“Estaba congelada como un pedazo de carne recién sacado del freezer”. Así describió el doctor George Sather, del hospital Municipal Fosston, de Minnessota la manera en que la joven Jean Hilliar, de 19 años, llegó a ese centro de salud aquella mañana invernal de 1980. La muchacha había pasado parte de la noche anterior a la intemperie bajo la nieve y su aspecto, completamnte rígido y con mínimos signos vitales, era similar al de una escultura hecha de hielo.
Pero a pesar de los pesimistas pronósticos iniciales, la joven comenzó una mejoría que sorprendió hasta al propio médico, que declaró ante los medios de comunicación: “No puedo explicar cómo está viva”.
Con el auto en una zanja
Hacía frío, mucho frío la noche del 20 de diciembre de 1980 en la que la señorita Hillard manejaba su coche por un camino de grava en la zona rural de su pueblo de Lengby, en Minnesota. Había cenado con amigos y se dirigía hacia su casa.

Pero un accidente la separó de su destino. Su auto derrapó, perdió el control y terminó dentro de una zanja. Eran tiempos en los que todavía no existía el celular y la chica debía decidir entre quedarse en el coche y esperar que alguien pasara o bien salir ella en busca de auxilio.
Temerosa de terminar congelándose si se quedaba en el vehículo, la joven decidió recurrir a su segunda opción. Su idea era, si no encontraba a nadie en el camino, llegar a su hogar o a alguna casa vecina.
Dos millas bajo la copiosa nevada
El cálculo de la joven no fue del todo acertado y el clima reinante era el peor posible. Ya había pasado la medianoche cuando abandonó el auto. Nevaba con intensidad, había un viento lacerante y el termómetro marcaba 30 grados bajo cero.

Contra todas esas inclemencias, la protagonista del accidente de tránsito continuó caminando. Sentía que las ráfagas de frío le golpeaban las piernas y cada paso la extenuaba más.
Caminó dos millas, poco más de tres kilómetros y llegó a divisar entre la tormenta blanca la casa de uno de sus amigos. Pero su físico dijo basta y se desplomó sobre la nieve. Intentó completar gateando los metros que la separaban de la entrada de la vivienda, pero se desmoronó y perdió la conciencia.
“Pensé que estaba muerta”
Alrededor de la una de la mañana, ya era el 21 de diciembre, Jean quedó tendida boca arriba a merced de la incesante nevada y el irreductible viento. Estuvo en esa inclemente situación unas seis horas.
Por fortuna para ella, a las siete de la mañana, su amigo salió de la casa a la que ella casi había llegado y la vio.
“Pensé que estaba muerta. Su rostro parecía el de un fantasma... su cara estaba inerte y sus ojos se encontraban solidificados”, relataría luego Willy Nelson, el amigo y vecino de la joven que acabaría por rescatarla.
El hombre vio que unas burbujas salían de la nariz de su amiga y así supo que había todavía en ella un soplo de vida. Entonces, cargó a la chica, “dura como una tabla congelada” y la puso en el asiento posterior de su auto para llevarla al hospital.

Ocho latidos por minuto
A las 8 de la mañana, la mujer congelada ingresó gracias a su salvador en el Hospital Municipal del pueblo vecino de Fosston. Allí, de inmediato la atendió el doctor Sather, que declararia a The Montreal Gazzette: “Ella estaba rígida como un pedazo de carne recién sacado del freezer. Creí que ya había muerto, pero cuando la movimos escuchamos un gemido extremadamente débil”.
Los signos vitales de la joven recien ingresada eran verdaderamente preocupantes: su temperatura era de 26 grados -10 menos de lo normal-, respiraba muy pobremente, dos o tres veces por minuto, y su corazón emitía apenas ocho latidos por minuto, cuando para una mujer, lo normal es entre 60 y 100 latidos.
Además, las pupilas de la chica estaban dilatadas, los globos oculares también congelados y la dureza de la piel por el congelamiento impedía que se le pudiera aplicar en ella ayuda endovenosa. “El cuerpo estaba tan congelado que era imposible encontrar una vena para tomarle el pulso”, dijo Edgar Sather, hermano del primer médico.

