Mientras los habitantes costeros de Estados Unidos esperan preocupados las posibles consecuencias de cada temporada de huracanes, los arqueólogos marinos, buzos profesionales, aventureros aficionados y hasta turistas ocasionales saben que cada ráfaga de viento y oleada puede destapar secretos guardados bajo la arena durante siglos. En este contexto, el Triángulo de las Bermudas y las costas de las Carolinas son algunos de los escenarios donde estos hallazgos cobran más protagonismo.
El poder de los huracanes en costas cargadas de historia
Las tormentas que cruzan el Atlántico no tienen un potencial destructivo, sino que también tienen la capacidad de remover capas de arena, desplazar restos de barcos hundidos y exponer objetos que habían quedado ocultos. De esa manera, cada temporada de huracanes, entre junio y noviembre, la actividad ciclónica transforma las condiciones submarinos.
Según la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés), en 2025 se espera una temporada por encima del promedio, con entre 13 y 18 tormentas con nombre, de las cuales hasta nueve podrían convertirse en huracanes.
En este contexto, los especialistas explican que el efecto de las tormentas en el fondo marino es sorprendente: el movimiento del agua no solo cambia la ubicación de estructuras sumergidas, sino que incluso puede dejar al descubierto cargamentos enteros.
Philippe Rouja, Custodio Oficial de Naufragios de las Bermudas, lo resumió con claridad en una entrevista con BBC: “Cualquier naufragio que creas conocer, después de un huracán, merece ser revisitado”.
Entre las zonas donde los huracanes revelan más secretos se encuentran:
- Carolina del Norte: conocida como el “Cementerio del Atlántico”, alberga más de 1000 naufragios, desde barcos de la Guerra Civil hasta submarinos alemanes hundidos en la Segunda Guerra Mundial.
- Bermudas: con más de 300 barcos naufragados desde el siglo XVI, este archipiélago es considerado uno de los puntos más densos en restos navales del planeta.
- Carolina del Sur: además de naufragios, las tormentas revelan fósiles de animales prehistóricos en sus playas, lo que suma otro atractivo para coleccionistas y curiosos.
Algunos de los descubrimientos inesperados más sorprendentes tras el paso de una tormenta
La posibilidad de encontrar un barco hundido no está reservada únicamente a expertos. Muchas veces, los primeros en dar con los restos son ciudadanos comunes que pasean por la playa después de un temporal, según señalaron desde el medio citado.
En Carolina del Norte, por ejemplo, fue así como se descubrió en 2008 el naufragio conocido como Corolla Wreck, cuando un vecino notó la madera de un casco que emergía de entre las dunas tras un fuerte viento.
Stephen Atkinson, del Departamento de Arqueología Subacuática de Carolina del Norte, explicó que lo más valioso de estos hallazgos es la participación del público, ya que la gente puede reportar lo que ve y su nombre queda asociado a ese descubrimiento.
Una simple lata de anchoas o un zapato antiguo puede servir como pista para identificar la procedencia de un barco. Entre los tesoros rescatados por casualidad, el especialista mencionó:
- En Bermudas, un aficionado al buceo de langostas se topó con el Justice, un barco hundido en 1950.
- En Carolina del Sur, tras un huracán, se halló un hueso de foca monje de la Edad de Hielo, hoy exhibido en un museo local.
El Triángulo de las Bermudas, una isla de naufragios
Bermudas tiene una relación particular con los naufragios. Sin una población originaria ni recursos propios, durante siglos cada embarcación que llegaba cargaba productos vitales, desde herramientas hasta alimentos, por lo que se convertían en una suerte de supermercados flotantes.
Es por eso que ese archipiélago en un imán para los buscadores de tesoros, desde aficionados y turistas hasta arqueólogos profesionales.
La isla tiene más de 40 sitios de naufragios abiertos al público, pero muchos más permanecen inexplorados. La recomendación de los expertos es alejarse unos cientos de metros de las zonas más conocidas, ya que la mayoría de los restos descansan a menos de 25 metros de profundidad, accesibles incluso para buzos recreativos.