La lógica dice que un solo relato no alcanzaría para abarcar todas las facetas de la vida y la obra de Roberto Gómez Bolaños, ese “pequeño Shakespeare de 1,60” que se convirtió en uno de los artistas populares más importantes de México y, por extensión, de todo el mundo hispanohablante en el siglo XX gracias a la inmensa repercusión de los personajes agrupados bajo el título genérico de El show del Chavo.
Al menos así fue como se conocieron en la Argentina, uno de los países que mejor recibió estas creaciones en toda América latina. Y durante más tiempo: las andanzas del Chavo y su grupo (Doña Florinda, el Profesor Jirafales, Quico, Don Ramón, La Bruja del 71, el Señor Barriga, la Chilindrina) estuvieron durante décadas, más allá de las eternas repeticiones de cada episodio, entre las favoritas del público local a través de la televisión abierta.
La respuesta a esa extensa y probada fidelidad es la presencia en Buenos Aires del protagonista del primer relato de ficción que se asoma a la vida y la obra del creador de ese enorme legado. “La semana en que me enteré que iba a ser yo este personaje, que me quedaría con este papel, fue la misma semana en la que supe que iba a ser papá”, responde afirmativamente Pablo Cruz cuando LA NACION le preguntó si su transformación en Roberto Gómez Bolaños le cambió la vida.
Acompañado por Paola Montes de Oca (que personifica a la Chilindrina), Cruz dedicó su tercera visita a la Argentina a la presentación oficial de Chespirito: sin querer queriendo, miniserie de ocho episodios que estará disponible en la plataforma de streaming Max, a razón de uno por semana, a partir del jueves 5 de junio. La producción se inspira en la autobiografía del mismo nombre, publicada por primera vez, y ahora llevada a la pantalla por Roberto Gómez Fernández, el único varón de los seis hijos que tuvo Gómez Bolaños con su primera esposa, Graciela Fernández.
Cruz nació en la Ciudad de México hace 41 años y ganó reconocimiento temprano por sus apariciones en varias telenovelas exitosas y como un villano ficticio (inspirado en varios personajes de la realidad) en otra serie autobiográfica tomada de la vida de un mexicano famoso en todo el mundo de habla hispana: Luis Miguel.
Ahora llega a Buenos Aires y al encuentro con LA NACION en un elegante hotel porteño como protagonista de una ambiciosa producción con llegada directa al streaming y una crecida barba que lo distingue de la extraordinaria figura a la que acaba de personificar. En la serie sí queda a la vista el asombroso parecido fisonómico y gestual entre Cruz y Gómez Bolaños.
“¿Cómo me preparé para este papel? Puedo hablarte de varias etapas y de tres pilares. El primero fue ver muchos capítulos de la obra de Roberto y de sus entrevistas, material público que puede verse en Internet. La segunda, platicar mucho con su familia, charlas en las que aparecieron unos archivos muy extensos de fotos familiares y videos caseros con Roberto jugando y haciendo sketches solo para él mismo y sus conocidos. Y la tercera, compartir tiempo con el resto de los actores, con los intérpretes de la Vecindad, para recargarme en ellos y en todo lo que habían construido cada vez que tenía alguna duda”, explica Cruz en la continuidad de una conversación iniciada hace tres semanas en Madrid, cuando fue una de las estrellas invitadas a la ceremonia de entrega de los premios Platino 2025.
-¿Eras fan del Chavo del 8 y de aquella televisión de la Vecindad?
-Me tardé mucho en serlo. Aunque por edad pertenezco a una de las generaciones que creció con esos personajes yo estuve muy distanciado de Chespirito y de su mundo durante mi infancia. Y en la adolescencia me di cuenta que ese distanciamiento me había provocado cierta desventaja social.
-¿Y a qué se debió ese distanciamiento?
