¿Plagio de alta tecnología?

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Noam Chomsky (1928), eximio lingüista, científico cognitivo, filósofo y politólogo, al ser preguntado sobre la inteligencia artificial (IA), respondió: “Básicamente es un plagio de alta tecnología y una forma de evitar el aprendizaje”. Chomsky admite que las tecnologías basadas en IA han alcanzado progresos espectaculares, como la capacidad para procesar colosales volúmenes de datos, generar textos, imágenes, traducir idiomas y reconocer patrones complejos. Todo ello, junto a operaciones matemáticas y estadísticas, lleva a que una computadora produzca respuestas o sugiera acciones. La IA puede imitar muchas funciones cognitivas humanas, pero no posee creatividad real, ni ejerce pensamiento crítico auténtico ni posee valores morales propios. Chomsky considera que, si no reconocemos estas limitaciones, se corre el riesgo de sobrestimar a la IA y darle preponderancia en ámbitos inadecuados para esa sobrestimación, por ejemplo, en la educación.

Aprender significa comprender, y comprender exige del estudiante tiempo, esfuerzo, reflexión y autonomía. La IA es una herramienta educativa valiosísima si se la utiliza críticamente. Tiene una creatividad limitada, basada en información que encuentra en su descomunal base de datos. Por ejemplo, en el campo de la generación de música, existen algoritmos de IA que pueden componer melodías originales basadas en patrones aprendidos de grandes conjuntos de datos musicales. Esa capacidad de la IA para generar creatividad es limitada por la calidad y cantidad de datos disponibles, así como por la sofisticación de los algoritmos utilizados. La creatividad humana, a diferencia de la IA, exige una conciencia, un contexto vital, un propósito y una mirada que vaya más allá de los datos y los patrones hallados.

En la ciencia, la creatividad humana produce la reformulación del conocimiento acumulado, la generación de nuevos conocimientos, nuevos conceptos y nuevas teorías. A principios del siglo XX, sin considerar a Einstein y sus trabajos, ¿la IA hubiera sido capaz, con los conocimientos de ese momento, de formular la teoría de la relatividad? La respuesta que dio la IA fue: “No”. La teoría de la relatividad para ser formulada requería una integración creativa. La creatividad científica consiste justamente en ver aquello que los datos no muestran explícitamente. Una IA ubicada a principios del siglo XX y limitada a los conocimientos de la época habría sido capaz de reconocer tensiones y proponer ajustes en la física. Pero la teoría de la relatividad para ser propuesta necesitaba algo más: una reformulación profunda de los conceptos básicos. Necesitaba un avance que surgió de la intuición, la audacia y la capacidad de síntesis conceptual propias del pensamiento humano.

Por otro lado, Chomsky pone el énfasis en el pensamiento crítico en el sentido humano, como un elemento indispensable a la hora de utilizar una IA. Una IA puede simular razonamientos críticos, analizar argumentos, detectar falacias o comparar evidencias, pero no comprende, no cuestiona ni valora de manera consciente lo que procesa. El pensamiento crítico humano implica conciencia, juicio, valores, emociones, experiencia y responsabilidad. Además, Chomsky expresa que la IA no tiene valores morales, porque no tiene conciencia, intenciones ni libre albedrío. Las decisiones morales de una IA son el reflejo de los valores y sesgos humanos incorporados por sus programadores.

La IA carece de empatía, ya que esta requiere conciencia de sí mismo y del otro ser humano, experiencia subjetiva y la capacidad de experimentar emociones. Cuando una IA “parece” empática, simplemente aplica reglas aprendidas sobre cómo responder ante expresiones de tristeza o alegría. Las interacciones con la IA pueden generar una ilusión de comprensión emocional, pero se trata solo de una simulación algorítmica del afecto humano. Nadie duda de que la IA representa un logro asombroso e inigualable en la historia de la tecnología, a tal punto que podemos pedirle a la IA que nos escriba un poema al estilo de Borges, y lo hace con las metáforas, la coherencia y la belleza formal que Borges le hubiera dado. Pero para ello, diría Chomsky, tuvo primero que existir Borges.

Profesor emérito de la Universidad Nacional de La Plata

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