Otro día perdido, en busca de la mejor versión argentina de un modelo televisivo que entró en crisis

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Pasaron unas cuantas cosas en las primeras cinco emisiones de Otro día perdido. Algunas deliberadas y otras involuntarias. De lo que surgió del programa mismo guardamos dos frases. Una la pronunció el martes Agustín Aristarán, uno de los laderos de Mario Pergolini. “El hombre que resucitó la televisión”, dijo al presentar al conductor. La otra fue del propio Pergolini, en la emisión del viernes, con un risueño tono profético: “Dos semanas y ya superamos al que tuvo la peor performance del año”.

El componente involuntario corresponde a un inesperado acontecimiento externo que coincidió, por esas cosas del destino, con la semana del debut del programa en las noches de eltrece. A partir de la decisión de la cadena estadounidense CBS de cancelar The Late Show with Stephen Colbert, que sacudió por completo el escenario mediático global, podríamos asistir al comienzo del fin de uno de los pilares históricos de la televisión estadounidense.

Mario Pergolini, en el estudio de su nuevo programa televisivo

Estamos hablando de un género televisivo muy preciso y arraigado en la cultura popular, fácil de identificar y hasta ahora inconmovible. Un modelo de show nocturno de humor y actualidad que ejerció gran influencia en buena parte del planeta. Otro día perdido es la más reciente manifestación local de este modelo, cuyo futuro empieza ahora a cuestionarse desde su lugar de origen.

En principio, lo que acaba de ocurrir con Colbert, más allá de las razones específicas que llevaron a CBS a tomar esa decisión, podría llegar a entusiasmar a quienes vaticinan para Otro día perdido una vida televisiva corta. El propio Pergolini, con esa modulación burlona aplicada a su palabra desde que lo conocemos, aportó con la frase del comienzo un granito más a la sensación generalizada de que la televisión abierta en la Argentina es un eterno territorio de prueba y error que no tolera la perspectiva de sostener sus contenidos propios en un plazo mínimamente razonable.

Los canales de aire deberían romper alguna vez esa inercia tan nociva. Y confiar en proyectos como Un día perdido, que tal vez no sea suficiente para hablar con propiedad de una verdadera resurrección, pero al menos nos deja la mínima certeza de que estamos ante un producto dispuesto a escapar en términos de concepto, producción y realización de la pavorosa actualidad creativa del medio.

Otro día perdido todavía es un modelo para armar, pero al mismo tiempo constituye la única idea surgida en los últimos tiempos que tranquilamente podría haber ocupado un espacio con derecho propio en cualquier otro momento mucho más feliz de nuestra historia televisiva. No podría decirse lo mismo de su predecesor en la misma emisora, que empezó su ciclo también el lunes 14 promoviendo una competencia con premios sobre la base del comportamiento fisiológico de las mascotas.

Mientras la fórmula clásica e histórica de los late night shows en su fuente originaria se enfrenta por primera vez a la encrucijada de su destino, la variante local todavía ni siquiera se acercó a las proximidades de su techo. Otro día perdido mostró en su primera semana que quiere destacarse en medio de la errática trayectoria que viene mostrando este modelo televisivo en nuestro medio.

Hay elementos que nunca deberían faltar en cualquier show nocturno televisivo bien entendido: un conductor rápido y mordaz para capturar la actualidad y traducirla en el programa con espíritu de comedia, un sidekick dispuesto a sostenerlo como eficaz segunda voz, una banda musical presente y activa en el estudio, una tribuna con público y un gran dispositivo creativo (en los libros, la puesta en escena y la “artística”) listo para adaptarse del modo más original posible a una estructura por definición casi inmutable. De otro modo no estaríamos hablando de un late night show.

Agustin Aristarán dejó una excelente impresión en esta primera semana

Encontramos cada uno de estos componentes básicos en Otro día perdido. Pero al combinarse, el resultado todavía es aleatorio. No sabemos si habrá al comienzo un monólogo (otro ingrediente esencial de los late night shows), una sucesión de viñetas comentando los hechos del día o las dos cosas juntas. Tampoco tenemos en claro cuáles son las secciones en las que se divide cada emisión. “No comment” (con acotaciones), “LAM” (espacio de chimentos) y las efemérides ocupan por ahora ese impreciso lugar.