-A que cuando mis hermanos y yo nacimos mis padres acababan de regresar de los Estados Unidos. Ellos tenían cierto grado de nostalgia de aquella vida y se unieron a aquella burbuja de la población mexicana que veía a Chespirito como algo muy distante y sobre todo muy simplista dentro de la concepción del humor que tenían. No les causaba risa. Mucho después pude conectarme de una manera más objetiva.
-¿Cuándo?
-En la adolescencia me fui dando cuenta que mis compañeros, mis amigos y sus familiares estaban mucho más relacionados que yo con esos contenidos. No fue hasta muchísimos años después que empecé a concientizar todo eso y apenas hace dos o tres años que empecé a disfrutarlo de lleno como espectador.
-¿Cuál de sus personajes te atrae o te agrada más?
-El Chapulín Colorado. Alguien torpe, inútil, al que le cuesta trabajo planear o resolver algo y aún así su voluntad lo lleva a hacer actos valientes. Además, el Chapulín contrasta mucho con una cultura de superhéroes que ha estado predominando en el cine. Es la antítesis de ese tipo de personajes.
-Desde la Argentina siempre hemos visto a estos personajes como una versión si se quiere simplista o muy ingenua del imaginario de los mexicanos. ¿Hay una identificación de vuestros compatriotas con una figura como la de Gómez Bolaños, como en su momento ocurrió en el caso de Cantinflas?
-Esa unanimidad es hasta involuntaria. Al mexicano siempre le dio muchísimo orgullo que nuestras historias salieran de casa. De esta simplicidad a la que aludes, después de tantas décadas de concientización, muchos mexicanos ahora ven a Chespirito como algo mucho más elaborado y profundo, con un nivel de complejidad enorme y muchas capas escondidas detrás de los personajes y cada una de estas historias.
-¿Qué representa la figura de Gómez Bolaños como narrador de historias con una llegada tan franca y amplia a tantas generaciones?
-Una fuente de unión. Estas historias salen a buscar la unión y la voluntad colectiva a través de la ternura que provoca un niño huérfano. Sobre esa tesitura se construye el humor.
-Como artista y como mexicano, ¿definirías a Gómez Bolaños como una suerte de héroe nacional?
-Sí, definitivamente. Representa todo lo que queremos los mexicanos y muchas veces no tenemos el valor de aceptar, que es la conexión con el resto de la gente. Roberto nunca dimensionó que sus historias escritas como sketches para la televisión iban a cruzar fronteras y tener un impacto aún más fuerte y mayor al de las series que se estrenan hoy. Game of Thrones puede hacer 50 millones de espectadores por capítulo o en un cierre de temporada, mientras Chespirito, que se estrenó a mediados de los 70, tenía 300 millones de espectadores semanales. Con estas cifras no es ningún misterio que 50 años después siga vigente no solo en México, sino en todas las fronteras que atravesó.
-La bandera de Gómez Bolaños fue la comedia en un país que siempre se distinguió, como productor de grandes contenidos audiovisuales con llegada a todo el mundo de habla hispana, por sus grandes telenovelas. Comedia en vez de melodrama.
-El mundo en el que Roberto había crecido, y en esto incluyo a México, estaba lleno de conflictos bélicos. Él nació en 1929 y a los 10 años ya veía cómo entrábamos en la Segunda Guerra Mundial. En ese mundo, donde el entretenimiento más accesible para él su familia eran las noticias, por lo general negativas, llenas de solemnidad, de oposiciones políticas, de robos en las campañas, él se preguntaba dónde está el humor, aquello que puede sentarse a ver con sus hijos.
-Tu interpretación es muy minimalista. No hay demasiadas muestras de expresividad.
-Roberto era más bien contenido, más introvertido. Es un tema que hablé mucho con los directores de la serie y con los dos hijos de Roberto, Bobby y Paulina, que estuvieron todos los días en el set: mi obsesión por querer imitar el gesto de la mano, de la boca, del mentón, la voz, el caminar. Y después de muchas semanas, los hijos me dijeron: “Te escogimos por tu rango interpretativo, no porque fueras un gemelo de papá. Aunque tú todavía no lo sientas, la familia ya está percibiendo la presencia de papá”.
