No enseña a pensar ni a resolver: las consecuencias de poner en penitencia a los chicos

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¿Por qué hoy hablamos de imponer consecuencias a los temas de conducta en lugar de castigos o penitencias? Detrás de ese cambio de palabras hay un importante cambio de actitud. Los adultos regimos nuestra conducta según los dictados de nuestra conciencia moral y también tenemos en cuenta las eventuales consecuencias de nuestras decisiones: si no me tomo el tiempo de ponerle nafta al auto, podría quedarme sin combustible. Si no me cuido en los gastos, no llego a fin de mes.

Nuestros niños y adolescentes también tienen que construir a nuestro lado su propia conciencia moral, aprender que sus conductas tienen consecuencias y tomar decisiones con base en esas posibles consecuencias. Si tira agua afuera de la bañadera, mamá lo saca del agua; si no hace bien la tarea va a tener que rehacerla. El ir entendiendo y haciéndose cargo de las consecuencias de sus decisiones les permite empezar a mirar hacia adentro de ellos y pensar lo que les conviene o lo que prefieren en lugar de mirar hacia afuera con miedo y buscando evitar el castigo.

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Mientras son chiquitos están cerca de nosotros y podríamos resolver por ellos y evitarles los errores, incluso salvarlos cuando los cometen. Pero cuando crecen ya no están cerca y papá y mamá no pueden evitarles las consecuencias de sus decisiones, por lo que es fundamental que hayan aprendido que estas traen consecuencias. También a sopesar alternativas, a pagar el costo de sus equivocaciones, a evaluar fuentes de información, a no dejarse llevar por sus amigos o por piedritas de colores que se les ofrecen a cada paso…

Desde muy chiquitos van descubriendo, por ejemplo, que si le muerden el pecho a su mamá, ella los saca. No es una penitencia, pero le duele y sin siquiera pensarlo aparta la boca del bebé, quien en dos o tres experiencias parecidas deja de morderla. O tira un juguete de la cuna y se queda sin él porque no hay nadie cerca que pueda alcanzárselo en ese momento, o nos pega cuando lo tenemos alzado y lo ponemos en el suelo. Con tranquilidad y parsimonia, y preferentemente sin (tanto) enojo, vamos ayudándolos a entender que el mundo tiene reglas y que sus decisiones y acciones tienen consecuencias.

Obviamente en algunas situaciones no podemos dejarlos decidir y equivocarse: en temas de riesgo o en cuestiones de salud, de seguridad, de ética o cuando la decisión de nuestro hijo afecte el bienestar de la familia. En esos casos vamos a ocuparnos de impedir algunas conductas y de lograr otras, “ejerciendo” como yo-auxiliares para ellos, complementándolos en su falta de voluntad o de experiencia, mientras ellos no pueden hacerlo.

La conciencia moral

Los que hoy somos adultos probablemente hayamos aprendido en la infancia a regular nuestra conducta por las amenazas de castigos y penitencias, (“te quedás sin cumpleaños el viernes”), la pérdida del amor de nuestros padres (“no me gustan los chicos desobedientes”) o el miedo de dañarlos (“con todo lo que yo hago por vos no sos capaz de ayudarme”). Eran pautas adultas internalizadas en generaciones anteriores: arbitrarias, probablemente excesivas o injustas, enunciadas sin preaviso y en momentos de enojo, buscando que le doliera o asustara al hijo y lo llevara a obedecer.

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Esas penitencias no enseñaban a pensar ni a resolver, sino a someterse o a rebelarse (aunque muy pocos se atrevían a hacerlo), o a buscar la forma de esconderse mejor para hacer lo que deseaban.

Hoy sabemos que el enojo, los gritos, las amenazas, los castigos y penitencias enunciadas de esa forma no fortalecen a los chicos, por eso preferimos buscar consecuencias que los ayuden a fortalecerse y a decidir.

¿Y por qué es mejor no gritar, ni amenazar? Porque a medida que crecen se va armando dentro de ellos (internalizando) la conciencia moral, heredera de los retos, reflexiones, prohibiciones y permisos de nuestros padres, con los que pueden mirar adentro suyo para ver lo adecuado de su conducta. Hasta los 5 o 6 años, esa conciencia moral es externa: hacen caso o se portan bien porque mamá los reta o porque papá se enoja.

De a poco se van internalizando esos mensajes hasta hacerse propios: no se pega, no se miente. De todos modos, a partir de esa edad muchas veces los padres seguimos siendo su “conciencia moral externa” cuando los estímulos son demasiado atractivos y/o les falta fortaleza o voluntad. Cuando cambiamos los castigos y penitencias por consecuencias, esa internalización de pautas va a ser protectora –no significa permisiva– y no sancionadora como es la conciencia moral de los adultos de hoy. No podemos ofrecerles a nuestros hijos un mejor regalo que esa internalización protectora de pautas que les va a permitir cuidarse bien y cuidar bien a los demás sin amenazas y que los va a acompañar durante su vida.

La conciencia moral se construye de afuera hacia adentro: primero los límites, luego el criterio

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