Patricia Sosa: la reinvención del amor con Mediavilla, su recuerdo del papa Francisco y el mensaje musical que le “preocupa”

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“Sigo siendo una rocker que canta lo que se le da la gana”, afirma la prolífica Patricia Sosa (69) al presentar Alquimia, el álbum que está por lanzar junto al barítono mexicano Manuel Mijares, que reúne éxitos de artistas latinoamericanos como Sin Bandera, Son by Four, Soda Stereo, Los Enanitos Verdes, Alejandro Fernández y Maná, y que tuvo al hit de Luis Fonsi, “No me doy por vencido”, como primer single.

En medio de su gira por el interior del país -en la que además aprovecha para hacer turismo-, la artista cuenta a LA NACION cómo superó los obstáculos del ego y la distancia que enfrentó en este proyecto, opina sobre la música actual y recuerda las barreras que derribó a lo largo de su carrera.

-¿Cómo surgió la idea de hacer Alquimia?

-No fue idea mía. Yo estaba tranquila haciendo mi disco, componiendo mis canciones, cuando me llamaron de la compañía para decirme que tenían un proyecto para ofrecerme con Manuel Mijares, ídolo total en México. “¿Qué tema?”, pregunté. “Son diez”, me dijo Afo Verde. “¿Cuáles? Porque yo compongo mis canciones”, le contesté. “Bueno, de eso que se ocupe el productor, que es Oscar Mediavilla”.

-¿Entonces?

-Lo miré a Oscar y pensé: “¿Cómo será esto?”. Pero él estuvo muy bien porque eligió temas que representan a una década entera, desde el 95 al 2005, y fueron número uno en Latinoamérica. A mí me pasaba que eran las canciones de la adolescencia de mi hija Marta, habían sonado en mi casa con todo. Así empezamos a hacer este trabajo a la distancia con Manuel y a conocernos más por teléfono y por videollamada porque no éramos amigos.

-¿Fue complicado ese trabajo a distancia?

-Nos llevó un año. Oscar seleccionó los mejores temas y nosotros teníamos que aprobarlos. A mí me tenía cerca, pero Manuel estaba lejos y, como estaba haciendo shows, veía los mensajes una semana después. Una vez que se eligió el material teníamos que ver las tonalidades, a dónde llegaba cada uno, y grabamos por separado. Después nos encontramos tres días en Estados Unidos para charlar; le cebé unos mates a Manuel y esperaba que él me diera un taco, algo que me acercara a México [se ríe]. La verdad es que el disco suena fabuloso. De los míos, creo que es el que mejor suena.

En Alquimia, Patricia Sosa y Manuel Mijares le dan su sello distintivo a reconocidas canciones de Luis Fonsi, Sin Bandera, Son by Four, Soda Stereo, Los Enanitos Verdes, Alejandro Fernández y Maná

-¿Cantar a dúo fue un desafío?

-Fue un desafío porque estoy muy acostumbrada a trabajar sola y, como tengo una voz particular, a veces me resulta difícil congeniar con otros. Primero me peleé conmigo pensando “¿cómo que no me puedo adaptar?”. Tenía que dejar mi ego al costado porque podíamos sobresalir los dos. Fue una enseñanza preciosa.

-¿En qué momento se destrabó ese ego?

-Cuando Manuel empezó a mandar sus voces, me gustaba mucho el resultado, quedaba cálido, con fuerza. Y lo reafirmé cuando Oscar empezó a ensamblar las dos formas de cantar. La verdad es que fue un desafío lindo, pero costó laburo.

-¿Cómo te sentiste al cantar canciones muy conocidas de otros autores e intérpretes?

-No sabés lo que me costaba. Yo compongo mis canciones y tengo un lenguaje basado en lo que vivo, en lo que leo, en la experiencia. Por ejemplo, nunca soy tan explícita con el amor. Entonces, al cantar temas con otro lenguaje, a veces no me gustaba alguna frase, pero me tuve que amigar con un montón de cosas que después se te hacen carne cuando las cantás. Aparte, nunca hay que subestimar al público que le dio el ok en su momento.

-Ahora con Mijares reversionaron esos hits y le dieron su impronta con otra madurez.

-El tema “No me doy por vencido” tiene una letra que te explica mucho de qué se trata. Y en el video, Fonsi también habla de enfermedades, pero nosotros lo tomamos por otro lado. Somos gente grande, de una generación que tuvo muchísimo éxito y que sigue vigente, sigue adelante. Y no importa todo lo que ahora está de moda, importa que yo estoy y no me doy por vencida. Entonces, lo cantamos con una sonrisa. Es un lindo mensaje que la gente de mi generación debe decir porque si no, pareciera que los jóvenes son los reyes del mundo y el resto pasa a descarte, y no es así. Además, todas las canciones que cantamos tienen un mensaje.

-¿Sentís que en la música de hoy hay carencia de mensajes?

