular. Para los de su edad, para los de 40 o 50 que disfrutan tanto su versión de aquella hermosa pieza de Bersuit Vergarabat, “Negra murguera” y hasta para todos esos infantes que corean sus canciones sin entender demasiado de lo que hablan, pero son capaces de colmar varios Movistar Arena (acompañados por sus padres), como sucedió meses atrás.
Milo J (es decir: Camilo Joaquín Villarruel) es un distinto dentro de su generación. Porque maneja todos sus códigos, porque levanta como estandarte su lugar de pertinencia, el Oeste bonaerense y la cancha de fútbol de Morón (vive a siete cuadras de allí), pero se las arregla para generar un lenguaje que llega a todo tipo de público. Su voz, grave y cálida, lo ayuda; su cabeza (dice cosas como quien ya hubiera vivido un par de vidas), también.
Faltan horas para que se conozcan las 15 canciones de su nuevo disco, La vida era más corta, el tercero de estudio (si no se cuentan EPs y versiones extendidas). En ese disco hay muerte pero también mucha vida. Hay una marginalidad que abraza de distintas maneras (En Homo Argentum podía hacerlo con su personaje, Axel; aquí con una canción llamada “El invisible”, de Cuti Carabajal). En el disco también hay folclore aunque en su entorno se encarguen de aclarar: “Ojo que no es un disco de folclore”. Y lo cierto es que no se trata de eso. Es un disco de música popular, en un sentido amplio, estéticamente más cercano a su debut discográfico, 111, que al sucesor, 166, que transcurrió en el entorno de la música urbana. Si bien está atravesado por esa fuerza centrípeta de influencias a la que los productores actuales suelen estar muy permeables (de esa labor se encargaron Milo, Tatool y Santiago Alvarado) cada canción puede tener su síntesis en una guitarra y una voz.
-Milo, ¿hay cosas que pasan antes de que tengas tiempo de soñarlas?
-Sí, cuando arranqué no aspiraba a tocar en lugares grandes. Es verdad que pasan muchas cosas que son increíbles y que no tenía como meta, como sueño. Y ocurren. Es un poco loco.
-Tal vez ni tiempo a disfrutarlas.
-Hay cosas que las tengo que ver en video para recordarlas. Cosas de una gira por ejemplo. Era un país distinto todos los días
-¿Cómo llegaste a este disco que, al menos para mí, está más conectado con el primero que con el último?
-Si yo hubiese seguido una línea un poco más prolija y respetando ciertos tiempos en mi carrera, hubiese pasado del primero a La vida era más corta. Pero también creo que éste, sin 166, no podría existir. 166 lo hice mucho más para divertirme pero me dio herramientas o recursos para el nuevo.
-¿De qué habla La vida era más corta?
-Varias cosas. Hay personajes, un pesimismo constante, la verdad, una historia no lineal del deterioro de una persona, pero con un aire optimista, también. Y todo eso tiene un doble sentido. Creo que te enseña a valorar un poco más el presente y lo que te está pasando ahora. No hacer tanta futurología o ser muy nostálgico.
-Bueno, cuando uno escucha “Luciérnaga”, que habla de una abuela que partió, no se queda en el dolor sino en un presente con lo mejor que tuvo esa vida que ya no está.
-Sí, “Luciérnaga” lo escribí para mi abuela, el día que falleció. Eso es muy loco. Hay como un disco uno y un disco dos, que muestra el después del personaje. Y creo el mensaje también se traduce en los feat.
-Participan desde un adolescente como Radamel a Trueno, AKriila, Paula Prieto, Soledad, Cuti y Roberto Carabajal y la voz de Mercedes Sosa, en una vieja grabación que hizo para La Sole. Pero lo más llamativo es voz de Silvio Rodríguez ¿Cómo hiciste para convencerlo?
-Supe que no ha hecho muchas colaboraciones.
-Por eso lo pregunto.
