Por qué Trump mira a América Latina más que nunca y cuáles son los riesgos detrás de su estrategia

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América Latina parecía la última de las prioridades de Washington, pero entonces volvió Donald Trump. Del inédito salvavidas que le tiró a Javier Milei de cara a las elecciones de este domingo a la campaña militar contra el narcotráfico en el Caribe que puso en guardia a Venezuela, hay que remontarse mucho tiempo atrás para recordar un momento de tanta interferencia de Estados Unidos en los asuntos de la región.

¿Cómo hay que entender este nuevo foco de Trump por influir en América Latina con una estrategia más basada en el garrote que en la zanahoria que le dio al gobierno argentino? Para empezar por su visión de que el mundo se divide en esferas de influencia. Si Ucrania y todo espacio postsoviético es un área de influencia de Rusia, el hemisferio occidental, que incluye el continente americano, es de Estados Unidos. Para algunos analistas es una versión siglo XXI de la Doctrina Monroe, que marcó la política exterior norteamericana a partir de la segunda mitad del siglo XIX y que establecía que América debía estar libre de la interferencia de las potencias coloniales europeas. En el marco de un repliegue norteamericano de otras regiones, el llamado “patio trasero” de Estados Unidos cobra mayor relevancia, pero esta vez no por las ambiciones europeas sino por los avances de China.

Detrás de esta agresiva política exterior que por momentos parece tener altas dosis de arbitrariedad y favorecer más a los intereses de aliados políticos que los de su país, Trump tiene tres objetivos muy concretos en América Latina: la lucha contra el narcotráfico, reducir el flujo migratorio y fundamentalmente disminuir la presencia china.

Trump recibe a Milei en el Salón Oval

“Sus tácticas generan cierta turbulencia, pero si lo medimos por esos tres objetivos puede decirse que a Trump le está yendo relativamente bien en el corto plazo en América Latina”, dice a LA NACION Brian Winter, editor en jefe de la publicación Americas Quarterly.

Rivales pragmáticos

Como caso emblemático Winter cita el de México, que es la máxima prioridad de Estados Unidos en América Latina. La presidenta Claudia Sheinbaum desactivó lo que amenazaba con ser una relación explosiva con Trump y respondió al mix de amenazas militares y de aranceles con una alta dosis de pragmatismo: desplegó 10.000 soldados en la frontera para hacer frente a los cruces ilegales, aumentó las operaciones contra los carteles y puso trabas a las importaciones chinas.

Claudia Sheinbaum apostó al pragmatismo en su relación con Trump

Sheinbaum demostró ser muy hábil en el manejo de las incesantes exigencias de Trump en materia de drogas, inmigración y crimen organizado. Combina cierta flexibilidad en estos temas prioritarios para Trump con la insistencia en el respeto a la soberanía y la firmeza respecto al uso de la fuerza militar en territorio mexicano. El problema es que, por mucho que Sheinbaum haga, Trump nunca está satisfecho y siempre quiere más”, dice Michael Shifter, expresidente de Diálogo Interamericano.

El bullying de Trump también ha dado sus frutos en Panamá, donde si bien todavía está lejos de su obsesión con “recuperar” el canal, como dice él, consiguió que el gobierno tome distancia de los intereses chinos, especialmente en puertos.

El canal de Panamá, en la mira de Trump

“Con Trump siempre hay que medir el statu quo contra el nuevo equilibrio después de esas confrontaciones y si termina en una situación mejor para el interés norteamericano que lo que se tenia en el comienzo”, dice Winter.

El de Brasil es el mejor ejemplo. La imposición de aranceles del 50% y las sanciones a los jueces para presionar por una absolución de su aliado Jair Bolsonaro no salió como Trump esperaba. Fortaleció a un Lula que venía atravesando un período errático de su mandato, alineó a la opinión pública brasileña en contra de la interferencia de Washington y no pudo evitar la condena.

El giro no tardó en llegar. Primero con la excepción de productos a aranceles. Y después con un deshielo de la relación de Trump y Lula, que empezó en la Asamblea General de la ONU y podría materializarse este domingo con una bilateral en Malasia durante la cumbre de la Asean, según Winter con “la posibilidad de un acuerdo interesante sobre tierras raras y minerales críticos” sobre la mesa.

La visita oficial de Lula a Indonesia; este domingo podría reunirse con Trump en el marco de su gira asiática

“El enfoque de Trump con Brasil parecía inicialmente contraproducente, pero lo que hace es abrir nuevas negociaciones. Trump y Lula se van a tener que sentar a hablar y ahí se van a poner un montón de cosas sobre la mesa que quizás no se hubieran discutido de otro modo, objetivos de negociación que Estados Unidos no hubiera conseguido si no fuera por la implementación de esas políticas más coercitivas”, apunta el politólogo argentino Luis Schenoni, profesor del University College London.

