La noche del lunes, la intersección de las avenidas Crovara y General Paz pareció rendirse ante un solo espectáculo: el icónico Circo Rodas reabrió sus puertas con una gala estelar que anunció el inicio de su esperada temporada de invierno. Bastó que las luces de la gran carpa se encendieran y que el bullicio se apoderara del aire para que el público supiera, antes de que sonara la música, que sería una noche en la que los recuerdos y la emoción viajarían de la mano.
Entre el destello de los reflectores emergió una figura que resume, mejor que cualquier discurso, la persistencia de un oficio y de una era. Mirtha Legrand, vestida de negro brillante y envuelta en un tapado animal print, avanzó hacia su lugar en la primera fila bajo una lluvia de aplausos. Varias figuras la buscaron para estrecharle la mano, obtener una fotografía y compartir, aunque sea por unos segundos, la luz que desprende en cada evento. Y desde allí, la diva contempló el espectáculo como si fuera la custodia de una tradición y en su rol de madrina de la compañía.
Hubo una sucesión de saludos, abrazos y selfies. No faltaron los nombres que pueblan la farándula argentina de antes y de ahora: de Moria Casán, Pepe Cibrián y Hernán Piquín y los finalistas de Gran Hermano —Luz, Tato y Ulises—fueron parte de una velada que tejió un puente entre las generaciones del show. El desglose de la alfombra roja de esa noche incluyó al diseñador Roberto Piazza, Vanina Escudero, Soledad Solaro, Fabián Medina Flores, y los productores Aldo Funes y Norberto Marcos.
Detrás del brillo y los trajes de gala se agazapa otra historia: la de un circo con más de cuatro décadas de presencia ininterrumpida y que, después de una maratónica gira por Santa Fe, Tucumán, Salta, Jujuy, Santiago del Estero y Córdoba, retornó a la capital como un ejército de acrobacias, magia y nostalgia.
El auténtico poder del Rodas reside en su capacidad de mutar: pionero en su rubro, fue el primero en transformar el circo tradicional argentino en un “music hall” pleno de coreografías ambiciosas y cuerpos en movimiento. En sus épocas iniciales, la compañía reunía a más de 200 empleados y logró convertirse en una especie de coloso itinerante de la fantasía. Por su pista, pasaron artistas que marcan la memoria colectiva: Pipo Pescador, Carozo y Narizota, Raúl Portal, Flavia Palmiero, el “Mago Emanuel”, y figuras más recientes como el “Bicho” Gómez y Flavio Mendoza.
El sonido del público fundiéndose en carcajadas o reteniendo el aliento funciona como un reloj sin agujas; las edades se disuelven, los niños se contagian de la dicha de los adultos y los más grandes reviven la maravilla de sus primeras veces.
Marcelo López, actual responsable de la troupe, mantiene la consigna fundacional: devolver la magia, la ilusión y la destreza al espectador de hoy, sin olvidar el legado. El Rodas invita a una experiencia sensorial directa, en la que el peligro de la acrobacia y la gracia del payaso conviven bajo la misma lona.
En medio de la fiesta, Pepe Cibrián ofreció una promesa inesperada. De pie, al costado de la pista, se acercó a un pequeño grupo de periodistas: “En breve, vamos a fusionar los espectáculos de Drácula: La Resurrección y el Circo Rodas”, anunció, con una entonación tan teatral como la noticia misma. Será una mezcla de universos, un homenaje a la historia y a la fantasía.
Una declaración así solo encuentra sentido en un escenario donde nada parece imposible. Como hace treinta años, cuando su “Drácula” llegó al Luna Park, como ahora para celebrar su aniversario y volver a recordar, al menos por un instante, que hay noches en las que la realidad suspende su escepticismo.
La risa encadenada a una pirueta, la mano de una diva saludando desde la platea: el Circo Rodas, con su maquinaria de ilusión y sus estrellas de todas las épocas, festejó el arte de no dejar morir lo asombroso.