Mirco Cuello tuvo todo servido y lo aprovechó: es campeón mundial interino de los plumas de la AMB

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El santafesino Mirco Cuello (57,150 kilos) se consagró como 43° campeón mundial de boxeo argentino. La conquista de la corona interina de los plumas de la AMB obtenida en una geografía tan extraña como peculiar para el boxeo internacional, Benghazi, Libia, con un categórico KO en el segundo round al mexicano Sergio Ríos (57,150), un semifondista invicto en 19 peleas que fortuitamente logró clasificación mundial (15°), fue inobjetable.

Cuello no tuvo mayor oposición y aprovechó todos los pasajes favorables que le brindó el match. Sus golpes fueron imparables, y tras derribarlo dos veces, tumbó al rival con una serie de ganchos al cuerpo que quebraron a Ríos ante la cuenta del árbitro puertorriqueño Robert Ramírez.

Un zurdaoz de Cuello al mexicano Sergio Ríos, a quien volteó tres veces en Libia.

Cuello, de 24 años, con 16 victorias consecutivas y 13 KO, buscó un desenlace rápido y sin fricciones. Inteligente y útil para solidificar –más aun– la recuperación de su fisura de mandíbula que recrudeció en su última pelea, frente al mexicano Cristian Olivo. Y esto también constituyó un logro importante que quizás pocos valoren. El cuidado de su físico y la recuperación de una lesión crucial en boxeo.

Con una carrera hábilmente diagramada por su equipo, Sampson Lewkowicz como promotor y Mariano Carrera y su padre, Darío Cuello, como entrenadores, se encontró prematuramente con una porción de la corona de los 57,125 kilos que está en poder del inglés Nicky Ball, dueño de un par de jinetas superiores a las de su historial. Escoger el momento ideal para unificar el cetro será una misión esencial para sus conductores, que deberán extender al máximo tal plazo, procurando mayor experiencia y rodaje en el flamante campeón, constituido ahora el “escudero” perfecto de Fernando Martínez, líder del pugilismo nacional.

Memorias de un recorrido intenso

Nació en Villa Constitución, pero se siente un hombre de Arroyo Seco de toda la vida. Esa es su carta de presentación. Ya a los 8 años andaba metido en el deporte, intercalando artes marciales, fútbol y algo de boxeo. Se convirtió en un niño raro para sus compañeros de escuela cuando hizo su primera exhibición boxística estando en cuarto grado y en las páginas del “diario del pueblo”. El niño boxeador que jamás se peleó en un recreo.

Se enamoró del boxeo viendo a su padre entrenar a Eliana, su hermana mayor, que sería pugilista profesional. Se metió en el gimnasio, se alejó de los libros y, más allá de algún intento laboral en un taller mecánico o acompañando a su padre al trabajo de pintor, rápidamente fue capturado por los certámenes juveniles.

Con 16 años viajó por primera vez a Estados Unidos, combatió en un torneo juvenil de Chicago y fue subcampeón. Luego compitió en India, y siempre recuerda cómo saltaban los monitos de árbol en árbol y los picantes en la comida de ese país. Toda esa experiencia lo llevó a ganar la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de la Juventud Buenos Aires 2018, con familiares y su primer hijito en las tribunas. Entonces, se hizo conocido y popular. Rindió muy bien en los Juegos Olímpicos de Tokio, en 2021, pero siempre reconoció que su mejor actuación en el amateurismo tuvo lugar en Estambul, Turquía, donde ganó un certamen internacional.

Después vino lo demás. El profesionalismo, las peleas cuidadas en Estados Unidos y el aprovechamiento de las oportunidades. Callado, de pocas palabras, periodísticamente difícil. De la escuela de campeones no declarantes, como Marcos “Chino” Maidana y Pedro Décima. Escapa del ruido y de las cámaras. Ahora comenzó su era. Su tiempo de exposición, que poco lo inquieta, poco lo entusiasma.

Festeja Cuello con el cinturón de los plumas de la Asociación Mundial de Boxeo, en Libia.

Habrá mil conjeturas sobre el valor de los interinatos. Sobre todo, los “prefabricados”, como éste. Y contra aspirantes como Ríos. En un tiempo vacío de purismos, Cuello no dejó pasar la oportunidad, y no siempre se logra esto. Aprovechó todo: agigantó el poder de sus golpes y su característica de noqueador. Fortificó el historial mundialista de nuestro pugilismo y se ganó todo eso con esfuerzo y disciplina, como cuando pisó por primera vez un gimnasio, siendo un niño, en su querido Arroyo Seco.

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