El banquete de Estado con el que Carlos III y Camilla de Inglaterra agasajaron la semana pasada al presidente francés, Emmanuel Macron, y a su mujer, Brigitte, durante su visita de Estado (la primera de un presidente de Francia en diecisiete años) tuvo toda la pompa que requería la ocasión.
Y fue el escenario perfecto para que, después de casi dos años, la princesa de Gales volviera a “coronarse” como la futura reina que es. Radiante, sin rastros de los tratamientos a los que se sometió por un año para tratar su cáncer (hoy está en remisión) y del brazo de su marido, el príncipe William, Kate hizo un regreso triunfal al castillo de Windsor con un par de “ases en la manga”: un espectacular traje de seda de Sarah Burton para Givenchy (la diseñadora es la misma que le hizo su traje de novia, aunque entonces era directora creativa de Alexander McQueen, y la conoce a la perfección), y la tiara Cambridge Lover’s Knot, la de mayor relevancia institucional del joyero real al que ella tiene acceso, además de haber sido una de las favoritas de su suegra, Diana de Gales (si bien Lady Di la rechazó cuando Isabel II le propuso que la usara para su boda con el entonces príncipe Carlos porque prefirió la tiara de su familia, fue luego la que más eligió a lo largo de su vida como princesa). Además, Kate lució el rosetón de gran oficial de la Orden Nacional del Mérito que concede la República de Francia; la gran cruz de la Orden Victoriana; y estrenó el camafeo con el retrato pintado del Rey (se llama Family Order), que el monarca reinante entrega a las mujeres de la familia real como agradecimiento por su trabajo, y sumó el que recibió en tiempos de Isabel II.
Si bien es costumbre en estos eventos coordinarse para no repetir colores, el acuerdo fue toda una declaración de amistad entre los dos países: Kate llevó rojo, la Reina blanco, y la primera dama azul, para completar así los colores de las banderas nacionales.
UN CASTILLO EN TODO SU ESPLENDOR
Entre los 160 invitados se pudo ver a estrellas como sir Elton John y su marido, David Furnish, sir Mick Jagger y su novia Melanie Hamrick, Mika y la futbolista Mary Earps. Vestidos de etiqueta, ocuparon la majestuosa mesa de 50 metros que recorría de punta a punta el Saint George’s Hall, el salón más grande del castillo de Windsor, que es el mismo que usaron el príncipe Harry y Meghan Markle el día de su boda. Según el Daily Mail, llevó seis días para que quedara impecable y se lo decoró con centros de mesa de plata con flores de los jardines de Buckingham y de Windsor, y velas que reflejaban su luz de manera teatral directamente sobre la madera impecablemente lustrada.
En cuanto al menú, después de una entrada de verduras de estación con vinagreta, el chef francobritánico Raymond Blanc, embajador de la Fundación del Rey, presentó el primer plato y el postre, combinando las dos culturas gastronómicas: sirvió pollo Rhug Estate con espárragos Norfolk y crema de estragón, y bizcocho helado con grosella y gelatina de flor de sauco. Además, crearon un cóctel con ginebra británica, lemon curd y pastis francés.
Para cerrar una noche perfecta, la Orquesta Nacional de Gales de la BBC interpretó temas de Vivaldi, Lady Gaga y la música de la obra Los Miserables .