Motines, fiebre amarilla y beneficencia: la historia del desaparecido Asilo de Huérfanos de Balvanera

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En medio de un país en expansión –“granero del mundo”– y la primera gran ola de inmigración europea, entre los años 1856 y 1886 la Argentina tuvo que enfrentar el arribo frecuente de enfermedades letales para la época como el cólera y la fiebre amarilla. Esta última había arribado a Buenos Aires en los barcos provenientes desde la costa de Brasil (dónde era endémica), pero la epidemia de 1871 fue un verdadero cambio de paradigma para la ciudad y el problema del hacinamiento urbano. El brote de 1871 habría provenido de Asunción, portada por los soldados argentinos que regresaban de la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870), dejando un saldo de 13.614 personas fallecidas sobre una población de 187 mil habitantes (según la Asociación Médica Bonaerense), solo en la capital porteña.

Las consecuencias del conflicto bélico y las epidemias añadieron una crisis adicional: la presencia de menores abandonados, producto de familias desestructuradas por estos flagelos. Los niños, en su mayoría huérfanos, deambulaban por las calles empujados a un estado de mendicidad, sin ningún tipo de amparo por parte de la autoridad oficial. Fue entonces cuando la beneficencia se convirtió en un ejercicio habitual, comprometida con el panorama social que pedía una solución inmediata. La necesidad de rescatar a estos “chicos de la calle” de los peligros de crecer sin la contención y los límites que establece una familia constituida o la educación escolar, dio origen a instituciones de distintas características, como el Asilo de Huérfanos, en el barrio de Balvanera.

El desaparecido asilo de huérfanos de 1871

El asilo de Balvanera

Para mediados del XIX, Balvanera ya era considerada un suburbio de Buenos Aires, con una población estimada de más de 3625 habitantes, según un censo del año 1836. El barrio de quintas (pequeñas fincas), al borde de la ciudad, se convirtió en el ambiente ideal para la planeación y construcción de un gran hospicio de dos manzanas de extensión, que albergaría a los varones desamparados. Las nenas, por su parte, ya tenían su lugar asignado en el Asilo de Niñas, consolidado provisoriamente en una escuela de la Sociedad de Beneficencia, ubicada en la calle Piedad (hoy Bartolomé Mitre) y esquina de Ombú (hoy Pasteur), que más tarde se trasladó a la llamada residencia Bollini.

El predio elegido para el asilo, ubicado en México 2650 –en la manzana encerrada por las calles Saavedra, Jujuy e Independencia–, pertenecía a Adolfo Van Praet, uno de los directores del primer ferrocarril y padre de una de las integrantes y presidenta de la Sociedad de Beneficencia; entidad que por entonces se ocupaba del bienestar de los pequeños, a falta de una contención gubernamental. Las obras comenzaron en 1869, y mientras el arquitecto, ingeniero y urbanista Pedro Benoit, quien jugó un papel fundamental en la creación del partido de Merlo y el vecino pueblo de Santa Rosa de Ituzaingó (hoy Ituzaingó), llevaba a cabo la construcción del futuro Asilo de Huérfanos, los varones fueron acomodados en la quinta que el doctor Emilio Guido había alquilado durante la epidemia, en las calles Alsina y Virrey Cevallos.

El gobierno de la provincia, bajo la administración del Dr. Emilio Castro, finalmente se involucró y nombró a un comité de cinco caballeros para atender a los varones. Así, ambas residencias (Guido y Bollini) siguieron funcionando por separado durante dos años –esta vez, con la ayuda de fondos públicos– hasta la culminación del edificio de la calle México en 1871. En abril de 1872, las niñas y los niños de ambos hogares fueron trasladados al nuevo Asilo para Huérfanos: “Una pesada lluvia, que había caído desde la noche previa y había obligado a la suspensión de muchos entretenimientos, no impidió a las inspectoras intentar el viaje hacia el orfanato, para llegar al cual debían cruzar calles casi impasables, enormes pantanos y verdaderas lagunas. Sin embargo, Dolores Pacheco y la Sra. Lavalle salieron para entretener a los huérfanos de la fiebre amarilla. El viaje fue terrible y penoso, la buena voluntad y la habilidad del conductor no pudieron evitar atascarse en el barro y tuvo que pedir varias veces ayuda para desencajar la berlina. Al fin llegaron, y atrás de ellas dos carruajes más se detuvieron en el asilo, la familia Klein con su pequeño hijo traían juguetes para los huérfanos; sus padres los estaban iniciando en el significado de la vida mediante un acto de caridad hacia los pobres”, escribió Alberto Meyer Arana en su libro La Caridad en Buenos Aires (1911), sobre las complicaciones del traslado por el arrabal.

