Que este 25 de julio se cumplan tres décadas de la muerte de Osvaldo Pugliese no es un dato del todo ajustado a la realidad, porque cada vez que un músico pronuncia su apellido tres veces para invocar la buena suerte, o cada vez que suena eterna “La yumba” o su versión de “La Mariposa”, surgirán fuertes sospechas de que no ha partido del todo. Es decir: murió, pero nunca se fue.
Pugliese está en el firmamento tanguero, por supuesto, como talento de este género y como laburante, porque aquel vecino de Villa Crespo comenzó a ganarse los primeros mangos sentado al piano de muy chico, cuando recién estrenaba los pantalones largos en la orquesta de la Paquita Bernardo. Hizo escuela en agrupaciones como las de Roberto Firpo y Pedro Maffia hasta que a finales de la década de 1920 comenzó a forjar un proyecto propio y de lo más particular. Con los años, el “yumbeado” pasó a ser uno de los estilos de referencia del tango y su orquesta típica, en honor a la filiación comunista de don Osvaldo, una cooperativa musical. Si se busca una manera de pintar con la mayor fidelidad al músico y al personaje, sirve el concierto que dio en el Teatro Colón (a finales de este año se cumplirá cuatro décadas de aquel gran acontecimiento tanguero).
Ese concierto se realizó el 26 de diciembre de 1985, semanas después del cumpleaños número 80 de Pugliese. Meses más tarde se publicó un disco con una selección de obras de ese repertorio. Era un vinilo de portada blanca, con un clavel rojo (elemento que lo identificaba y que siempre estaba sobre el piano cuando su orquesta debía tocar sin él, posiblemente apresado por su filiación política). En la contratapa del disco había un texto escrito por Héctor Larrea, donde el famoso locutor definía al personaje. Y aquí aparece el dato más curioso. Si la decepción se transformó en un sentimiento idiosincrático del ser argentino, aquel texto hablaba de un niño que, ya convertido en hombre, (esto es lo curioso) no se sentía defraudado.
“Me sentí vivamente emocionado y feliz –había escrito Larrea, ya convertido en una de las grandes figuras de la radiofonía argentina-. Feliz porque ese chico que invariablemente llevamos dentro no había sido defraudado. Sentí que aquél, mi admirado maestro de los años 50, seguía tan creativo, tan digno, tan ético, tan erguido. Sentí que esos 80 de Osvaldo eran una continuidad edificante de la conducta de un artista legítimo. En el caso de Osvaldo, se puede vivir la satisfacción de saber que nunca nos falló”.
Aquel concierto, además de la participación de la orquesta y sus cantores, y de Larrea como anfitrión, contó con una intervención que hizo el actor Luis Brandoni, quien recitó un texto que Lucho Schwartzman dedicó a Pugliese.
Hay hombres genuinos que caminan la noche de Buenos Aires. / Hay valientes creando en medio de opresiones. / Hay quienes, guardando ternura, millones de pájaros amantes, esconden fortalezas necesarias. / Y muestran al otro, al semejante, cómo se puede con la vida, cómo se dura con la idea. / Cómo se templa con la lucha. / En este piano se va a sentar un hombre con el único delito del amor / de la verdad impostergable. / Un hombre de rara melodía: insobornable. / Un hombre de barrio y rascacielos. / Un hombre muchas veces de notas entre rejas y fiero carcelero / Un hombre encendido de mañanas, de canto callejero. / En este piano se va a sentar un hombre con el mágico misterio de jugarse entero. / Andador incesante sin el miedo, / aliento sin bostezo, / marcador de esperanzas, / perseguidor de abrazos. / Anda simple, con el adorno de la brisa. / Camina natural, como la lágrima y la risa. / Fecunda cantos, cielos, emociones. / Tiene raíz que no abandona. / Acento raro… de puro de sincero. / Quisieron silenciarlo. No pudieron. / Viene de estirpe inclaudicable. / Dice un tango y lo perdura. / Es el sonido de generaciones. / Tiene la magia desde adentro. / En su dulce sonrisa se descubre “Yumba” pueblerina. / “Mariposa” de colores, fuente cristalina. / Niño siempre vivo. / En este piano se va a sentar un hombre cuyo solo nombre significa / que la idea de luz, coraje, y sentimiento / retorna indestructible con los tiempos. / Respeto, respeto: Es este piano se va a sentar Pugliese, que es como nombrar al pueblo.»
“Osvaldo era un hombre distinto”. A casi cuarenta años de aquel concierto histórico en el Colón, Héctor Larrea desanda ese recuerdo, y repite la frase como si no quisiera abandonarla a la suerte de su propio sonido. “Osvaldo era un hombre distinto de lo que había en la noche de los tangos”.
Cuando estaba sobre el escenario, ese diciembre del 85, tuvo que insistirle a aquel Pugliese “que andaba simple, con el adorno de la brisa”, para que se acercara al micrófono, al final del concierto, para decir “lo que sintiera”. Mientras el público tiraba claveles desde los palcos, Pugliese desafió a su timidez y se animó. El egotrip no era lo suyo. Agradeció a quienes le abrieron las puertas de teatro, a los músicos de su orquesta y a su madre: “Se ha cumplido el sueño de mi querida vieja, que fue la primera que dijo ¡Al Colón!»
