Perla Suez: “El show no es el territorio de la literatura; creérsela es muy fácil, pero te la creés y sonaste”

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La nueva novela de Perla Suez (Ciudad de Córdoba, 1947) aborda un delito de vigencia alarmante: la trata de personas. Ambientada en Villaguay, narra el calvario de una mujer que sigue el rastro de los secuestradores de Evelin, una de sus hijas, entregada por el padre a un grupo mafioso para “saldar” una deuda adquirida en un intento frustrado por salvar la empresa familiar. En La entrega (Edhasa, $21.500), el característico estilo conciso de Suez, que hace lugar al dramatismo, la denuncia y la intriga, evoca en el contexto local casos de desapariciones de niños y adolescentes. Le llevó cuatro años escribirla.

A diferencia de la adolescente de su novela, Suez tuvo una infancia feliz, con un padre protector y respetado, en Basavilbaso, en Entre Ríos. “Quizás por eso me interesan las infancias que yo no tuve -señala-. Crecí en un pueblo donde mi padre era un médico muy amado, y yo, la hija del doctor; tenía todo y no había peligros. Mi padre era también un gran narrador, curaba más con lo que le hablaba a la gente que con otra cosa. Tengo un recuerdo muy fuerte de él”.

Vivió en Entre Ríos hasta los quince años. “A los seis meses me llevaron allá, así que la infancia ha sido amasada por el barrio bien negro y el verde entrerriano”, comenta. Es madre de dos hijas.

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Es, además, autora de libros para chicos y fundadora del Centro de Difusión e Investigación de Literatura Infantil y Juvenil. El 5 de junio, a las 17.30, presentará su novela con la escritora Eugenia Almeida -compañera de catálogo en Edhasa- en el Palacio Ferreyra (Hipólito Yrigoyen 511), en su ciudad natal.

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“Me costó encontrarle la vuelta a la trama, complejizando a los personajes. Trabajé mucho, pero no hay garantía, y aun después de lo que pasó con el Premio Rómulo Gallegos por El país del diablo, donde se me trató de asociar con el gobierno de Nicolás Maduro, cuando es un premio que se otorga hace décadas, no dejé de escribir”, dice a LA NACION. Esa misma novela mereció otro premio internacional: el Sor Juana Inés de la Cruz.

-¿Te afectó mucho aquella situación?

-Primero que me afectó y segundo que ganarse el Rómulo Gallegos no es chiste. No me parecía fácil seguir escribiendo, me dieron temor las agresiones y las críticas, y meterme a mí en una causa que no tenía nada que ver con la literatura. A mí me premió un jurado de lujo, internacional, en un centro de estudios latinoamericanos que también tiene sede en Madrid. Buscaban dañar.

-¿La entrega está basada en un caso real?

-A algunas personas les pareció eso también con Furia de invierno, hay gente que fue a ver si existían algunos lugares que aparecen en la novela. La gente busca los indicios reales. Ahora me preguntan si me basé en el caso de Marita Verón o en los casos de Loan Peña y Lian Flores; hay tantos casos que el número supera la ficción. Y los que no sabemos.

-¿Qué te motivó escribir una novela sobre un delito tan aberrante?

-Arrancó con la imagen de esta niña, Evelin, que escapaba de los tipos que la tenían presa en un burdel; con la imagen de ella escapando de la muerte, porque es casi imposible hacerlo. Después me pregunté cómo cae esa chica ahí, de dónde viene, de qué clase social es, y empecé a hacer conjeturas. El padre, de clase media y que parece ejemplar, se funde en la época de 2001, está apretado económicamente y debe resolver ese problema; con eso enganché la idea del padre que se destruye cuando no puede evitar que se lleven a la hija y luego tiene que simular que no sabe nada. Ninguno de los personajes conoce la historia completa que el lector reconstruye.

-¿Por qué las víctimas, en la novela, no acuden a las fuerzas de seguridad o a la Justicia?

-No me quise meter con eso. Es tan tremendamente mentiroso todo, hay tanta gente que ha caído en manos de la Justicia como un chivo expiatorio y estafadores que están sueltos, porque todo se arregla con dinero en este mundo. No quise hacer nada detectivesco, ni escribir una novela policial. Hay varias muertes, pero quería otra cosa, caminar por otro lado; es como un gran viaje por un largo recorrido para llegar a una libertad frágil.

La entrega deja entrever que la red de trata se extiende de forma muy organizada por todo el país.

-La secuestran en Villaguay y la llevan a La Pampa, cuando ella escapa pasa por Rosario. Está todo vinculado y sabemos que ocurre así. Pensé que la podían sacar del país. En algunos casos engañan a los padres de clases populares con que las chicas van a ir a trabajar a otro lugar. Pero quise mostrar que algo así puede pasar en cualquier clase social y a cualquiera: es un mundo que se está devorando a las personas, porque la trata parece que es un buen negocio después de la venta de armas. Me metí ahí, trabajando de lunes a viernes todas las mañanas, con el privilegio de poder escribir.