-Hay mensajes que son espantosos y no es que me agarre el viejazo. Me acuerdo que, en el 82, me bajaron de un escenario diciéndome: “Nena, las minitas de los músicos van abajo”, y yo tenía que cantar. A partir de ahí empezó mi lucha absoluta para que la mujer no fuera cosificada, para que no me dijeran “andá a lavar los platos”. Me convertí en una mujer difícil para el resto porque quería cantar. Ahora ves a un montón de pibas que le cantan al perreo, te la pongo y te la saco, el culeo. Me preocupa. Vos podés aparecer en pelotas en un escenario si va acompañado de un discurso: “Loco, no me cosifiquen. Soy esto, tengo tetas como tu mamá”. Todo lo demás me parece que atrasa. Les diría a las chicas que cuidemos el lugar que tanto nos costó conseguir.

-También se le canta mucho a la fama, al lujo.

-Qué feo, algo tan efímero, tan superficial. Menos mal que no se les entiende nada porque tienen una papa en la boca, porque a esos mensajes los detesto, es peor que lo otro. El otro día la escuchaba a Tini cantando una canción de amor hermosa, sencilla, tierna, o Lali que hace cosas recontra pro y está diez años adelantada de todo.

-Vos abriste puertas y rompiste muchos mandatos.

-Primero, las pibas de mi generación no eran cantantes. Segundo, me puse de novia con un músico de rock [Oscar Mediavilla] cuando tenía 17 años. No sabés la cara de mis viejos. Y cuando empecé a hacer los coros para su banda, muchas mamás de mis amigas no las dejaban juntarse conmigo. No me gustaba, no entendía por qué. Ni siquiera era mi sueño, yo quería estar con Oscar [dice con ternura]. No sabía que iba a ser una cantante profesional.

-¿No era algo que soñabas?

-¡Pero no! No se me ocurría. Después de que terminé el colegio empecé a estudiar arquitectura, me recibí de maestra de inglés y mi vida iba por otro lado. También por el entorno, que hace a la vida de uno. En mi caso, eran pibas estudiantes que si se ponían de novias era para casarse, y yo me enganché con un músico de rock. A los 5 o 6 meses le dije a mi vieja: “Me voy a una gira por Bolivia”. Habíamos hecho un grupo que cantaba canciones en inglés para ganar plata. Ella me dijo que no, pero yo me fui igual y al mes se apareció para ver qué estaba pasando. Se tuvieron que acostumbrar.

Junto a Oscar Mediavilla en épocas de La Torre, la banda que los catapultó a la fama

-Siempre te impusiste con tu carácter.

-Pero yo no peleo, entonces, muchos no se podían enojar. Y después estuvo mi batalla con los músicos. Si bien me hice amiga de muchos, amorosos, también reventé un par de rodillas porque hacían como que yo no existía, estábamos en una reunión y le hablaban a los demás. Me tuve que poner caracúlica, etapa de mi vida que no me gustó porque estaba absolutamente sola. Después de los conciertos en las giras me quedaba en mi habitación, no tenía posibilidad de una conexión. Después me hice amiga de Spinetta, de Baglietto, de David [Lebón].

-¿Cómo sobrellevaste eso?

-Estuve triste, muchas veces quise decir: “Chau, me voy de la banda” [se refiere a La Torre]. Y no podía, no era el momento, pero fue una etapa de mucha soledad. Hasta que un día quedé embarazada, en el 87, y dije: “Necesito otras cosas, necesito rodearme de la gente que me hace bien. No es este el camino”. Nació Marta, a los pocos meses fuimos a Rusia de gira y los llamé a todos a mi cuarto y les dije: “Me voy”. Fue un sacudón. Hicimos los dos últimos shows en Buenos Aires y empecé a buscar algo porque no sabía exactamente qué quería.

-¿Cómo fue esa búsqueda?

-En esa búsqueda hice demos de valsecitos peruanos, chacarera, tango, folclore, lo que sea para desestructurar mi voz porque yo sabía que tenía un caudal más fuerte. Además, escuchaba Luis Miguel a escondidas [se ríe]. Imaginate que cuando saqué mi primer disco como solista, en la puerta de mi casa aparecieron un montón de vinilos de La Torre rotos y pintaron en la pared con aerosol la palabra “traidora”. Me la tuve que bancar. Mi primer disco tuvo mucho éxito, me empezó a ir muy bien y empecé a ser muy feliz. Todo eso me dio experiencia. Yo tengo raíz, soy sólida, y eso hace que los momentos malos me hayan servido también para saber lo que no quiero.

-¿Qué cambió con la llegada de tu hija?

-Una mamá tiene dos corazones: uno exclusivamente para el hijo y el otro para la vida. Te convertís en una persona más sensible, más temerosa. Cambió en que tuve que ordenarme de nuevo porque Marta cumplió los 5 meses en el tren de Moscú a Leningrado. Era un quilombo viajar con 36 litros de leche, una valija entera de pañales descartables. Para mí, era también una forma de demostrarle al resto, al que me dijo “las minitas de los músicos”. A ver si un tipo se aguanta esto.