“Llegamos a ese concierto después de una frustración, porque se iba a hacer unos días antes pero como hubo una huelga de trabajadores del teatro, Osvaldo no quiso ensayar con un grupo de emergencia. Y nos fuimos todos. Varios días después se confirmó la actuación. Lo del Colón fue muy importante -memora Larrea-. Yo tengo recuerdos de chico, de cuando me venía a Buenos Aires [desde su Bragado natal], los fines de semana a escuchar orquestas. A veces aprovechaba algún camión que me traía, cuando no tenía plata para el pasaje de ida y vuelta. Incluso a veces venía con mi madre. Como mi padre había muerto en el 48, para los primeros años de los cincuenta yo venía con ella y sabíamos dónde tocaba cada orquesta. Pero Osvaldo, que nos gustaba tanto, casi siempre estaba prohibido. Igualmente lo he ido a ver a algunos bailes”.
Así como los fans del rock fueron, durante décadas, distinguidos por sus remeras, en las décadas del 40 o del 50 se podía diferenciar a las hinchadas tangueras por su manera de vestir. Si bien esto no era algo que se expresaba masivamente sino en pequeños guetos, según la ciudad o el pueblo, aparecían distintas costumbres. Hubo quienes se pegaban una curita en la cara, para mostrarse como parte de una hinchada pugliesana.
Héctor tenía otros ritos: “Cuando sabía dónde iba a estar Pugliese, armaba el viaje y me venía con algún amigo. Era una ceremonia para mí, porque todos los que nos apretábamos contra el escenario para verlos de cerca no solo disfrutábamos de la calidad de la orquesta, también de la personalidad de Osvaldo. Lo suponíamos un hombre de bien y eso fue algo que comprobé cuando lo empecé a tratar en mi programa de radio. Me di cuenta de que era el caballero que parecía. Cuando tuve mi primer ataque de hipertensión, me internaron en un sanatorio. Ahí estuve cuatro o cinco o días. Uno de esos días, me dijeron: ‘Está el señor Pugliese y su esposa, que vinieron a verlo’ -se ríe al contarlo- y me sané de golpe. Osvaldo me iba a ver a mí. No lo podía creer. Yo hablaba mucho con él; me gustaba preguntarle sobre los arreglos de la orquesta, porque eso es una parte importante en el tango”.
Larrea dice que se propuso comprobar todo lo que se decía de Pugliese: “Y lo comprobé -asegura-. En su orquesta todos cobraban por su actividad. Cada uno tenía su puntaje: director, músico, arreglador. Y algunos meses, Osvaldo llegó a ganar menos que algunos de sus músicos [los que cobraban por dos tareas]. Él escuchaba los tangos de sus músicos, les pedía arreglos. Esa es una demostración de lo que era, un hombre desinteresado en la acumulación de dinero. La base de su vida era la ética, la estética, la calidad de lo que hacía y la importancia del público. Tenía un gran respeto por el público. Ensayaba hasta tener la sustancia íntima del género. Si no estaba absolutamente logrado, no terminaba un ensayo, que a veces duraba cuatro o cinco horas. Los he presenciado”.
“Era naturalmente humilde -dice el locutor-. Le presté mucha atención a sus actitudes para tener una sensación verdadera. Era modesto. No se consideraba importante. Y lo he hablado con él. Consideraba que él y el grupo conformaban algo homogéneo para lograr la brillantez de una música. Qué una persona siendo menor de edad todavía, componga un tango con ‘Recuerdo’, es un fenómeno artístico. Pero era demasiado modesto”.
La modestia, acaso, haya derivado en esa mística del San Pugliese evocado por tantos músicos. “Y eso es muy lindo. Fue la gente del rock que salió con eso. Y yo a algunos les decía: ‘¿Les parece poca suerte la orquesta que tenía y los tangos que compuso?’. Nunca fui con eso de que haya cosas que traen mala suerte o buena suerte. Pero sí he dicho más de una vez que no era poca suerte la que teníamos de poder contar con él, con su orquesta y con sus tangos“.
Las dos vidas de Osvaldo
Gabriel Soria, presidente de la Academia Nacional del Tango y director del Museo Casa Carlos Gardel, señala que Pugliese tuvo dos vidas. La musical, testimoniada en sus grabaciones como compositor y pianista de su orquesta; y la que dejó en sus continuadores, no solamente los que compartieron su misma época sino aquellos músicos jóvenes que, sin haberlo conocido, tomaron la sonoridad pugliesana, su impronta, su idea artística y refundaron el estilo de Pugliese.
“También podríamos hablar – completa Soria – de lo que aportó desde los años 40 en adelante y de cómo pudo traducir su enorme admiración por Julio De Caro, terminando en un estilo que no solamente fue propio, también fue muy creativo que generó alrededor de esa orquesta otras cosas que acompañan el arte de la música. Por ejemplo, la orquesta como una cooperativa. Y también el hecho de que los músicos que ingresaban a su típica en algún momento tuvieran la posibilidad de ser compositores o arregladores. Eso fue un aporte para todos los músicos que pasaron por su orquesta”.
Y en cuanto al concierto en el Teatro Colón, siempre puede haber nuevos descubrimientos. “Yo tenía 13 años. Recuerdo haberlo visto por televisión. Me parecía algo sensacional que conocía en los discos, y que nunca había visto en vivo. Creo que para los que éramos muy jovencitos esa actuación se fue acrecentando por sus momentos irrepetibles. Uno de ellos fue el poema [de Lucho Schwartzman], que define al personaje antes de escuchar la orquesta. El otro momento es la participación de los músicos históricos. Todos terminaron al final tocando ‘La Yumba’. Y otro es lo que el público terminaba gritando al final de cada tema. No tuvo comparación con un antes ni un después. Sin duda fue un hito histórico, por estas razones y seguramente por otras que advertiremos con el tiempo”.