-A propósito de eso, me interesa saber cómo hace en este caso un actor para alejarse del riesgo de la imitación y trabajar con la representación de un personaje real. Una verdadera actuación.
-Había que acercarse lo más que se pudiera a la gente que vivió en ese mundo y hacerles preguntas acerca de cuáles eran los objetivos de Roberto en esos momentos de su vida. Tuve el grandísimo don de contar con mucha gente cercana que me guió con esa información. Roberto era un cuate muy sencillo. No era el gran sibarita que pedía un pato laqueado en frutas. Su manera de vestir, de comer, siempre fue muy austera. Era conservador e introvertido y no se permitía todo lo que se animaba a jugar con sus personajes. Tengo una historia muy bonita al respecto.
-A ver.
-Todo el día tenía puesto un saco color café, una camisa café, un pantalón café. “¿Por qué siempre te vistes de café?“, le preguntaban. “Es que solo tengo zapatos café”, era su contestación. Hablaba de su austeridad, pero también aplicaba el humor para describir quién era. No le interesaba tener siete colores de zapatos o ropas de todos los colores o estilos. Si algo le funcionaba, iba sobre eso. Y también era muy económico con su humor.
-Toda una definición.
-Estamos muy acostumbrados en las comedias de hoy, tanto actores como directores, a caer en esas ganas de seguir hablando y hablando porque la escena no terminó y seguimos buscando algo rescatable. Sin embargo, yo creo que el humor es mucho más matemático. Cuando la comedia tiene capacidad de síntesis, el punchline es mucho más fuerte. Así era Roberto. En las palabras y también en cómo se vestía o comía siempre partió de la austeridad.
-Es inevitable pensar que cuando tenemos, como este caso, un relato oficial, autorizado por sus herederos, sobre la vida de un personaje famoso, ellos pueden dejar de lado algunas cuestiones controvertidas o incómodas para cuidar ese legado. Pero aquí, como ocurrió con la serie de Luis Miguel, no faltan esos temas y situaciones complicadas. ¿Cómo lo ves desde adentro?
-Pues que no sé si como espectadores es justo plantear un juicio de valor acerca de si quedan bien o mal parados. Tú hablaste de legado y el hecho de que exista hoy, a 50 años de la aparición de Chespirito, tanta expectativa sobre esta serie, además de que se esos episodios se siguen pasando con éxito en tantos países, nos dice que el legado ya está. Yo no estoy creando historia al personificar a Roberto Gómez Bolaños. Le estoy dando continuidad a un legado ya existente.
-Si el legado ya está, ¿qué queda entonces por decir? ¿Qué podríamos descubrir del mundo de Roberto Gómez Bolaños y de Chespirito a través de una serie como esta?
-Que la gente no solo aprecie el legado de ficción que nos dejó Roberto. Que lo pueda apreciar también a él y a todo lo que dejó como ser humano, como persona, como creador. Conocemos muy poco de la pluma que había detrás de esos personajes, y de las inquietudes que tuvo para lograr sus objetivos.
-En la serie se percibe la idea de mostrar a Gómez Bolaños antes que nada como un escritor. El actor aparece en segundo plano.
-Así se autonombraba. Él decía que no era ni director ni actor: “Yo soy escritor de profesión, y como escribo de profesión, bueno, pues he tenido la oportunidad de interpretar personajes que escribí”.
-La serie también deja la impresión que Gómez Bolaños tiene una característica personal que comparte con muchos otros comediantes. No son personas particularmente graciosas en su vida privada, mucho más reservadas e introvertidas que sociables.
-Ese matiz no tiene nada que ver conmigo, porque soy naturalmente extrovertido y disfruto de exponerme y a veces de provocar a la gente. Pero Roberto era otra cosa, alguien que respetaba ciertos protocolos sociales y normas de la época, el contexto histórico y social. Por eso creo que fue a buscar un espacio que le permitiera hacer el ridículo. Esa es otra cosa que van a descubrir en la serie.