-Cuando terminé el tema pensamos: “Qué bueno sería que lo canten Silvio Rodríguez”. Y salimos a buscarlo. Le mandamos la canción, por lo menos para que la escuche. Ni siquiera para que se sume de una. Me dijo que le había gustado la melodía y me mandó un audio de WhatsApp consultándome el significado de ciertos términos. Le devolví un video de 2 minutos contestándole todas las dudas. La grabó y nosotros produjimos todo. Fue muy orgánico, la verdad.
–¿Quiénes te han dicho no o a qué cosas te dijeron no?
-Normalmente siempre dimos en el blanco, porque tampoco apuntamos a cosas que cabe la posibilidad que no lleguemos a lograr. La del Silvio Rodríguez fue la más arriesgada, porque era mucho más probable que dijera que no, la verdad. En general salgo a buscar cosas de las que me siento capaz. Cuando siento que no se puede, no me enfoco en poner toda la energía para lograr un sí. Y por suerte no muero por colaborar con ninguna artista de mi generación, por ejemplo. Cuando se da, es siempre desde la admiración y el respeto hacia esa persona.
-¿Cantar en Vélez es algo que estabas buscando?
-Justo Vélez no. O sea, necesito un lugar donde meter gente, digamos. Realmente mi sueño era un imposible, la cancha de Morón. Y, por suerte, ya la hicimos y fue una locura. Llevar 30.000 personas a Morón suena más fácil de lo que es. Porque había muchos padres que no dejaban ir a sus hijos. Porque es allá en el Oeste, porque hay un par de villas por ahí. Yo vivo a siete cuadras de la cancha. Ese fue el mayor desafío en vivo. Y Vélez no estaba en mis planes, pero se dio la oportunidad y la agarramos. Es una bendición y estoy completamente agradecido con los fanáticos y con todo el equipo de laburo.
-Además Vélez está en el “oeste” (o donde comienza un Oeste imaginario). Tratás de hacer explícita la pertinencia, con el título del disco 166 [en referencia a la línea de colectivos] o con el colectivo de trabajo Bajowest. ¿La tomás como una especie de refugio?
-Sí, esa es mi familia, la verdad. Varios con los que arranqué haciendo música hoy en día laburan en mi equipo. Entonces, esas cosas siempre te mantienen en pie por muchas locuras que vivas. Lo que más tenés que valorar es con quién viviste las cosas. Está rebueno compartir con tus amigos de toda la vida o con tu familia. Lo más importante es por quién uno está acompañado cuando le pasan las cosas.
-¿Hay cosas que te asustan?
-Normalmente, lo que más asusta a los pibes es la masividad. Me refiero a los pibes que la pegan de un día para el otro. La masividad temprana es lo que asusta bastante. Ahora no lo siento. Ya pasé eso a lo que le tenía miedo. Estoy disfrutando de lo que me está pasando y sigo con el equipo que tengo, que es mi familia. Nos vamos a bancar toda la situación que nos tengamos que bancar. Pero sin miedo, ¿no? Todo lo que nos pasan lo merecemos.
-¿Pensás en esa franja de público tan grande que te escucha? Especialmente en caso de que sientas algún compromiso hacia los más chicos, con lo que tenés para decir.
-El público de diez años para abajo realmente no lo tengo completamente contemplado y no sé cuanto es. Hay otro público que creció conmigo, que tenía 15 cuando yo tenía 15 y es el que ahora tiene 18. Por defecto, sos voz de esa generación y tenés que ser consciente de qué mensaje querés transmitir. No solo por influenciar bien o mal sino porque realmente esté bueno lo que querés transmitir. Obviamente que con los más chicos hay que ser mucho más cuidadoso.
-¿Pensás en la convocatoria que tenés, incluso dentro del ambiente musical? Con la gente del folklore, por ejemplo, a partir de FAlklore.
-Sí, eso fue una idea que llevamos nosotros y así conocí a muchos de mis ídolos. Hoy soy amigo de Cuti y de Roberto. Nos juntamos varias veces. No sé francamente qué sentirán ellos para conmigo. Amo a esos tipos y son de mis artistas favoritos, la verdad. Siento que no forzar nada también da espacio a que pasen ciertas cosas. A menos que sea algo necesario, yo nunca salgo a buscar y eso creo que el otro también lo percibe. El amor a la música es más grande que tus ganas de llevar gente a los escenarios. Y eso que tus ganas de llevar gente a los escenarios es grandísima. En los folcloristas lo veo mucho.
