NBA: ganó Oklahoma City y el gran campeón fue el nuevo modelo de construcción de equipos… y de negocios

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Fue una temporada fuera de lo común. Oklahoma City Thunder es el nuevo campeón de la NBA. Un ganador distinto a los que dominaron la competencia en los últimos años, pero también diferente por su estructura y por el modo en el que alcanzó el éxito. Sin caras conocidas para aquellos que no son fanáticos y seguidores habituales del básquetbol.

Hubo un solo (y justo) vencedor, pero esta edición de la competencia bien puede ser explicada por los dos finalistas. Porque se consagró, también, un modelo de construcción de equipos. ¿Será el que comience a dominar en las proyecciones de los dueños de las franquicias?

Oklahoma City Thunder con el trofeo de la NBA; todos para un mismo objetivo; un equipo que siempre estuvo por delante de las grandes individualidades

El líder de Oklahoma City Thunder es el canadiense Shai Gilgeous-Alexander, que está 34° en la lista de jugadores mejores pagos. La estrella de Indiana Pacers es Tyrese Haliburton, que figura en el puesto 21 de esa misma nómina. Durante mucho tiempo prevaleció la lógica de los “super teams”, los equipos que combinaban dos o tres All Star. Apuestas muy costosas, que empujaban a las franquicias a pagar impuestos de lujo. Alternativas que salieron bien en algunas ocasiones, pero resultaron en grandes fracasos en otras.

Este año dominaron los que no tienen estrellas rutilantes ni carismáticas. En el momento más dramático de esta extensa serie al final de siete encuentros (OKC venció 4-3 como local), cuando Haliburton se rompió el tendón de Aquiles y abandonó la cancha sin poder dejar de llorar, la lógica indicaba que el partido estaba terminado.

Sin embargo Indiana sacó a relucir su espíritu colectivo y le dio pelea al Thunder. Recién en el último cuarto esa ventaja de no tener a un titular decantó el resultado en favor de los locales.

Frente a frente, Tyrese Haliburton y Shai Gilgeous-Alexander, dos estrellas de bajo perfil que lideraron equipos finalistas de la NBA

Basquetbolistas utilitarios, juego utilitario

Hay, en primer lugar, que hablar del juego. OKC es un equipo esculpido por las manos del vicepresidente Sam Presti. En los Estados Unidos hablan de la versión 2.0 de la dinastía que los Spurs crearon en los 2000, con el tridente que componían Tim Duncan, Manu Ginóbili y Tony Parker. Presti fue el que sugirió en 1997 que San Antonio contrate al bahiense, cuando nadie lo conocía en los Estados Unidos.

“Estos jugadores tienen un espíritu en la forma en que juegan. Tienen un compromiso de equipo por encima de todo. Tienen una dureza y competitividad inherentes”, se entusiasma el directivo.

Desde 2021 la franquicia trazó una línea respecto de lo que pretendía. Ese año obtuvo seis posiciones del draft, y aunque de esas selecciones sólo permanece Aaron Wiggins (55° puesto), lo que empezó a verse es una conducta en el armado del plantel. Al año siguiente fueron cuatro los elegidos y tres de ellos son piezas decisivas: Chet Holmgren (2°), Jalen Williams (12°) y Jaylin Williams (34°).

Chet Holmgren y Pascal Siakam

Gilgeous-Alexander llegó en un intercambio con Paul George en 2019, cuando tenía 21 años y había terminado en el sexto puesto de la votación por el Rookie del año, con promedios de apenas 10,8 puntos por partidos.

La última incorporación, Alex Caruso, un jugador de rol, menospreciado, pero altruista. El veterano (con apenas 31 años), en un plantel tan joven. El símbolo de lo que se pretende de todo el grupo.

Los Pacers también apostaron por un intercambio que generaba dudas y contrataron a Haliburton para dejar ir al lituano Domantas Sabonis en 2022. Extraña elección para un líder. Poco anotador en la era de los tiradores, y con muy bajo perfil. Es más, lideró la encuesta del “jugador más sobrevalorado” de la NBA, realizada por el medio The Athletic, y en la que participaron los mismos basquetbolistas de la competencia.

