En un ámbito históricamente dominado por hombres, fue una mujer la que dio el primer gran paso: Bertha Benz no solo se convirtió en la primera persona en realizar un viaje de larga distancia en auto, sino que también fue mecánica, estratega y, sin saberlo, pionera del marketing automotor.
En 1888, recorrió 180 kilómetros —junto a sus dos hijos— desde Mannheim hasta Pforzheim (cerca de Stuttgart, en el suroeste de Alemania), en un trayecto que le tomó 12 horas y que marcó un antes y un después en la historia del transporte. Su objetivo no era solo visitar a la abuela: quería demostrarle al mundo que el invento de su esposo, Carl Benz, funcionaba. Y lo logró.
Lanzan al mercado el primer auto volador y revolucionan el transporte mundial
Unos años antes, en 1885, Carl Benz, prodigioso ingeniero alemán, había terminado su primer vehículo: un carruaje de tres ruedas con motor, rudimentario pero revolucionario. Al año siguiente obtuvo la patente, pero nadie se animaba a probarlo ni era muy popular. Muchos lo llamaban “el carro embrujado”, porque no era tirado por caballos. Tenía un motor de un cilindro de 954 cm³, 0,75 CV de potencia, y una velocidad máxima de 16 km/h. Era un triciclo con estructura de acero, paneles de madera y ruedas de goma maciza. Lo que hoy parece un artefacto de museo, entonces parecía un disparate.
Bertha, que no solo lo acompañó en el proyecto en lo personal sino también económicamente —con dinero que consiguió de su padre—, decidió que había llegado el momento de actuar. Sin pedir permiso y aprovechando un día en que Carl no estaba en casa, dejó una nota que decía: “Nos vamos a Pforzheim a ver a la abuela”. Cargó el vehículo, subió a sus hijos y emprendió la travesía.
La ruta no fue sencilla. En aquel entonces, no existían estaciones de servicio. La “ligroína”, un derivado del petróleo utilizado como combustible, solo se vendía en farmacias. Por eso el recorrido, que hoy se puede hacer en 90 km, fue de 180: necesitaba asegurarse paradas estratégicas para recargar.
Además, el viaje estuvo plagado de contratiempos mecánicos: fallas en la válvula, en la cadena de transmisión, en las ruedas y en el sistema de arranque. En cada pueblo buscaba a un herrero o intentaba repararlo ella misma con los conocimientos adquiridos en el taller de su padre. Así, entre improvisaciones y soluciones ingeniosas, avanzó.
La llegada a Pforzheim fue el punto cúlmine de una proeza que, más allá del trayecto físico, fue una jugada maestra de promoción. En cada localidad por la que pasaban, el vehículo captaba todas las miradas. La gente hablaba, preguntaba, se maravillaba. Bertha estaba haciendo la mejor campaña publicitaria para el Benz Patent-Motorwagen.
Para el regreso, no solo mejoró el recorrido, sino que tomó nota de todos los fallos para que Carl pudiera corregirlos. Ese viaje no solo alivió las dudas del público: le dio al automóvil el impulso social que necesitaba para despegar. Hoy, 137 años después, la hazaña de Bertha sigue viva. Existe una ruta turística que sigue sus pasos, llamada Bertha Benz Memorial Route, que recorre el camino entre Mannheim y Pforzheim. Más que un homenaje, es una forma de recordar que el automóvil moderno, como muchas otras revoluciones, también fue impulsado por una mujer que se animó cuando nadie más lo hacía.