MARGARITA BELÉN, Chaco.– “No lo dudé ni un minuto”. Así recuerda María Belén Mastandrea el momento en que recibió el llamado de la Asociación Braford Argentina para ofrecerle un puesto como extensionista en el NEA. Recién recibida de ingeniera agrónoma, estaba en plena etapa de definir su futuro profesional, pero cuando llegó la propuesta no necesitó pensarlo dos veces. “Ni siquiera hablamos de sueldo, dije que sí en el acto. Me encantaba la idea y conocía muy bien la raza”, cuenta. Ese “sí” marcaría un antes y un año después: “Meru”, como es conocida en el sector, se convirtió a los 28 años en la primera mujer extensionista Braford del país, recorriendo cientos de kilómetros entre Corrientes, Chaco y Formosa para garantizar que cada reproductor que salga a venta cumpla con los estándares de la raza.
Hoy, se la ve caminar entre los corrales con una libreta en la mano, observando patas, aplomos y detalles mínimos que pocos perciben a simple vista. Su presencia, tranquila pero firme, es clave en los remates y exposiciones oficiales. Explica que los inspectores son quienes recorren los campos y certifican que los animales cumplan con el patrón racial, además de transmitir esos criterios a los productores y cabañeros. “En los remates, su rol es clave aclara: entre la primera revisión y el día de venta pueden pasar muchas cosas, por eso la asociación garantiza que haya un técnico presente —sea un inspector o un extensionista como yo— para revisar todos los animales”.
Llegan temprano, controlan que los registros coincidan con los números de identificación y revisan minuciosamente cada ejemplar. Su tarea es técnica, pero también de confianza: su revisión es la garantía de calidad para el comprador y el respaldo para la cabaña que vende. “El comprador necesita un reproductor que pueda entrar en servicio mañana, no uno que tenga que recuperarse”, resume.
La mayoría de las veces, los problemas que detectan son comunes: llagas en las patas, inflamaciones o lesiones por exceso de preparación. “A veces se los carga con demasiado peso en poco tiempo y terminan lastimándose. También aparecen bursitis o golpes de transporte. Si algo es leve, se puede sacar con garantía; pero si encontramos una herida profunda o callos sangrantes, directamente no puede salir como oficial”, detalla.
El vínculo de María Belén con el campo viene de su infancia, en Carlos Casares. “Mi familia se dedica a la ganadería y la agricultura, pero a mí si me decías ‘vamos a recorrer el trigo’, capaz no iba. En cambio, si veía que salían a recorrer las vacas, me escapaba para ir con ellos”, cuenta.
Esa inclinación natural por la ganadería la acompañó hasta la universidad. Estudió agronomía en Corrientes capital, aunque confiesa: “la parte vegetal me resultaba tediosa”. Fue ahí donde una amiga la invitó a participar en el grupo Braford Junior NEA, un espacio de jóvenes ganaderos que organizan actividades y capacitaciones. “Le dije ‘llevame, eso es lo mío’. Estuve cinco años en el Junior y fue una experiencia lindísima. Ahí conocí a fondo la raza y me enamoré de todo lo que representa”, recuerda.
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Cuando se recibió, no imaginaba que su carrera tomaría ese rumbo. Cuenta que estaba evaluando distintas opciones, aunque tenía claro que quería dedicarse a la ganadería. “De la nada me llamaron de la asociación y me propusieron este puesto de extensionista, que era lo que estaban necesitando en esta zona. Dije que sí enseguida”, recuerda. Y agrega, entre risas: “Me dijeron ‘no, bueno, pero pensalo, todavía no hablamos ni siquiera de sueldo’. Y yo les respondí: ‘sí, te estoy diciendo que sí, quiero, me encanta’”. Asegura que la decisión fue natural: en los cinco años que integró el grupo Braford Junior había conocido en profundidad la raza. “Me parece magnífica, con muchísimas virtudes”, resume.
“Se armó una lista con posibles candidatas y terminé quedando yo. Al principio salí un par de meses con un inspector, aprendiendo el trabajo en el terreno. También recorrí con otros miembros del staff y desde entonces no paré”, cuenta. Mastandrea, además de ingeniera agrónoma, se especializó en carne y calidad de res, y estudia para martillero público.
Mastandrea prefiere no quedarse con el aspecto de “ser pionera”, aunque reconoce que su incorporación ayudó a romper prejuicios. “Al principio había comentarios de gente que dudaba de si iba a poder hacerlo, o tenía prejuicios. Yo estaba convencida de lo que hacía y sabía que tenía criterio y fundamentos. Con el tiempo, esa misma gente reconoció mi trabajo. Cuando uno hace las cosas con convicción y respeto, todo fluye. Hoy los comentarios son positivos y ese mito quedó atrás”, dice.
El trabajo la lleva a recorrer miles de kilómetros al año entre Corrientes, Chaco y Formosa. “A comienzos de año nos dan un calendario con los remates y las zonas a cubrir. Si tengo varios eventos cerca de Mercedes o Curuzú, me quedo en esa zona. Ya conozco a todos, me reciben bien, y eso hace que los viajes sean más llevaderos”, cuenta.
Más allá de todo, rescata que lo que más la motiva es el clima laboral que se vive en la asociación. “Si mirás alrededor, todos son amigos. Si alguien tiene un problema, otro lo cubre. Es un grupo muy fraternal, con buena energía. No sé si en todos los trabajos es así, pero en este hay un ambiente muy lindo, tanto en el staff como entre los cabañeros”, asegura.