El rol de los acompañantes de Pergolini también está pendiente de definición. Agustín Aristarán dejó una excelente impresión como sidekick. Es rapidísimo en las réplicas y también para ajustar piezas de un modo casi imperceptible porque conoce al detalle el funcionamiento de la mecánica televisiva en una transmisión como esta. Al comediante conocido como “Rada” además le sobra chispa y como si fuera poco encontró el lugar perfecto para lucir sus excepcionales dotes de ilusionista. Falta encontrar el punto justo en la ubicación y el movimiento de las cámaras que permita disfrutar a pleno un momento televisivo de magia que no veíamos desde los gloriosos tiempos de René Lavand.

Laila Roth, una presencia valiosa

Todavía se nota alguna superposición de funciones entre Aristarán y Pergolini, que la buena disposición de ambos logra disimular. Completa el podio de conductores Laila Roth con una función que no aparece en los late night shows tradicionales, pero sí en cambio emplean algunos conductores (antes Howard Stern, últimamente Conan O’Brien) en variaciones que podríamos calificar como de radio con imagen. Siempre ocurrente, por momentos muy graciosa, Roth debería contar con alguna ayuda visual más consistente para que sus intervenciones (como “las leyes de…”) no resulten solo una mención dicha a toda velocidad.

La hibridez del tramo inicial, que se mueve entre el espíritu del monólogo clásico y el recuerdo de CQC (es clave la presencia en la producción de Cune Molinero, histórico artífice de ese programa), hace vacilar más de lo esperable a Pergolini. Más dispuesto a comentar cada noticia curiosa que a rematarla con el punch de un buen chiste (detalle que no debe faltar en todo buen late night show), el conductor va del entusiasmo a la dispersión según el tema propuesto.

Así las cosas, siempre está el riesgo de que Pergolini pierda el imprescindible centro de atención e inclinarse más de la cuenta, según el caso, hacia el lado que Aristarán o Roth. El conductor, por definición, es el que tiene la última palabra en cada uno de los segmentos del programa. En cuanto a la banda musical que toca en vivo, por ahora solo cumple una función decorativa. En los grandes late night shows, por el contrario, se integra a cada emisión por derecho propio.

Joaquín Furriel, protagonista como invitado del mejor momento de la primera semana al aire de Otro día perdido

Cuando llegan las entrevistas, instancia cumbre de este género, Pergolini se siente cómodo de verdad y muestra su mejor expresión televisiva. Lo comprobamos el lunes junto a Guillermo Francella, el viernes con la dupla Malena PichotPilar Gamboa y sobre todo el miércoles, al lado de Joaquín Furriel, en el mejor momento de toda la semana, aunque paradójicamente dentro de la emisión que menos rating tuvo.

Cuando la conversación fluye como en estos casos, hay ingenio y gracia por ambas partes, y además vemos un aprovechamiento pleno de las virtudes y destrezas del invitado por parte de todo el equipo del programa, también estamos frente a un gran paso de comedia. El vuelo televisivo es completo.

La elección del entrevistado anticipa el momento más importante de cada emisión. Por eso hay que ser muy cuidadoso con los reemplazos cuando alguno de los convocados top se ausenta a último momento, como ocurrió el jueves con Cris Morena. Frente a esta situación, no pudo ser más desafortunada la convocatoria de apuro de la mediática Agustina Kämpfer, expareja de Amado Boudou cuando el exvicepresidente (condenado por haber cometido graves delitos contra la administración pública) era uno de los hombres más poderosos de la Argentina, para sumarla a un diálogo extravagante en el segmento estelar del programa.

Si esta aparente excepción llegara a transformarse en hábito, tendremos que observar sin tanto ánimo juguetón, como hace Pergolini a cada momento, cada uno de los augurios sobre el futuro a plazo fijo de este programa. Y también, por extensión, de cualquier otro intento de elaborar una versión local digna y confiable del clásico late night show televisivo, justo cuando los cimientos de su fuente originaria, a miles de kilómetros de distancia, empiezan a tambalear por primera vez en toda su larga historia.

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