El recorte de fondos, la falta de ingresos a la carrera de investigador y la imposibilidad de incorporar becarios generan preocupación en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), que enfrenta en estos días momentos de incertidumbre por la definición de su futuro por la reforma que promueve el gobierno de Javier Milei. En medio de sus horas decisivas, los investigadores de carrera cuentan que la salida de profesionales altamente formados, por retiro voluntario, ya redujo la capacidad operativa de las diferentes estructuras organizativas específicas dentro de la institución que se encarga de realizar investigaciones y desarrollar tecnologías en el organismo. Los científicos advierten que, si no se revierte la situación, el impacto será duro y comprometerá el desarrollo científico aplicado a la industria alimentaria argentina.
Uno de ellos es Sergio Vaudagna, quien hoy es director del Instituto de Tecnología de Alimentos del INTA, con una carrera en el organismo desde principios del 2000. Ese instituto se dedica a la investigación, desarrollo y transferencia de tecnologías para mejorar la calidad, inocuidad y valor agregado de los alimentos. El experto reflejó su preocupación por la pérdida de capital humano a partir de las modificaciones que busca el ministro de Desregulación y Transformación del Estado, Federico Sturzenegger.
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A finales de 2017, el INTA y Conicet firmaron un convenio para la creación de Unidades Ejecutoras de doble dependencia, para profundizar las acciones de investigación, la transferencia de los resultados al medio socio-productivo y la formación de recursos humanos. En ese mismo edificio funciona el Instituto de Ciencia y Tecnología de los Sistemas Alimentarios Sustentables, una unidad ejecutora del INTA-Conicet, donde también es director.
“Trabajamos en distintos ejes vinculados a la ciencia y tecnología de los alimentos: inocuidad, calidad, nutrición, innovación en productos y procesos de la industria alimentaria. También desarrollamos estrategias para reducir pérdidas y desperdicios de alimentos, y aprovechamiento de subproductos”, contó sobre las funciones.
Así como otros científicos entrevistados por LA NACION, resaltó que lo más valioso que tienen son los recursos humanos: investigadores y becarios. “No solo generamos conocimiento y transferimos tecnología, sino que también formamos y capacitamos talento”, subrayó. El retiro voluntario que se dio a fines del año pasado afectó seriamente al organismo y el instituto: perdimos investigadores valiosos, lo que redujo nuestra capacidad de ejecutar proyectos, de formar nuevos recursos, de dirigir becarios. “La formación de un investigador no se reemplaza fácilmente. Su trayectoria y conocimiento son claves para que los grupos se mantengan competitivos: para acceder a financiamiento, firmar convenios con empresas, dirigir tesis, formar nuevos científicos, que se vaya una persona formada del instituto te limita“, narró.
“Muchos de nosotros somos investigadores de INTA y Conicet, lo que nos permite incorporar becarios a través de Conicet, pero hoy ese canal está casi cerrado. No hay ingresos a la carrera de investigador, las becas son escasas, y los fondos para investigación están muy restringidos, tanto desde la Agencia Nacional de Promoción Científica como del mismo Conicet. Cuando se va gente por retiro voluntario, ya no tenés mecanismos para reemplazarla. Y, además, se complica retener al personal que ya tenés», dimensionó.
“En el retiro voluntario anterior se fueron tres personas con formación de posgrado. Aquí más del 90% de los investigadores tienen título de posgrado: doctores o magísteres. No es solo un problema operativo; es un problema de crecimiento. Los grupos de trabajo crecen cuando incorporan recursos humanos, generalmente becarios que luego hacen doctorados. Acá la mayoría se forma a ese nivel, no solo maestrías», completó.
Esto les permite tener más capacidad de trabajo, acceder a financiamiento y mantener convenios con empresas. Trabajan en red con otras unidades del INTA, por ejemplo, para evaluar cómo impactan distintos sistemas productivos en la calidad de los alimentos. “Nosotros analizamos carne, leche, frutas, etc. También trabajamos con centros del Conicet, universidades y, muy especialmente, con el sector privado. Desarrollamos metodologías analíticas para evaluar la viabilidad de microorganismos, autenticidad de carnes con biología molecular, o yogures funcionales con lípidos nanoencapsulados. También creamos una aplicación llamada ‘Leche’ para promover buenas prácticas en los tambos», enumeró.
De ese ente participa un investigador que integra el comité de expertos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) para la evaluación de riesgos de alérgenos en alimentos. “Tenemos gente especializada en bienestar animal, que desarrolló protocolos hoy aplicados en la producción ganadera. Incorporamos tecnologías de procesamiento, inteligencia artificial, impresión 3D: todo lo que implica Alimentos 4.0″, contó. Estas investigaciones las realizan con empresas del sector privado, a través de convenios de I+D, asistencia técnica y transferencia de tecnología. “Estamos en permanente producción y desarrollo”, complementó.
Resaltó que trabajan con una empresa que produce equipos para generar agua electroactivada. Es un producto con capacidad antimicrobiana, útil para extender la vida útil de frutas y hortalizas. “La empresa desarrolló la aplicación y nosotros evaluamos su aplicación en los diferentes alimentos. En general, lo nuestro es investigación aplicada. Abordamos problemas reales del sector productivo o tendencias internacionales que sabemos que van a impactar en Argentina en la industria alimentaria”, dijo.
El principal problema que ven hoy es cómo reemplazar a quienes se fueron y cómo retener a los investigadores que están. “La gente que hace ciencia y tecnología sabe que los sueldos del sector público no son equiparables a los del sector privado, pero se está limitando la posibilidad de desarrollo de carrera de la gente en el futuro”, planteó.