Ozzy Osbourne, el hombre que se adueñó de la muerte y la convirtió en sonido

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De la década del 80 en adelante, Ozzy Osbourne vivió de regalo. “Si me hubieras preguntado tiempo atrás cuánto pensaba durar, te hubiera contestado: ‘¡Voy a estar muerto a los 40!”, le dijo en 2019 a la revista Metal Hammer. En ese momento, el cantante de Black Sabbath tenía razones para discutir su mortalidad: venía de cancelar fechas de su gira No More Tours II, en octubre de 2018, por una infección estafilocócica, en enero de 2019 volvió a suspender presentaciones por una deficiencia respiratoria que bordeó la neumonía, en febrero de ese mismo año fue internado por complicaciones con una gripe y en abril se cayó y agravó lesiones que arrastraba desde un accidente en cuatriciclo en 2003, en el que se le paró el corazón y tuvo que ser revivido con RCP.

Ozzy Osbourneen Los Ángeles, en diciembre de 1981

Lógicamente tampoco eran esos sus primeros roces con la muerte: ya en 1978 sus compañeros de grupo lo dieron por muerto cuando desapareció un día entero tras competir para ver quién tomaba más cocaína con David Lee Roth, de Van Halen. En 2002 se provocó una sobredosis de pastillas porque no podía tolerar que su esposa, Sharon, tuviera cáncer de colon. En algún punto de su carrera tomaba cuatro botellas de cognac por día (“me desvanecía, volvía en mí y seguía”, dijo alguna vez). Le mordió la cabeza a un murciélago vivo y tuvo que ser tratado por rabia. Una vez esnifó una línea de hormigas, también vivas, para impresionar a los Mötley Crüe.

Con Ozzy pasaba algo similar a lo que pasaba con Lemmy, de Motörhead: el hecho de que a los 70 años fueran milagros de la medicina hacía pensar que eran inmortales. El viejo chiste: después del apocalipsis nuclear quedarían las cucarachas y ellos dos (y Keith Richards, tal vez). Y sin embargo, lo imposible sucedió: Lemmy se fue en 2015 y ahora su amigo Ozzy, el indestructible, el que -como él mismo dijo- “si fuera un gato, tendría 33 vidas”, le siguió los pasos, aunque una década después. John Michael Osbourne, tal su nombre real, falleció el 22 de julio de 2025, a los 76 años. Su familia emitió un comunicado, que replicó Reuters de inmediato: “Con más tristeza que las que las palabras pueden expresar, informamos que Ozzy Osbourne falleció esta mañana. Estaba con su familia y rodeado de amor. Pedimos a todos que respeten nuestra privacidad».

El show de Rock in Rio, en enero de 1985Ozzy Osbourne en Nueva York, en 1988, en tiempos en los que aseguraba que tenía mil vidas

Más por causalidad que por casualidad, Ozzy se hizo un nombre al frente de una banda que se adueñó del tánatos, de la pulsión de muerte y destrucción, y la convirtió en sonido. A Black Sabbath llegó tras una infancia dolorosa y una adolescencia conflictiva. Él, sus padres, sus tres hermanas mayores y sus dos hermanos menores vivían en un departamento mínimo de Birmingham, un conglomerado industrial británico. La dislexia le complicaba el aprendizaje en la escuela. Cuando tenía once años sufrió abuso sexual de parte compañeros mayores. Lo sorprendieron robando y su padre no pagó la fianza para darle una lección. Intentó con mil oficios pero en ninguno prosperó: su plan era el canto.

El príncipe

Black Sabbath se presentó ante el mundo con una sucesión de tres notas que se conocen en teoría musical con el nombre de Diabolus in Musica. Inspirado en una suite de Gustav Holst llamada “The Planets”, y más precisamente en la pieza “Mars, Bringer of War” (la misma que John Williams referenció en la Marcha Imperial del score de Star Wars), el tema “Black Sabbath” (primer track de su debut homónimo) estableció el tono de los siguientes cincuenta años de heavy metal. A un riff del maestro Tony Iommi, Ozzy y Geezer Butler le escribieron una letra que hablaba de una figura negra que acechaba al pie de la cama, basados en una experiencia real del bajista. Falso satanismo, terror, oscuridad: la fórmula del género ya quedaba establecida desde aquel primer ejercicio.