El desaparecido asilo de huérfanos de 1871

Solo huérfanos de la fiebre amarilla

El asilo solo admitía a huérfanos de padre y madre que hubieran muerto a causa de la fiebre amarilla. Los niños estaban separados por género en dos grandes departamentos y, además de prestar servicios como hogar de tránsito, se impartían cinco grados de enseñanza elemental, cuyos exámenes se rendían ante representantes del Consejo Escolar. En 1889, el hospicio sumó la formación en oficios como carpintería, zapatería, fotografía, sastrería y costura; y en 1891, gracias a la donación de don Raúl Videla Dorna, se crearon nuevas instalaciones destinadas a alumnos no videntes. Además, en la intersección de las calles México y Jujuy se hallaban las habitaciones ocupadas por los jóvenes mayores de dieciséis años, una suerte de pensión donde se les daba almuerzo y cena hasta que consiguieran cierta estabilidad laboral y pudieran independizarse.

La obra uruguaya

Según los registros, en 1888 el asilo hospedaba a 428 niños; pero para finales de la década del treinta, los internos superaban el millar bajo los cuidados del escaso personal, un primer signo de la decadencia y el abandono que se avecinaban. A pesar de todo, el Asilo de Huérfanos de Balvanera fue una institución modelo para la época, gracias a su sistema organizacional y la formación de oficios. En uno de los informes de las damas de la Sociedad de Beneficencia se lee: “La enseñanza profesional en los talleres es eminentemente práctica; los alumnos adelantados están en condiciones de ejecutar una obra completa de su ramo, los principiantes son auxiliares de los maestros y oficiales iniciándose con la observación y la práctica de trabajos sencillos”. También escondía sus miserias.

El motín de los huérfanos

El 17 de diciembre de 1902, pasadas las nueve de la noche, un grupo conformado por aproximadamente 40 niños y jóvenes del asilo provocaron un apagón y se apoderaron del lugar, destrozando todo a su paso, en medio del barullo y los reclamos por sus derechos. María Marta Aversa, doctora en historia y docente e investigadora de la Universidad de Buenos Aires, escribió al respecto en su tesis de doctorado, dando cuenta que estos pequeños internos “trabajaban en relación de dependencia en fábricas, talleres y comercios, entrando en contacto con patrones, dueños y capataces. Otros, lo hacían bajo arreglos informales y personales que terminaban por ubicarlos en casas de familias o en dependencias estatales”.

Aquel día, ante los crecientes disturbios, los empleados del asilo dieron aviso a la policía que, al llegar al lugar, chocó de frente con la resistencia de los jóvenes que, aparentemente, reclamaban ante una posible “reestructuración de la organización interna del asilo, la destitución del antiguo rector, el presbítero Pedernera, la eliminación de algunos talleres y la expulsión de los internos mayores de 18 años”. ¿Su mayor temor? Tener que abandonar la institución antes de encontrar un empleo que les permitiera mantenerse por sí solos, en sus propias palabras: “Que se les avise con tiempo, un mes antes, por ejemplo, para que cada uno pueda buscarse una colocación cualquiera”.

El desaparecido asilo de huérfanos de 1871

Según el texto de Aversa, tras el motín se llevó a cabo la reestructuración de los talleres y la redacción de un nuevo reglamento interno. Entre las sanciones y las medidas que se tomaron, “para los mayores de 18 años se daba por terminada la tutela y el asilo, pero se mantenían las relaciones laborales en los talleres de productos y servicios. Otros nueve niños fueron puestos a disposición del juez de menores, y algunos pocos fueron colocados en el Regimiento de Infantería como aprendices de músicos en la banda del batallón”. A pesar de los ‘correctivos’, la mayoría de los jóvenes acusados lograron mantener su vínculo laboral o sus posibilidades a futuro, dejando también en evidencia los deplorables engranajes del ecosistema del trabajo urbano infantil.

Crónica de un final anunciado

Tanto la Sociedad de beneficencia como el asilo desaparecieron para el año 1948, cuando en el mismo predio comenzó a funcionar una escuela fábrica (antecedente de las escuelas industriales) y la Plaza Sargento Cabral, renombrada José María Velasco Ibarra. Hoy, el lugar está ocupado por la Escuela primaria Dr. Guillermo Correa, la Escuela Técnica N° 25 Tte. 1° de Artillería Fray Luis Beltrán y el Instituto Nacional de Educación Técnica (ex CONET). Del viejo edificio tampoco quedaron vestigios, ni el zaguán que conducía al patio octogonal ni la fuente de mármol de Carrara, tampoco del púlpito de la capilla, una réplica exacta del que se encuentra en la Parroquia de San Cristóbal. La importancia del Asilo de Huérfanos solo permanece en algunas páginas de los libros de historia, y en el recuerdo de los chicos ya crecidos que encontraron allí la contención necesaria.

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