-La tragedia familiar tiene muchos condicionantes sociales.

-La crisis económica, los lazos con el intendente y los “señores” del pueblo, la deuda, el problema de salud de la madre, las prostitutas de Rosario que la ayudan a Evelin a sacarse de encima a uno de los cafishos, porque quise que ellas tuvieran un lugar en la historia; vas construyendo esas piezas y luego hay que unirlas para que resulte creíble. Lo importante es que la novela le deje al lector la posibilidad de conjeturar, que es como trabajé yo. En eso nos parecemos los lectores y los escritores. Escribir para contar una historia lineal no vale la pena.

-¿Leés mientras escribís ficción?

-Poco, pero siempre voy a ver cómo resolvió algo tal o cual escritor. Joyce Carol Oates me atrae mucho, su novela Una hermosa doncella fue una referencia.

-Tus novelas siempre son breves.

-No puedo más. Las voy ajustando, quizás influenciada mucho por el minimalismo, que me gusta muy mucho en todo el arte. Me gustan las historias fuertes y concentradas. Me cuido mucho de los adjetivos, no me gusta calificar; prefiero que lo haga el lector. Cuando me sobrepaso con los adjetivos, los tacho, y me pregunto qué pasa si no están. Con esta novela me centré en la construcción de las escenas con la intención de no aburrir al lector; quise que estuviera pendiente de lo que iba a pasar hasta el final.

-¿Escribís en la computadora?

-No. Empiezo en un cuaderno, a mano, en un cuaderno Rivadavia, liso, con una birome Bic, nada de lapiceras muy especiales. Empiezo a borronear y, cuando la historia crece, paso en limpio. Parto de imágenes y luego empiezo a nutrir las escenas y la atmósfera. Escribo sin apuro porque no es cuestión de publicar por publicar. Ahora estoy con un fotolibro con más de dos mil imágenes que saqué en un viaje por Europa que hice con mi pareja hace muchos años. Después de cuarenta años, las digitalicé e hice algunas copias en papel. Al ir eligiendo, me quedé con setenta, ochenta fotos, y escribí algunos cuentos o las asocio con frases de Herta Müller o Leonard Cohen. No sé si se va a publicar o no.

-¿Fuiste alumna de Roland Barthes en Francia?

-Fue mi “profe”. Hice un seminario con él sobre su obra El grado cero de la escritura. Hacíamos devoluciones escritas sobre ese libro, y lo criticábamos un montón. Éramos tremendos. Tuve de profesor de la beca a Marc Soriano, un especialista en cuentos populares, de Perrault y los hermanos Grimm. Él me llevó a su cátedra. La beca que me dieron fue mi tabla de salvación de la dictadura, no porque militara, sino por la mirada sobre la realidad que tenía. Viví casi cinco años en París con mi pareja, que es arquitecto.

-¿Te parece que hay un boom de la literatura cordobesa?

-Está Eugenia Almeida, que es una muy buena escritora, y María Teresa Andruetto y Sergio Aguirre. Y Luciano Lamberti, que ganó el Premio Clarín de Novela [al igual que Roberto Chuit Roganovich], y Camila Sosa Villada, que tiene una personalidad muy fuerte y además es una gran actriz. Hay muchas editoriales independientes que publican cosas muy buenas, como Nudista. Es una respuesta a este mundo, hacen la suya y no les importa si entran o no en las grandes corporaciones. Aprenden el oficio y publican poesía y cuento. Así empezó Lamberti. En Córdoba hay mucha vida cultural, todo el tiempo. Vas a la presentación de un libro y se cae de gente. Eso une mucho a personas de distintas generaciones.

-Participás poco del debate público.

-La necesidad de exponerse tanto va en contra de la literatura, por ahí a mí se me va la mano, no quiero decir que yo lo hago bien, pero me parece que el escritor es el libro y tenés que consagrarte a eso. El show no es el territorio de la literatura. Creérsela es muy fácil, pero te la creés y sonaste.

-¿Tenés una opinión sobre este momento político en el país?

-Estoy desahuciada, muy triste. La gente joven que votó a este gobierno se equivocó muy fiero, con una expectativa que no es tal. Hay una destrucción muy fuerte en el ámbito de la cultura, pero como la cultura tiene mucha importancia para el pueblo argentino no van a poder con eso. Él Presidente tampoco está ahora en el mismo lugar que estuvo cuando lo votaron. Está metiendo mucho la pata. Le interesa solo estar con los ricos y los poderosos. Alberto Fernández hizo unas metidas de pata muy grandes y todavía lo estamos pagando.

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