Tyrese Haliburton ni siquiera fue respetado por sus colegas de la NBA, que lo eligieron como el más sobrevalorado de la competencia

Indiana ya contaba con un pivote irregular como Myles Turner, elegido en el draft en 2015, y la adhesión del camerunés Pascal Siakam en 2024. También un par de picks del draft extranjeros en 2022: los canadienses Bennedict Mathurin (6°) y Andrew Nembhard (31°). Y, el símbolo de la entrega y altruismo del equipo es el veterano TJ McConnell, de 33 años. El “Caruso de Indiana”.

Pese a que había alcanzado la final del Este en 2024 (fue barrido por Boston), muy pocos hubieran apostado por los Pacers en la final.

En resumen, son dos equipos sin jugadores de cartel y con muchos puntos en común. También desde el juego. Primordialmente los defensivos, con un espíritu de lucha y compromiso envidiables.

Especialmente Oklahoma City, que despliega una sinfonía de cambios de marcas, ayudas, rotaciones… A veces dan la sensación de ser caóticos, y tal vez lo sean. Y también hubo quejas de lo permisivos que los jueces fueron este año con su juego físico algo exagerado. Pero la voluntad y el compañerismo son conmovedores.

Obi Toppin es acorralado por la asfixiante defensa de Lu Dort y Aaron Wiggins, de OKC

Lo mismo que Indiana, cuando se entrega como en el sexto juego de esta final, con una convicción para la lucha, una coordinación ofensiva y un deseo por la victoria que son admirables.

Ambos respetan sus sistemas de juego, pueden ser agresivos en sus individualidades, pero siempre dentro de un plan estudiado.

Rick Carlisle, campeón con Dallas en 2011, de 65 años, demostró una asombrosa capacidad para adaptarse al “básquetbol moderno” con un equipo con mucha juventud de los Pacers (25,1 años de edad promedio). Mark Daigneault, de 40, ganó fama en los Estados Unidos por su estilo innovador, poco convencional y su carácter para aceptar desafíos grandes también con un plantel joven (25,6) como él lo es en su puesto. Ambos lograron un proceso de formación de un grupo compacto, de manera alternativa y sin súper estrellas.

T.J. McConnell de Indiana y Alex Caruso de OKC; dos símbolos del sacrificio de los finalistas de la NBA

Los números de la nueva NBA

En 2006 -para comenzar a cumplirse en la temporada siguiente-, la NBA firmó un contrato por los derechos de TV por 7400 millones de dólares por siete años (1050 millones por año). En 2014 pasó a uno de 24.000 millones por 9 años (2666 millones por temporada). En 2026 empezará un nuevo convenio por 11 años y 76.000 millones (6900 millones anuales).

En todas las temporadas en las que se incrementaron los ingresos, los salarios de los jugadores se dispararon. Los dueños buscaron asegurarse a las figuras con números impensados hace dos décadas. La inyección monetaria es tan grande, que la mayoría no teme a pasarse largamente del tope salarial anual por equipo. En 2006 era de 53 millones. En 2025 es de 140 millones (se llega hasta 178 con permisos reglamentados).

Diez equipos cruzaron esa barrera y pagaron “impuestos de lujo” esta temporada, envalentonados por el nuevo convenio con la TV que está próximo a entrar en vigor.

Luka Doncic, una de las super estrellas que pudo haber firmado un contrato que le daría 70 millones de dólares por año, pero el traspaso de Dallas a Lakers se lo impidió

Con dinero fresco en las cuentas, Luka Doncic hubiera podido cobrar un contrato de 345 millones de dólares por cinco años si se quedaba en Dallas, gracias a su antigüedad en el equipo. Hubiera sido el “supermax” más grande de la historia de la competencia.

Oportunamente, eso no fue posible, porque el esloveno fue transferido a Los Angeles Lakers por Anthony Davis. Muchos leyeron en ese pase una intención de la dirección de la competencia de ejercer un control sobre los gastos desmedidos.

Y los que creen en las conspiraciones sintieron que sus teorías encontraron aval cuando, oportunamente (y pese a tener tan solo un 1,8% de posibilidades de vencer en la lotería), Dallas ganó la selección número 1 del Draft de 2025, por lo que se quedará con la máxima estrella en ascenso del básquetbol colegial, el alero Cooper Flagg, proveniente de la Universidad de Duke. El daño que había sufrido por perder a Doncic, quedó rápida y fortuitamente (ganó un sorteo) atenuado.