-¿Por qué la aclaración “no es un disco de folclore”?
-Porque no agarré al folclore como concepto ni como fin, sino como recurso.
-¿Salís pensando adonde querés llegar o el camino se hace al andar?
-Camino al andar. Puro feeling.
-¿Quién es ese niño que aparece casi al principio del disco?
-No soy yo. Aunque hay ahí historias personales y de allegados. El disco tiene testimonios de varias almas, de varias personas, de varios lugares. De hecho, el nombre completo originalmente es La vida era más corta como historia no lineal y testimonio de los otros cuerpos. Es una historia no lineal, no cronológica. Un rejunte de cosas. En eso tiene un espíritu muy urbano: no te cuenta una historia pero te transmite un mensaje.
– Encuentro de las dos, porque temas como el de Cuti Carabajal, sobre una familia de cartoneros, tiene una historia. Y marcás posición al cantarla.
-Sí, 100 por cierto. Para mí es un orgullo cantar una canción escrita por Cuti. De hecho, cuando vinieron al estudio se pusieron a guitarrear y habrán cantado como tres canciones increíbles antes de “El invisible”. Pero sabíamos que la canción que íbamos a grabar tenía que ser esa.
-La historia de un hombre que no sabe leer ni escribir pero al que todos le van a pedir su voto…
-Sí, y cuando ves lo que está pasando no estás haciendo política. Estas relatando simplemente la historia de un cartonero. Hoy en día por cualquier cosa te dicen: estás hablando de política. Y a veces solo estás hablando de la realidad. Siento que es la historia de muchas personas también.
-El riesgo siempre está, Milo. ¿Sabías en lo que te podías estar metiendo cuando te cancelaron el show gratuito en la Ex Esma, para presentar la versión Deluxe de 166? ¿Qué te dejó toda esa situación?
-Sabía en dónde nos estábamos metiendo perfectamente. Pero si no querían que se hiciera lo podrían haber cancelado dos semanas antes, sin dejar que pusiéramos el escenario. Fue un poco raro que vinieran cinco chabones de traje el mismo día, con una carta documento y nos cancelen. Y lo que me enseñó esto es que, en 2025, es muy difícil hacer un show gratis financiado por vos mismo. Eso aprendí, no lo voy a hacer más, ya está. Me quedó la frustración, estuve muy mal después de lo que pasó. Me fui de gira y corté. Me hubiera gustado presentar el disco el mismo día de la salida. Pero bueno, después hicimos los Movistar Arena.
¿Tenés alguna canción preferida en este repertorio?
-“MmmM” porque soy muy fanático de Paula Prieto y ese tema me pone los pelos de punta. “Canción del jangadero” porque ya me puedo retirar de la vida tranquilo sabiendo que ahí está la voz de Mercedes Sosa. Casi me hace llorar y yo no lloro con las canciones. Y “Niño”, que es como una piña en la panza, a los sentimientos, a todo. Fue muy lindo hacerla. Y me pareció divertido encontrarle un plot twist [giro argumental en la trama] cuando es el padre, muerto, que le habla desde el cielo.
-También hay otra que titulaste “Radamel” simplemente con el nombre del más joven de tus invitados.
-Sí porque siento que define muy bien cómo conocía a Radamel.
-¿Querías darle un empujón artístico?
-No necesariamente. Tenía ganas de que la gente supiera quién es el que está cantando.
-Muchos de los que empezaron como vos, a los 15 o antes, tuvieron padrinos artísticos: Soledad, Abel Pintos Luciano Pereyra. No fue tu caso.
-No, supe abrirme camino solo, la verdad. Soy una persona solitaria. Y, por suerte, la gente se sintió identificada con mis temas muy rápido. Mi primer feat fue “Dispara” Con Nicki [Nicole] y ya tenía dos o tres hits en solitario. Igual me parece perfecto y súper divertido tener un padrino artístico. Me da curiosidad lo que hubiera sido tenerlo.