El turismo temático encontró en la historia oculta, los crímenes resonantes y las leyendas urbanas un filón inagotable para atraer a una audiencia sedienta de buenos relatos. En la ciudad de Buenos Aires, la oferta de “tours de misterios” se ha consolidado como una alternativa fascinante a los circuitos históricos tradicionales en barrios como Recoleta (con sus célebres fantasmas del cementerio y palacios), San Telmo (con sus leyendas coloniales) o Barracas (con sus mitos de Felicitas Guerrero). Un recorrido poco más allá de los límites de la Capital para sumergirse en la elegante, pero no menos siniestra, geografía de la Zona Norte.
Con sus caserones antiguos, sus calles empedradas y su aire señorial, San Isidro se revela como un escenario perfecto para tejer relatos de crímenes y tragedias que mancharon la crónica policial de la alta sociedad. El recorrido combina una primera parte a pie por el casco histórico y una segunda instancia en micro hacia locaciones más alejadas donde el horror, muchas veces, habita en la casa de al lado.
El sueño santo y los cimientos dudosos
La convocatoria de “Perversa San Isidro. Tour de asesinatos, mitos y leyendas urbanas” es al anochecer en la Plaza Mitre. Frente a la Catedral, el relato comienza paradójicamente con un milagro que esconde un origen terrenal. La historia oficial habla de Domingo de Acassuso, el militar español que, tras quedarse dormido bajo un espinillo, soñó con San Isidro Labrador y recibió la promesa de una fortuna a cambio de fundar una capilla. Acassuso cumplió, y aquel espinillo histórico aún se resguarda en el patio del colegio San Juan el Precursor. Sin embargo, el guía desmitifica la leyenda piadosa: “Hay un manto de duda sobre por qué un alto mando vino a estas tierras; se dice que su fortuna no fue divina, sino que provino de incautar y poner orden al contrabando en el Puerto de las Conchas”, señala Nicolás Loccisano, al frente de la agencia Nuva Turismo. Así, la Catedral se erige sobre cimientos de oro y barro.
Basta cruzar la mirada hacia el colegio de enfrente para encontrar historias más oscuras y recientes, como la de Peter Malenchini, el profesor de arte que, amparado en su carisma y el prestigio institucional, abusó de sus alumnos durante años hasta que el silencio se rompió cuando la causa ya había prescrito.
A pocos pasos, la Quinta Los Ombúes resuena con los ecos de amores trágicos. Allí, Mariquita Sánchez de Thompson desafió los mandatos patriarcales para verse a escondidas con Martín Thompson. Aunque lograron casarse, el destino fue cruel: Thompson enloqueció en una misión diplomática y murió en altamar, y dicen que su fantasma aún deambula por la barranca buscando el camino de regreso. Historias de locura que se entrelazan con la de la familia Lugones en Villa Estela, donde el hijo del poeta, inventor de la picana eléctrica, tejió una red de amenazas y suicidios que marcaría a fuego a la literatura y la política nacional.
Epicentro del horror: El Clan Puccio
Si hay un punto donde el aire se vuelve denso, es en la esquina de 25 de Mayo y Martín y Omar. Es una casa cualquiera, con un portón que pasa inadvertido. Y tal vez sea eso lo que más aterra. Aquí vivía la familia Puccio, o “El Clan Puccio”, una familia de clase media alta, que mantenía a sus víctimas secuestradas y encadenadas en el sótano de su propia casa, convertida en un centro de operaciones criminales. “Es imposible no sentir un escalofrío al pensar que, mientras iban a misa a la Catedral los domingos, en el sótano de esta casa había personas encadenadas”, comenta Loccisano frente a la fachada que ocultó la “pyme” del secuestro más infame de los años 80.
La crónica se detiene en los detalles escabrosos. Arquímedes, el patriarca con pasado en la SIDE y la Triple A, barriendo la vereda para vigilar, simulando ser un vecino ejemplar. Alejandro, el wing estrella del Club Atlético de San Isidro (CASI) y Los Pumas, entregando a sus propios amigos. Allí estuvieron Ricardo Manoukian y Eduardo Aulet antes de ser asesinados; allí sobrevivió Nélida Bollini en un “calabozo” construido detrás de un armario en el sótano, haciendo sus necesidades en un balde mientras la familia almorzaba arriba. La normalidad doméstica conviviendo con la tortura sigue siendo, décadas después, el retrato más fidedigno de la banalidad del mal. La casa, que estuvo abandonada treinta años, hoy sigue allí, como un testigo mudo que nadie quiere habitar.
