CIUDAD DE PANAMÁ.- “¿Quieren ver mis videos?”, preguntó con timidez Brooke Alfaro en su casa taller ubicado en la antigua base militar Albrook, al grupo de visitantes llegados desde varios países de América y Europa para participar de Pinta Panamá Art Week. Lo que mostró a continuación fue muy distinto a sus pinturas de barcos atiborrados personajes desnudos que evocan El jardín de las delicias del Bosco, como las que exhibió en la última edición de la Bienal de Venecia.
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“La mitad de ellos están muertos ahora: se mataron entre ellos”, informó el artista tras presentar Nueve, un trabajo titulado así por las armas de nueve milímetros, en el cual logró hace dos décadas que dos pandillas rivales interpretaran la misma canción. Las dos filmaciones, grabadas por separado, se proyectaron juntas sobre la fachada de un edificio del barrio humilde donde vivían. “Al principio no querían, pero fueron accediendo de a poco –agregó-. Durante el año que duró la grabación, no se pelearon. Y después estaban felices, porque habían sido vistos y aplaudidos por su comunidad”.
Ser visible es lo que quería también, según él, la prostituta que confesó ante su cámara que deseaba tener una muerte trágica para volverse noticia. Otras formas de lograr reconocimiento ante la mirada del otro fueron las que mostró la primera edición de Pinta Panamá Art Week, una semana del arte que termina hoy tras haber ofrecido a decenas de invitados internacionales una nueva perspectiva sobre este punto estratégico del continente americano.
“Pinta contribuye a fomentar vínculos para ir creando público”, dijo Mónica Kupfer, coordinadora del foro internacional. Entre los invitados se contó Julia Morandeira Arrizabalaga, directora del flamante Instituto Cáder de Arte Centroamericano del Museo Reina Sofía, que promueve la investigación y difusión del arte local. “Hay dos grandes peligros –advirtió esta última-: caer en algún tipo de labor extractivista o asistencialista. Para evitarlo queremos trabajar desde una lógica de reciprocidad. Generar herramientas que sean sostenibles, y promover la circulación y el intercambio con lo que ya existe en la región: las iniciativas, el entramado, el tejido”.
Eso mismo busca Diego Costa Peuser con las semanas del arte que impulsa desde su plataforma Pinta: dar visibilidad global a escenas de países de América Latina hasta ahora poco conocidas, gracias una sinergia de aportes públicos y privados con el EFG como principal sponsor. “Me gusta tejer redes”, dijo entusiasmado a LA NACION este gestor cultural argentino radicado en Miami, que ya evalúa posibles destinos próximos tras el éxito cosechado en Panamá y Paraguay.
Su propia trama, unida con un hilo rojo que atravesó amplias extensiones de territorio nacional, realizó la artista Ana Elena Tejera. El registro de esa performance que evoca un ritual familiar de protección se exhibe ahora en el Museo del Canal en Panamá, como parte de su investigación sobre la presencia militar estadounidense en su país. “Están volviendo a ocupar la base de [Fuerte] Sherman –advierte la artista, que detectó movimientos inusuales en instalaciones que habían sido abandonadas-. Para entrar, ahora hay que pedirle permiso a la Embajada de Estados Unidos”.
En esa misma institución destinada a conservar y actualizar la memoria se exhibe la muestra que estrenó el pabellón panameño en la última edición de la Bienal de Venecia. Las pinturas de Brooke Alfaro se exhiben allí con collages con fotos de archivo de Giana De Dier, descendiente de afroantillanos que participaron de la construcción del canal, y con otras obras de Isabel de Obaldía y Cisco Merel inspiradas en el llamado “Tapón de Darién”. Es decir, la espesa zona selvática que separa Panamá de Colombia, una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo.
“Por ahí pasó más de medio millón de personas en 2023, y un tercio eran niños”, dijo a quienes llegaron hasta su taller De Obaldía, después de haber visitado la zona dos veces. Ahora trabaja en una serie de pequeños migrantes de vidrio que presentará en noviembre en la Casa de América Latina en París. Con tierra de distintos colores recolectada en Darién, Merel realizó una pieza que alude al espejismo de quienes se ilusionan con lograr de esa manera una vida mejor.
“La tierra seca puede llegar cortar los pies”, explica este descendiente de una afropanameña y de un inmigrante chino que escapó del comunismo. “Mi abuelo escapó del comunismo –recuerda-. Tenía una esposa designada en China, que mantuvo a distancia para que no muriera de hambre”.
Cisco explica además que, por tener raíces tan diversas, no lograba “encajar” en ningún grupo. Sí se identificó con los colores brillantes con los que se pintan las casas humildes de la costa y las islas. “Son los más económicos -explica- y los que sobraban después de pintar los barcos. El color es un elemento de poder, de pertenencia. Nos marca para estar presentes en la sociedad”.
“Panamá es un collage”, dice la gorra que lleva puesta Irene Gelfman, curadora global de Pinta. Y así es, cada uno tiene algo para aportar. Antonio Murzi muestra a los visitantes su colección de arte urbano en la torre ultramoderna de MMG. Johnny Roux, los recibe en Casa Santa Ana, una fundación que además de impulsar residencias para artistas trabaja en la educación de los chicos del humilde barrio donde está su sede. Y el médico cubano Nivaldo Carbonell construyó un edificio de tres pisos en el que no solo muestra su colección con entrada gratis sino también muestras temporarias, además de alojar su fundación y la galería NG, dirigida por su hija.
“Pinta ha logrado integrar todos los sectores”, dice este último, tras haber participado de una inauguración con performances y música en la Ciudad de las Artes, en la que participaron 450 invitados. La semana cierra hoy, con un encuentro de arte y literatura para niños.
Para agendar:
Pinta Panamá Art Week, hasta hoy en Ciudad de Panamá. Más en panama.pinta.art.