Pecadores: blues, gángsters y la irrupción del horror

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Pecadores (Sinners, Estados Unidos/2025). Guion y dirección: Ryan Coogler. Fotografía: Autumn Durald Arkapaw. Edición: Michael P. Shawver. Elenco: Michael P. Jordan, Miles Caton, Jack O’Connell, Deroy Lindo, Hailee Steinfeld, Wunmi Mosaku, Jayme Lawson, Li Jun Li. Calificación: Apta para mayores de 13 años con reservas. Distribuidora: Warner Bros. Duración: 137 minutos. Nuestra opinión: buena.

La asimilación de los temas de agenda pública por parte de los géneros populares no es una operación novedosa en el cine. Sin embargo, en el caso del terror, se ha convertido en un comodín recurrente para la exploración de los miedos contemporáneos en distintas claves estéticas, sea el mundo de los asesinos seriales, de las posesiones satánicas o de los vampiros. ¡Huye! (2017), de Jordan Peele, fue la película que ganó más temprana notoriedad por una lectura racial en clave de horror, situando en la antesala de esa discusión en la agenda social (previa al ‘Black Lives Matter’), las tensiones raciales sumergidas desde su eclosión allá por los años 60. Sobre esa línea ahondaron luego otras películas como Nosotros (2019), también de Peele, Antebellum (2020), la británica Su casa (2020), la nueva versión de Candyman (2021), y series como Lovecraft Country (2020), Them (2021) o La otra chica negra (2023).

Pecadores escapa un poco a la fórmula, y esa vocación de barajar y dar de nuevo sobre un prematuro desgaste del tópico le permite hallar cierto esplendor que explota con convicción pero fagocita rápidamente. La mezcla de la narrativa gansteril de los años 30, con el blues y las plantaciones de algodón, los predicadores y las prácticas del Ku Ku Klax, definen la primera parte de la historia, la presentación de personajes y de ambiente, una estilizada reconstrucción de época y los primeros acordes de una música que invoca dioses y demonios. La segunda parte supone la irrupción del horror justamente por la condición sublime de esa música negra, que despierta el celo de los blancos y el lamento de otras criaturas condenadas que exigen su comunión propia. La festividad de la puesta en escena llega al punto álgido a través del musical, montando alternamente la algarabía del antiguo pueblo esclavo con el lamento obsceno de los vampiros, confinados también a un destierro perpetuo.

Pecadores

Ryan Coogler, conocido por sus inicios indie con Fruitvale Station (2013) y sus derivas mainstream con Creed y las Black Panther -versión Marvel de los mismos dilemas raciales-, se acomoda con solvencia en el relato clásico del comienzo (inspirado -dicen- en la leyenda del blusero Robert Johnson, quien habría hecho un pacto con el diablo a cambio de fama y fortuna): los gemelos Elias y Elijah Smoke (interpretados ambos por Michael B. Jordan) llegan desde Chicago con dinero del crimen organizado para abrir una cantina en pleno delta del Mississippi, con música y músicos negros, para disputar al Klan algo más que la batalla cultural. Sammy (el cantante de R&B Miles Caton) es el primo sumiso, el hijo del predicador, el dotado con la voz celestial que será también el hilo conductor del relato: del templo al pecado, de la música y el sexo al aquelarre. Todo lo que viene con la llegada de los vampiros, un poco sobre la estela tarantineana del ya clásico de Robert Rodriguez, Del crepúsculo al amanecer (1996), se torna algo explícito luego de la confrontación, la imaginería de ajos, estacas y agua bendita, las explicaciones de un oprobio que no necesitaba ser dicho.

Pecadores (Warner Bros.).

Pecadores expande su juego, consigue asumir la festividad del musical como preámbulo a la disputa con los invasores, y en la incursión en ese clima de horror, signado por un poco de sátira, otro de gore y mucho de esa suficiencia posmoderna que definió al dúo Tarantino-Rodriguez -y que hay que tener con qué para sostenerla-, la película pierde su verdadera furia e ingenio, se amolda a lo que tiene que decir -en clave de género pero en virtud del discurso racial que lo subyace- y recorre los peldaños finales según las acostumbradas expectativas. Pese a ese declive, hay mucho para disfrutar: primero la música, luego la explosiva presencia de Hailee Steinfeld, el humor de Deroy Lindo como Delta Slim, y la lucha contra sí mismo de Michael B. Jordan, a quien Creed ya le había dado su momento de gloria.

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