-El año pasado cumplieron 50 años en pareja con Oscar. ¿Cómo se reinventa el amor a lo largo del tiempo y con su propio divorcio de por medio?

-Primero se alimenta no viviendo juntos, es la ley. O, mínimo, tener dormitorios separados. Y nosotros tenemos una mutua admiración, profesional y personal. Estar juntos siempre nos da un plus porque también estamos separados. Hablamos todo el tiempo pero yo tengo muchos momentos a solas en la semana. La reinvención creo que es eso: primero, el respeto, y después saber que el otro está en ti. Cuando vos te abrazás con alguien y podés estar en paz, cerrás los ojos, respirás hondo y decís “estoy en mi casa”, ese es el lugar que estaba destinado. Nosotros tuvimos épocas horribles, en las cuales, para mí, fue el éxito lo que sucedió.

-¿Lo que rompió la pareja?

-Sí. Yo me mudé a la casa soñada en junio y la primera vez que dormí dos noches seguidas ahí fue en septiembre, octubre. Y Oscar se convirtió en mi productor. Entonces, yo recibía órdenes, sugerencias, y eso derivaba en enojos porque lo llevás al plano personal. Era imposible.

La pareja junto a su hija, que actualmente tiene 37 años.

-¿Fue durante su divorcio que comenzaste tu búsqueda espiritual?

-Sí, empecé una búsqueda interna tremenda para entender qué me había pasado. Me obsesioné y me convertí en meditadora. Cuando te separás, todo el mundo te manda a terapia. Me tenían podrida, hasta el de la verdulería me mandaba al psicólogo. Y fui, pero a mí no me servía. Me di cuenta de que necesitaba callar, ir para adentro a buscar a la niña de Barracas, la que le hacía los coros [a Mediavilla], la que se peleaba con las madres de sus amigas. Un día, una señora me invitó a un grupo de meditación pero me aburrí como un hongo y no fui más. Al mes me volvió a llamar para ir a un retiro en Córdoba. Pensé: “Algo tengo que hacer por mi angustia”. Ese día pude meditar por primera vez y fue un cambio rotundo. Pasó el tiempo, ya tenía mi ego humillado abajo de la planta del pie, y ahí fue que intenté otra vez la relación.

-No te diste por vencida…

-¿Viste? Yo podría haber dicho: “No lo voy a llamar, que me llame él si tiene ganas”. Ese es el ego y no hubiera servido para nada. Sin embargo, pude decir: “Esta es mi verdad, sigo enamorada de vos”. Y dio resultado.

-Investigaste y estudiaste mucho en este camino espiritual, además de tus visitas al Uritorco.

-Estoy entrenada de tal manera que puedo vivir en estado de meditación permanente, hasta pude meditar durante un piquete en la India. Ese entrenamiento te hace mucho más seguro. Intento no pelear, cumplir con las leyes que te da el Raja Yoga, que dice, por ejemplo, que siempre hay que poner el doble de lo que el otro no tiene. Si viene con mal humor, el doble de humor. Si viene con tristeza, el doble de alegría y empatía. También, tomo clases de la Universidad de Brahma Kumaris y todos los días medito un ratito.

-Te pasaron cosas increíbles en tus shows.

-A partir de abrir mi cabeza a la meditación y a la conexión con lo divino me pasan cosas, por ejemplo, en los escenarios. Hace no tanto toqué en un lugar en La Cumbre y la gente me empezó a señalar para que mirara. Tenía tres luces enormes ahí atrás, me di vuelta, coloqué las manos, se intensificó la luz y enseguida desapareció.

-¿Cómo fue cantar frente al papa Francisco?

-Hice el primer recital de la historia de la humanidad adentro de San Pedro, era el día de la Virgen de Guadalupe. Para mí era algo imposible de imaginar, de soñar. Cuando empezó a cantar el coro, se abrieron las puertas y entró el Papa, yo empecé a temblar, se me secaba la boca. Y no se puede cantar con un plexo tembloroso. Él se me acercó a un metro de distancia y antes de sentarse me levantó el pulgar y me guiñó el ojo. Fue peor porque se me hizo un nudo en la garganta. El cura maestro de ceremonias me dijo: “La veo un poco ansiosa”, por no decirme desesperada. “Nos están mirando 800 millones de personas”. Se me llenaron los ojos de lágrimas porque pensé “¿qué voy a hacer acá?”. Entonces, lo único que pude hacer fue cerrar los ojos y meterme en estado de meditación. Pensé: “Dios mío, si me trajiste hasta aquí, necesito asistencia”. Cuando empecé a cantar la Misa criolla, mi voz salió como si fuera de un disco, perfecta.

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