“Un milagro había sucedido”
De inmediato los doctores dieron oxígeno a la joven y la envolvieron con almohadillas térmicas que alcanzaba una temperatura de 38 grados. Para la una de la tarde, la joven había reaccionado. Podía emitir sonidos y pidió un poco de agua. “Cuando hizo su pedido me di cuenta de que un milagro había sucedido”, dijo George Sather.
Esa misma noche, los pies y las manos de la joven comenzaron a deshielarse. “Al principio los doctores me dijeron que no había mucha esperanza”, contaría luego a la prensa la mamá de Jean, que recordó otro terrible diagnóstico que le habían anticipado los galenos: “Me dijeron que si sobrevivía, probablemente habría que amputarle ambas piernas”.
Pero nada de eso sucedió. Poco a poco Jean fue mejorando y volviendo a su movilidad. “Si ella mantiene este ritmo de recuperación, no tendrá secuelas permanentes de la congelación. Puede que pierda algunos dedos de los pies o no”, decía entonces el médico George Sather.

La joven estuvo seis días en cuidados intensivos, siempre mejorando, y luego pasó a una habitación común. A los 49 días salió del hospital. Apenas con algunas ampollas en los pies, pero en lo demás, totalmente entera y recompuesta. “Es la misma niña normal y despreocupada que había sido antes”, dijo la madre de Jean Hilliard, colmada de felicidad por la salvación de su hija.
¿Milagro o ciencia?
Si bien los doctores que atendieron a esta joven congelada, consideraron su regreso a la vida normal como “un milagro”, o por lo menos como algo absolutamente inusual, existen también otras perspectivas en términos médicos que no lo califican así.
A raíz de este caso, el periódico Herald Journal realizó un informe con profesionales de la medicina que aseguraron que “en la literatura médica hay episodios de gente que sobrevivió a casos de hipotermia extrema, con temperaturas interiores inclus de hasta unos 20 grados”.

En el artículo, los médicos explicaban que el cuerpo reacciona ante las temperaturas de frío extremo como un animal que hiberna: se ralentiza la actividad interna, lo que reduce la demanda de oxígeno de la sangre que hacen las células. En ese estado, los tejidos cerebrales pueden sobrevivir muchos minutos luego de que el corazón cesa sus latidos.
“Las temperaturas gélidas protegen a algunas personas, como quienes parecen haberse ahogado, pero reviven tras ser rescatados del agua helada sin pulso ni respiración. Estos sobrevivientes a veces presentan deterioro mental temporal, pero se recuperan sin daños permanentes”, dijo al citado medio Richard Young, doctor del Centro Médico de Hershey, Pensilvania.

La idea para recuperar lentamente a una persona con hipotermia grave es que su flujo sanguíneo aumente su intensidad al mismo tiempo que el cuerpo se calienta.
Lo que ocurrió con Hilliard fue una noticia que recorrió todo su estado para extenderse luego a la totalidad de los Estados Unidos. Pese a las opiniones de los especialistas, muchos seguían atribuyendo lo que le había pasado a la joven a un hecho milagroso.
En este sentido se creía que había sido vital para la recuperación de Jean una cadena de oración que iniciaron sus padres y que circuló por todo el estado.

“La niña milagrosa de Lengby”
Luego del llamativo accidente, la joven continuó con su vida, aunque tuvo su fama efímera al pasar por los programas de televisión más populares de los Estados Unidos relatando su caso. Se hizo conocida en su país con el título de “La niña milagrosa de Lengby, Minnesota”.
Incluso su caso llegó al programa Misterios sin resolver
Poco más tarde contaría que, en realidad, su experiencia congelada no le había cambiado la vida. “Es como que me hubiera quedado dormida y me hubiera despertado en el hospital”, señalaba, y añadía, algo desilusionada: “No vi la luz ni nada parecido. Fue un poco decepcionante. Mucha gente habla de eso, y yo no recibí nada”.

Lo último que se supo de esta mujer es de hace unos años. Se casó, tuvo tres hijos, se divorció, y trabajó por muchos años en el Walmart de la ciudad en la que vive actualmente, Cambridge, en Minnesota. Además, se cuenta que la mujer evita recorrer en auto rutas de grava helada, en especial a altas horas de la noche.
