Nuevos criterios, fármacos y cirugía bariátrica: la Argentina redefine el tratamiento de la obesidad

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En el marco del 3er Congreso Argentino de Terapéutica Nutricional se presentó el Consenso Argentino de Obesidad, un documento que redefine el abordaje médico y social de una de las condiciones más frecuentes del país. Elaborado por la Sociedad Argentina de Médicos Nutricionistas (Samenut), el Comité de Obesidad de la Asociación Médica Argentina (Coama) y la Sociedad Argentina de Obesidad y Trastornos Alimentarios (Saota), el consenso propone una actualización científica sobre cómo diagnosticar y tratar la obesidad, y también un cambio cultural en la manera de comprenderla.

El nuevo consenso propone una actualización profunda que combina evidencia científica y sensibilidad social. Redefine la obesidad como una condición multifactorial y potencialmente reversible, diferencia entre obesidad preclínica y clínica, amplía los criterios diagnósticos más allá del Índice de Masa Corporal, incorpora fármacos de última generación como los análogos del GLP-1, reafirma el rol de la cirugía bariátrica y promueve el acceso equitativo a los tratamientos.

Además, introduce un cambio de mirada: deja de centrarse en el peso y pone el foco en la persona, en su contexto biológico, emocional y social, con el objetivo de reducir el estigma y mejorar la prevención desde etapas tempranas.

El consenso propone dejar atrás el concepto de “enfermedad crónica basada en la adiposidad” y reemplazarlo por una mirada más amplia, centrada en la persona. “La obesidad no es una enfermedad crónica aunque sí multifactorial, porque es potencialmente reversible y está principalmente vinculada con la alimentación, y secundariamente, con una predisposición”, señala Julio Montero, uno de los coordinadores general del documento. Según se explica, solo se la considera crónica cuando los factores que la originan —como el sedentarismo o los malos hábitos— se mantienen inalterados en el tiempo.

El texto también introduce una distinción clave entre obesidad preclínica y la clínica. En la primera hay un aumento de adiposidad sin enfermedad manifiesta; en la segunda, el exceso de grasa se asocia con complicaciones metabólicas o cardiovasculares. “Este cambio permite individualizar los tratamientos y no patologizar automáticamente a toda persona con sobrepeso”, apunta Raúl Sandro Murray, quien también es coordinador del consenso y expresidente de Samenut.

Esta reformulación conceptual está acompañada por una advertencia ética. “No se debe estigmatizar la obesidad ni rechazar a la persona que la padece”, enfatiza César Casavola, presidente de Samenut. El consenso remarca la necesidad de abordar el tema desde la empatía y el respeto, y de promover medidas que contemplen la diversidad corporal, como la aplicación efectiva de la ley de talles. Además, los expertos proponen incorporar a la evaluación médica factores sociales, psicológicos y ambientales, entre ellos la calidad del sueño, el nivel de actividad física y el tipo de alimentación según el sistema NOVA, que clasifica los alimentos de acuerdo con su nivel de procesamiento.

El documento recomienda complementar el IMC con mediciones de cintura y estudios de composición corporal para lograr diagnósticos más precisos

En cuanto al diagnóstico, los especialistas reconocen que el Índice de Masa Corporal (IMC) continúa siendo una herramienta válida, pero advierten que no puede ser el único parámetro. “El IMC se asocia con el porcentaje de grasa corporal, pero presenta variabilidad entre sexos y grupos étnicos y no identifica la distribución de la grasa”, explica Murray. Por eso, el consenso recomienda sumar otras evaluaciones, como la medición del perímetro de cintura y la relación cintura/talla, que se correlacionan con un mayor riesgo cardiovascular. También sugiere recurrir a estudios de composición corporal, como la bioimpedancia, que permiten estimar la masa muscular, la grasa visceral y el agua corporal.

“El diagnóstico debe ser más preciso y personalizado”, detalla Montero. “No alcanza con medir el peso: hay que conocer cómo está distribuida la grasa y cuáles son las enfermedades asociadas. La estadificación del paciente, la evaluación clínica y el conocimiento de su contexto son pasos indispensables antes de indicar cualquier tratamiento”.

En materia de terapias, el consenso ratifica que el cambio de estilo de vida sigue siendo la primera línea de abordaje. Esto incluye la adopción de una alimentación equilibrada y un aumento de la actividad física, adaptados a las costumbres y posibilidades de cada paciente. Solo luego de esa primera etapa, y dependiendo del grado de compromiso clínico, se pueden incorporar medicamentos específicos o evaluar la cirugía bariátrica. “Conforme al objetivo a lograr y la distribución de la obesidad, se eligen los fármacos más apropiados”, explican los expertos.

Los nuevos fármacos, como los análogos del GLP-1, se incorporan como herramientas eficaces dentro de programas integrales, aunque no reemplazan los cambios de hábitos

Entre las novedades terapéuticas se destacan los fármacos antiobesidad de última generación, como los análogos del GLP-1 (liraglutida y semaglutida) y los análogos duales GLP-1/GIP. Estos medicamentos actúan en dos niveles: retrasan el vaciamiento gástrico y estimulan centros del hipotálamo que promueven la saciedad y reducen la ingesta de alimentos. “Son herramientas eficaces dentro de un programa integral, pero no sustituyen los cambios de hábitos”, aclara Casavola.

El consenso también advierte sobre sus limitaciones. “Los análogos del GLP-1 no están exentos de riesgos: se contraindican en pacientes con antecedentes de cáncer tiroideo medular o pancreatitis y pueden generar efectos adversos como vómitos, diarrea, constipación o pérdida de masa muscular”, señala Murray. Además, se recomienda administrarlos con precaución en casos de litiasis biliar. “Como cualquier tratamiento para la obesidad, si no se acompaña de cambios en el estilo de vida, los resultados no se sostienen en el tiempo”, agrega.

La cirugía bariátrica mantiene su indicación dentro de los parámetros establecidos por la ley argentina de obesidad: está recomendada para pacientes con un IMC superior a 35 acompañado de dos o más comorbilidades, o para quienes superan los 40 puntos de IMC sin enfermedades asociadas. “La cirugía permite un descenso rápido de peso”, advierte Montero.

El consenso dedica también un espacio a la prevención y el diagnóstico temprano. Identificar el sobrepeso en etapas iniciales permite reducir el riesgo de desarrollar enfermedades metabólicas graves. “Cuando aparecen síntomas como falta de aire, glucemia elevada, dolores articulares o hígado graso, ya hay señales de alarma que justifican una consulta médica”, puntualiza Murray.

En cuanto al impacto emocional, los especialistas advierten que el estigma social sigue siendo una barrera para el tratamiento. “Es frecuente observar pérdida de autoestima, depresión o baja tolerancia a la frustración en personas con obesidad”, describe Casavola.

Más allá de las actualizaciones clínicas, el nuevo consenso busca promover una mirada social y sanitaria que contemple las desigualdades. “No todos los pacientes pueden acceder a los tratamientos más modernos o costosos. Por eso el documento impulsa políticas que garanticen la equidad y la atención interdisciplinaria dentro del sistema público”, resalta Casavola.

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