Crónica roja: Del Ángel de la muerte al Caníbal
Al subir al ómnibus, el recorrido se expande hacia historias que tiñeron de rojo las páginas policiales. Imposible obviar a Carlos Robledo Puch, el “Ángel Negro”. De rizos dorados, tez pálida y pianista talentoso, bajo esa fachada angelical latía un pulso oscuro que terminó en una escalada de once asesinatos por la espalda.
El tour evoca con crudeza su raid delictivo junto a Jorge Ibáñez, a quien traicionó tras un accidente de auto, y su posterior asociación con Héctor Somoza. El final de su carrera criminal es digno de una película de terror: asesinó a Somoza y le quemó el rostro con un soplete para evitar su identificación, olvidando que la cédula de identidad de la víctima estaba en su bolsillo. “Pidió que su película la dirigiera Tarantino y que lo interpretara DiCaprio; hoy, con más de 50 años preso, sueña con patrullar Buenos Aires con una jauría de rottweilers”, relata el guía.
Más macabro y menos conocido es el caso del “Caníbal de San Isidro”, una historia que sacudió a la localidad vecina de Martínez en 1972 y que resuena en todo el partido. Un descenso a la locura total donde el crimen dejó de ser un negocio para convertirse en un acto de antropofagia pura. Las víctimas, mujeres jóvenes atacadas de noche, aparecían estranguladas y con partes del rostro —labios, lengua, nariz— arrancadas a mordiscos. La Policía de la época, desorientada, jamás pudo dar con él. Se habló de un recolector de basura, de un hombre con manos de olor nauseabundo, pero “El Caníbal” se desvaneció en la niebla del tiempo, dejando un misterio abierto.
Obras maestras del delito
En un tono diferente, casi cinematográfico, surge la historia del Robo del Siglo. A pocas cuadras del silencio de las casonas, en la esquina de Perú y Libertador, se gestó la burla más audaz al sistema bancario argentino. El 13 de enero de 2006, mientras 300 policías rodeaban el Banco Río de Acassuso creyendo negociar una toma de rehenes, Fernando Araujo y su equipo escapaban en gomones por el desagüe pluvial con US$19 millones.
El tour se detiene en alcantarilla exacta por donde emergieron. “Fue una obra de arte delictiva”, sentencia Loccisano. Sin armas reales, con rehenes tratados con respeto y dejando una nota poética en la bóveda vacía (“En barrio de ricachones, sin armas ni rencores, es solo plata y no amores”), lograron burlar al sistema. La traición de una esposa despechada los hizo caer tiempo después, pero el aura de ese golpe maestro perdura en el imaginario popular casi como una travesura de Robin Hood modernos, en contraste absoluto con la violencia sanguinaria de otros casos.
Heridas abiertas y tragedias suburbanas
El recorrido no solo vive del pasado lejano. Hay también heridas frescas y tragedias absurdas que marcaron al barrio. Como la de la Heladería Bambola en la rotonda de Acassuso, un emblema de la zona que guarda una muerte atroz: su dueño falleció tragado por una de las antiguas máquinas industriales de mezclar helado al engancharse su ropa, un accidente laboral que se convirtió en mito urbano.
O la herida abierta del capitán Aldo Garrido, el policía que tras 27 años de cuidar a los vecinos del centro comercial y rechazar su jubilación por amor al oficio, fue fusilado en 2009 al intentar evitar un robo.
También roza la historia de la Operación Mellizas, el secuestro de los hermanos Born por Montoneros, el más caro de la historia mundial, y la vida de Guillermo “El Concheto” Álvarez, el líder de la banda de “chicos bien” que aterrorizó restaurantes en los 90. Un poco más allá, la Estación Fantasma del Tren de la Costa, un símbolo de reactivación y consumo en los 90, es un esqueleto de concreto donde los guardias juran escuchar pasos en pisos vacíos.
Al finalizar el recorrido, la atmósfera de San Isidro se siente cargada. Las mansiones son las mismas, pero detrás de los muros de ligustrina y las rejas de hierro forjado, la historia acecha como testigo mudo de un pasado macabro y oscuro.
Cuándo y dónde es el próximo recorrido de Perversa San Isidro
- Próxima salida: Sábado 29 de noviembre, a las 19.30.
- Punto de Encuentro: Plaza Mitre (Frente a la Catedral de San Isidro).
- Valor de la visita: $17.900 pesos.
- Reservas: 11-3426-4144.