Retrato de Black Sabbath en 1970

En la armada del metal, Iommi era el general y Ozzy el soldado temerario que va siempre al frente, más preocupado por que se cumpla el objetivo que por su propia supervivencia. Así se ganó el mote de Príncipe de las Tinieblas: era el frontman de una banda con la que, en los 70, grabó seis discos perfectos y dos respetables, pero también la cara visible de un culto que hasta hoy congrega a millones de personas en todo el mundo.

El camino a ningún lado

La adicción al alcohol y la cocaína de Osbourne era un problema incluso en una banda que grabó “Snowblind” (“ciego por la nieve”). Así las cosas, la relación con sus compañeros se hizo insostenible y en los 80 Ozzy encaró una carrera solista no menos exitosa, con discos como Blizzard of Ozz (1980), Diary of a Madman (1981) y Bark at the Moon (1983).

Ozzy y Sharon Osbourne, en una imagen de 2018

Aún en su peor momento en lo que a los excesos respecta, el cantante logró establecerse como una figura del metal por fuera de Black Sabbath gracias a su habilidad para encontrar socios: primero Randy Rhoads (virtuoso de la guitarra que falleció en un accidente en el 82, en medio de una gira), después Zakk Wylde (con quien trabajó casi siempre de No Rest for the Wicked de 1988 en adelante) y -sobre todo- la que fue su manager, esposa y pilar, Sharon. Ella, con su interminable paciencia y su habilidad innata para los negocios (su padre, don Arden, había manejado a Black Sabbath) lo mantuvo con vida y lo convirtió en un ícono incluso por fuera del mundillo del heavy. El Ozzfest (festival curado por Ozzy y Sharon, que tuvo su apogeo a fines de los 90 y principios de los 2000) y especialmente el reality de MTV The Osbournes, llevaron su nombre al público masivo.

The End

Ozzy superó con creces su propio pronóstico de vida. Con su familia como sostén, logró mantenerse sobrio (aunque tuvo sus recaídas) e incluso bien pasados los 60 siguió grabando y saliendo de gira con mucha repercusión.

Después de su visita inicial a la Argentina en 1995 (en la cual actuó en el Monsters of Rock y después en Obras), el Príncipe de las Tinieblas volvió a Buenos Aires en 2008, 2011, 2015 y 2018, en tours como solista. En 2011, ya con las heridas del pasado curadas, se reunió con sus ex compañeros de Black Sabbath (menos con el baterista Bill Ward, que no arregló contrato) y grabaron 13 (2013). Con ellos vino al país dos veces más, en un show inolvidable en el Estadio Único de La Plata en 2013 y un último acercamiento en Vélez y el Orfeo de Córdoba en noviembre de 2016.

Back to the beginning: el concierto de despedida de Ozzy Osbourne

Así, con una gira llamada The End, Sabbath bajó el telón, hasta el pasado 5 de julio, cuando junto con un mega despliegue de figuras volvieron al escenario de Villa Park, el estadio del Aston Villa, en Birmingham, para el gran homenaje que organizó Tom Morello a esta banda, decana del rock más duro. “Nos tomó 57 años llegar a Villa [Park], y lo hemos logrado. De vuelta al principio”, dijo Ozbourne cuando posó para la foto con buena parte de los invitados al concierto.

Ozzy Osbourne, en su tradicional trono negro, junto con las figuras que participaron, el 5 de julio pasado, en el show homenaje Back to the Beginning

En cuanto a Ozzy, los desajustes de su juventud (y una condición genética llamada Síndrome de Parkin, similar al Parkinson, que le diagnosticaron en 2005) empezaron a pasarle factura. Los problemas de salud empezaron a ser cada vez más habituales, pero entre todo eso se hizo tiempo para grabar dos últimos discos: Ordinary Man (2020), el primero en diez años, y Patient Number 9 (2022). El adelanto de uno de esos trabajos fue el tema “Under the Graveyard”, en el que Ozzy reflexionaba sobre el destino al que tantas veces le había huido: “Bajo la tumba todos somos huesos pudriéndose, no te podés llevar todo lo que sos… Todos morimos solos”.

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