Ñoño se acaba de despertar con una vaga inquietud y a medida que deja atrás la almohada percibe que esa sensación proviene de una pesadilla, pero es incapaz de recordar ahora mismo el fondo y los detalles. Mientras toma la primera taza de café y repasa los titulares se da cuenta de que aquel mal sueño se vincula con este domingo alucinante. Sabe que tiene tiempo porque recién votará a las dos de la tarde, como sucede desde la primera vez que lo hizo –en 1983– y que todo será más o menos rápido, y que ocurrirá en la misma escuela de siempre. Desayuna despacio y revisa el celular para ver si hay novedades en los chats personales; durante las últimas tres semanas distintos amigos del colegio, el fútbol y el trabajo, han estado discutiendo fervorosa y espasmódicamente acerca de cuál sería la mejor estrategia. Son casi todos “ñoños republicanos”, aunque algunos se muestran algo indulgentes con las “locuras” de Milei y otros, por lo contrario, son críticos irreductibles y no le perdonan una. Dentro de este segundo conjunto, se dividen a su vez entre los que sin embargo lo votarán con resignación última –justificándose en que todo vale contra el kirchnerismo– y otros que quieren propinarle a los “violetas” un castigo ejemplar. Ninguno se autopercibe derechista ni ñoño: votaron en el pasado por radicales, socialdemócratas, liberales, desarrollistas y hasta peronistas de diverso pelaje.
La idea de que Cambiemos era la reencarnación de Videla los indignaba y, para algunos, la actual intromisión de Donald Trump y el impúdico desembarco de JP Morgan les recuerda todavía las escenas serviles de las antiguas oligarquías locales ante los hombres de negocios del imperio británico. “Recordemos aquellas imágenes de La república perdida, compañeros –sugiere un alfonsinista añejo–. Nos parecía patético entonces, ¿por qué nos tenemos que tragar este sapo ahora?”. Obtuvo varias respuestas, algunas sarcásticas, otras razonables: “Porque somos viejos”, dijo uno. “Porque en la desesperada los trumpistas le dan tiempo para que arregle este quilombo y no volemos por el aire de nuevo”, dijo otro. Quien más quien menos se sintió aludido por las declaraciones del Presidente, que ante la posible “dispersión del voto” y sabiendo que los sectores más pauperizados le resultan irrecuperables con esta mishiadura a la que los sometió, ha intentado meter a los “sensatos” en la polarización extrema durante la última semana. Pero no lo ha hecho con seducción sino con psicopatía y con agresión directa. Como si pensara: “A estos los llevaré al paraíso a patadas en el traste”. Primero los bautizó “enojaditos de Macri”. El propio Ñoño puso una respuesta en uno de los grupos: “Ni somos de Macri ni estamos enojaditos. ¡Estamos enojadísimos con Milei! Y él nos odia”. Como si lo hubiera escuchado, el libertario gritó en su tribuna de Rosario: “Tienen que tener claro que en aquellos momentos de la historia donde los valores morales están en juego, todos los que estén en el medio y la jueguen de tibios son cómplices de los exterminadores de la sociedad”. Los chats estallaron: “¿Valores morales? –saltó una amiga llamada Mabel–. $LIBRA, Spagnuolo, Espert, Villaverde. ¿De qué valores me habla?”. La esposa de un abogado la acompañó en el sentimiento: “¿Tibios? ¿Dónde estaba este muchacho cuando nosotros poníamos el cuerpo, hacíamos los banderazos y salíamos con las cacerolas, y defendíamos al campo y luchábamos por la independencia de poderes?”. Rápido de reflejos, un médico llamado Raúl escribió: “Con Scioli estaba Milei, y después limando al gobierno no peronista, y más tarde arreglando con Massa”. Hay más comentarios y dos o tres recuerdan que un republicano jamás puede declarar que el Poder Legislativo es “destituyente”. “¿Y quién les dijo que Milei es republicano? –terció en ese tramo un votante confeso de La Libertad Avanza–. Pero lo que está en juego no son todas esas giladas, sino la vuelta de los chavistas. Hay que taparse la nariz y frenarlos como sea, sin fijarse incluso en los candidatos libertarios, que son un desastre”. Ñoño piensa en dos trenes fantasmas, corriendo en sentido contrario por la misma vía y con destino de colisión.
La idea de que Cambiemos era la reencarnación de Videla los indignaba y, para algunos, la actual intromisión de Donald Trump y el impúdico desembarco de JP Morgan les recuerda todavía las escenas serviles de las antiguas oligarquías locales ante los hombres de negocios del imperio británico
Su esposa lo encuentra taciturno y sospecha toda la procesión que le está caminando por dentro: es cerca del mediodía y todavía permanece indeciso, enredado en las columnas de opinión y escuchando voces fantasmales. Evaluó seriamente, por primera vez en su vida, no acudir a la cita de honor, pero ¿cómo justifica un defensor de la democracia esa abstención? Le quedan tres alternativas y ninguna lo convence: votar en blanco, respaldar nombres probos y arriesgarse a una mera apuesta testimonial, o doblegarse, cerrar los ojos y darle una oportunidad a un populismo de derecha que malversa el sentido republicano. Y no se trata solo de malos modales ni de ser “soso, anodino, simplón, pusilánime” (RAE): hay que ser muy valiente para no seguir el rebaño y para cuestionar las propias creencias. Ñoño sabe que la obra pública se usó para la venalidad, pero le parece inadmisible su cancelación; está en desacuerdo con el “subsidio eterno” a la industria, pero también con la importación indiscriminada que la pulveriza (hoy cierran casi 30 empresas por día); valora el equilibrio fiscal y acepta el recorte, pero no comprende cómo puede concentrarse en jubilados y en políticas pediátricas o de discapacidad. Las mabeles y los raúles –la doblemente despreciada “clase mierda” – querían un país normal y no una nueva anomalía.
El ñoño republicano mete la boleta en la urna, sale y respira hondo, como alguien que acaba de recitar su última plegaria y se dispone a enfrentar por fin su destino sudamericano
Ñoño se viste lento, como si dilatara el momento de la gran decisión; se imagina mientras tanto la noche de este domingo: los festejos de unos o de otros, y se pregunta si tendrá algún remordimiento. “Si le quitás fuerza al mileísmo para darte algún gusto personal o para meter a alguna figura de tu agrado en el Senado o en Diputados, y ves a la noche celebrando en el escenario a los kirchneristas te vas a sentir muy mal”, le avisa un vecino que a veces los visita. Extorsión, piensa Ñoño: chantaje emocional. Camina siete cuadras con parsimonia y entra en la escuela; en un patio del fondo encuentra su fila. Mientras se acerca a las autoridades de mesa siente palpitaciones; ya en el cuarto oscuro su mano se mueve sola, como si fuera independiente de su voluntad. Finalmente, el ñoño republicano mete la boleta en la urna, y sale al patio y respira hondo, como alguien que acaba de recitar su última plegaria y se dispone a enfrentar por fin su destino sudamericano.