Cooper Flagg, de Duke, una nueva super estrella camino a la NBA

En medio de un mercado competitivo con ofertas de salario cada vez más elevadas y con riesgos de que la fiebre haga tambalear el modelo de negocio, oportunamente, los dos finalistas de la última temporada antes de activarse el nuevo contrato televisivo, fueron dos equipos que no pagan el impuesto de lujo.

De manera incipiente, aparece un modo diferente de hacer las cosas. Uno que le pone freno a una inercia que parecía imparable en la escalada de súper sueldos para las figuras.

Es más, son dos franquicias que están en el tercio inferior de la lista de gastos en la nómina salarial. Indiana es 22°, con 169 millones, y OKC 24°, con 168.

¿Las figuras que los impulsaron hasta la definición? Gilgeous-Alexander ganó 36 millones este año (como se dijo, 34° este año) y Tyrese Haliburton embolsó 42 millones (21°), lo mismo que su compañero Pascal Siakam. Stephen Curry, por ejemplo, cobra 55 millones en Golden State.

Lo que impacta es que se puede jugar una final utilizando jugadores importantes como Jalen Williams (24 puntos por partido en la definición), que apenas gana 4,7 millones en OKC, o como TJ McConnell, que obtiene 9,3 millones en los Pacers.

De esas cosas se habla en los Estados Unidos. De momento, muy por lo bajo, pero ya se escucha. “Creo que es un nuevo modelo para la liga… los años de los súper equipos y de apilar talento ya no son tan efectivos como antes”, reconoció Myles Turner.

Jalen Williams, la estrella menos pensada de OKC, contra Andrew Nembhard

La otra cara de la moneda

“No me interesan los ratings de TV, juego al básquetbol”, dijo con cierto enojo Haliburton, cuando lo consultaron por los datos de los primeros encuentros de la gran final de la NBA: la audiencia se desplomó. Un promedio menor a 9 millones de personas vio en los Estados Unidos los tres primeros partidos. Eso representó un retroceso del 23% respecto de los números registrados en 2024 con el duelo entre Boston Celtics y Dallas.

El Paycom Center de Oklahoma City, una de las franquicias con menor cotización de la NBA

Alex Caruso trató de llevar la charla hacia lo deportivo: “Desde la perspectiva externa es excelente para la liga. Somos dos equipos que juegan estilísticamente las mejores versiones del básquetbol en cuanto a presión, influencia y agresividad en defensa. Provocamos pérdidas de balón, dificultamos las cosas”.

Es cierto lo que dice Caruso. Para la gente que sigue desde muy cerca el básquetbol, la experiencia es fantástica. El juego tiene tantos componentes de análisis que lo hace muy atractivo… para los especialistas. Pero no necesariamente eso capta la atención masiva de aquel que se interesa por el show.

La merma en la medición de la televisión tradicional es muy preocupante: “El 70% de la audiencia de TV en primetime es de personas de 55 o más años”, reconoció Adam Silver, comisionado de la NBA. Pero justificó la solidez del negocio y del nuevo contrato por las nuevas plataformas: “De acuerdo a casi cualquier métrica, nunca ha habido más engagement con la NBA que hoy en día, gracias al público joven en redes sociales, streaming, YouTube”.

El comisionado de la NBA, Adam Silver, entrega el trofeo a Clay Bennett, dueño de Oklahoma City Thunder

Los caminos para monetizar el futuro de la comunicación de la Liga obligan a repensar demasiadas cosas cuando cada vez menos gente ve los partidos completos. “Parte de mi trabajo es encontrar maneras de lograr que nuestros fanáticos o potenciales fanáticos vean más juegos en vivo”, acepta Silver.

Porque si esa caída continúa, será muy difícil respaldar el negocio de 76.000 millones de dólares. Es esa la gran encrucijada. ¿Se puede prolongar eso de mejorar la rentabilidad a cambio de resignar audiencia?, ¿es un modelo sostenible en el tiempo?

El colchón bancario es lo suficientemente grande como para tomarse un tiempo para pensarlo y tomar la mejor decisión.

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