Las pelotas se manchan. Por eso, en mi casa, mi viejo nos hacía lavarlas con jabón neutro y un cepillo de pelo duro para sacarles todo el barro que quedaba pegado. De no hacerlo, las pelotas perdían rápidamente el grip. Eran las Adidas Webb Ellis que se habían hecho para el Mundial de 1991, y Tacho de Vedia era el custodio de una bolsa con diez de ellas, ya que era gracias a un pedido suyo a la marca de las tres tiras que esas pelotas nuevas estaban disponibles para el entrenamiento de la primera del club en esos años.
En ese ritual aprendí que el rugby está por delante del club. El juego es el origen de todo, es el factor ordenador. Por eso, el sábado me ubiqué en un lugar neutral para ver el partido. Ser neutral en el deporte -sobre todo cuando juegan los colores que te corren por las venas- es un ejercicio que pueden explicar mejor que yo los psicólogos y neurocientíficos cuando hablan de ecuanimidad. Para mí, poder ver el rugby separado de la emoción es fundamental, la verdadera razón por la cual me acerco. Irónicamente, todo lo que me une al juego es absolutamente irracional: la relación con mi padre, la infancia y la adolescencia mirando a la primera, y los entrenadores que me marcaron, como Laguitos y Luciano Monti.
Un partido puede analizarse de muchas maneras. La que vengo pensando desde las 20 horas del sábado empieza en los años noventa. En esa época, Newman tenía una manera de jugar, sobre todo en juveniles, inspiradora y entretenida. Era lo que llamamos juego vistoso. Pero el juego vistoso, ayer conversaba con alguien, no es jugar bien. Jugar bien es adaptarse a las condiciones; llámense rival, clima, entorno, árbitro. Las juveniles de Newman siempre tenían un juego vistoso que se trasladaba a la primera. Lo que le faltaba era la capacidad de adaptación. La obtención, por ejemplo, no era un fuerte suyo. La defensa tampoco. Eso empezó a cambiar en los primeros años de este milenio. En 2004 se juntaron varias camadas fuertes y el Bordó empezó a ser un rival más que incómodo; empezaba a ser un contendiente real para el campeonato.
Un equipo campeón no se construye de la noche a la mañana. Tampoco con un entrenador que lo sabe todo. Menos con uno o dos jugadores descollantes. Pueden generar entusiasmo, pueden armar un equipo bueno. Pero un equipo campeón se construye con generaciones de personas hablando de rugby, analizando lo hecho y siendo autocríticos con eso. Para ganar el torneo de la máxima categoría de Buenos Aires, quizá uno de los mas exigentes del mundo ovalado no profesional, hace falta estar dispuestos a mucho esfuerzo. A un esfuerzo descomunal. No estamos hablando de los 26 partidos de una temporada. No. Hablo de años de construir una inversión en rugby. Y cuando digo inversión no hablo de dinero. Habló de tiempo y espacio ocupado en mejorar y mejorar.
El sábado me di cuenta temprano. Tenía una sospecha de que así sería. Newman estaba totalmente convencido. Enfrente estaba el SIC, un equipo con oficio. Tal vez el escollo más duro en el camino heroico. Y como en las películas, como debe ser, la batalla final es contra el más duro de los rivales, el que debe sacar lo mejor del Héroe. Y a mí, que soy del SIC, no me costó aceptar que El Cardenal Newman era un equipo con más energía, pero además con un plan claro y contundente. Obtener la pelota para llevarla a los extremos y así cansar a un rival que había gastado mas energía de la cuenta en la semi ante el clásico rival. En los extremos, el juego para Newman recién empezaba. A partir de ahí buscaba acelerar con forwards potentes que intentaban perforar en los espacios entre el ruck y la defensa, lo que se llama la transición. Y bien lo hizo. Así fue metiéndose en la defensa zanjera.
En el duelo con el pie, algo que el SIC hizo muy bien en el encuentro anterior, los Cardenales fueron también imponiéndose con patadas precisas, cargas en apoyo y presión feroz en el punto de contacto.
La defensa, aquello que, dicen, gana campeonatos, fue, según mi opinión, desde mi posición neutral en el palco de prensa, el factor determinante del triunfo bordó. Newman sometió y dominó al SIC al punto de llevarlo a improvisar movimientos a falta de veinte minutos. Improvisar no es un verbo con buena prensa. Creo que hay dos tipos de improvisación. Una es la que tiene opciones y argumentos para su aplicación; esa deriva de la estrategia bien pensada, la claridad táctica y el control de una situación. La segunda es producto de la desesperación. En el rugby hay una puja entre las dos. Esa es la historia de siempre.
En la obtención el campeón fue más claro. Pudo lanzar (no demasiado) a través del scrum. Y pudo usar la mayoría de sus pelotas desde el line-out, buscando, como mencioné, abrir a los backs del SIC para después atacar por el medio. Además, pudo complicar la obtención rival, frustrando por completo y provocando el cansancio total. Hagamos las cuentas: defensa infranqueable + obtención + territorio + un rival con poca obtención = dominio.
En cada penal que tuvo, sin contar el primero, que se le fue desviado al brillante Gutiérrez Taboada, Newman supo que el camino era por el juego agrupado. Si bien esa era una de las grandes fortalezas del rival, supo incomodar al punto de insistir allí una y otra vez. Una gran y arriesgada estrategia es atacar el punto más fuerte del rival. Si sale bien, grandes resultados pueden llegar.
Vimos un gran partido de rugby, de un torneo cada vez más apasionante. Vimos en esa marea de herencia irlandesa festejando en la cancha del CASI el resultado de una construcción de años. Lo que se vio fue eso que tanta pereza da y se llama largo plazo. Si habláramos de invertir en el futuro podríamos decir que el juego del sábado y el campeonato son los dividendos. Construir un campeonato es hacer crecer los activos mas importantes que tiene un club, que son el conocimiento del juego de rugby. Ser campeón es eso, es alcanzar un nivel de riqueza en lo que refiere a la comprensión de cómo jugar bien al rugby, que es muy distinto de hacer un juego vistoso, y por suerte, en algunas ocasiones los dos adjetivos pueden convivir juntos en un equipo que hace historia.