Los aliados

Ahora que parece que Bolsonaro va a compartir el destino de encierro de muchos expresidentes de la región, Milei y Nayib Bukele se posicionaron como los grandes aliados de Trump en la región, y son los únicos que fueron recibidos en el Salón Oval. Estos privilegios a sus socios políticos le han generado no pocos cuestionamientos.

La interferencia en la justicia brasileña y la vista gorda que ha hecho ante las pulsiones autoritarias del autodenominando “dictador cool” salvadoreño a cambio de que haga el trabajo sucio con pandilleros y migrantes le han valido críticas por haberse alejado de una tradición de los presidentes norteamericanos de promover, al menos desde el discurso, los valores democráticos. Y la generosa ayuda a Milei instaló el debate sobre si está poniendo el interés de sus aliados extranjeros por sobre el de los norteamericanos.

Trump estrecha la mano de Bukele en el Salón Oval, en abril pasado

“Uno podría pensar que el caso de Milei hay una contradicción entre los intereses de Estados Unidos y los intereses de Trump. Si uno piensa, por ejemplo, en los intereses del agro norteamericano o del sector financiero, contraer este tipo de compromiso con la Argentina parecería algo más ligado a un vínculo personal. Pero lo cierto es que, en general, tener buenas relaciones con Trump significa tener buenas relaciones con Estados Unidos, en el contexto geopolítico más amplio de las tensiones con China y del reacomodamiento comercial y militar”, analiza Schenoni.

“Tanto la mano dura de Bukele —que le conviene a Estados Unidos por la reducción del crimen— como las políticas de Milei o de Bolsonaro en el aspecto comercial, y la posibilidad que tienen estos gobiernos de un mayor distanciamiento de China y una mayor aproximación a Estados Unidos son reales. Yo diría que hay un gran alineamiento entre los intereses de Trump y los de Estados Unidos”, agrega.

En la fila para ser buenos amigos con Trump también están el presidente de Paraguay, Santiago Peña, que fue elogiado como un socio “extraordinario” por Marco Rubio; el presidente de Ecuador, Daniel Noboa, que mostró disposición a reabrir las bases militares norteamericanas que había ordenado cerrar Rafael Correa; el presidente electo de Bolivia, Rodrigo Paz, que tras su victoria el domingo pasado confirmó el realineamiento de su país con Washington después de los 20 años en los que el MAS miró a Rusia y China; y el conservador José Antonio Kast, que en noviembre buscará en su tercer intento ganar la presidencia en Chile.

Los enemigos

En la otra esquina del ring están los dos enemigos públicos de Trump, Nicolás Maduro y Gustavo Petro, caras visibles de lo que se ha convertido en la acción más desconcertante de Trump en la región, la campaña militar contra el narcotráfico, que esta semana se amplió del Caribe al Pacífico e incorporó al USS Gerald Ford, el portaviones más grandes del mundo.

El USS Gerald R. Ford

La desproporción entre el arsenal desplegado y los objetivos declaradas -hasta ahora murieron más de 40 personas en 10 presuntas “narcolanchas”- ha generado varios interrogantes sin respuesta sobre cuál es el objetivo final de Trump. ¿Quiere mostrarse como un líder de mano dura a sus votantes? ¿Quiere mostrar quién manda en el hemisferio occidental? ¿Promueve una guerra psicológica para generar pánico y divisiones en el régimen chavista? ¿Tiene un plan para derrocar a Maduro? ¿O todas las anteriores son correctas?

Detrás de esta estrategia que ha generado cuestionamientos por su legalidad, internas en el ejército -la semana pasada renunció el jefe del Comando Sur- y debates en Washington está Marco Rubio. Nunca antes para un secretario de Estado había sido tan personal el combate contra las dictaduras de izquierda a la región. Hasta dónde Trump está dispuesto a acompañarlo, solo él lo sabe.

El consenso entre los expertos es que un cambio de régimen en Caracas parece poco probable por ahora, y por el momento, los barcos con petróleo siguen yendo de Venezuela a Estados Unidos, y los aviones con deportados de Estados Unidos a Venezuela.

Marco Rubio con Trump

La escalada avanza a pasos acelerados y ahora amenaza con romper la relación de Estados Unidos con su mayor aliado en materia de seguridad de las últimas décadas, Colombia. Las relaciones atraviesan su peor momento y Petro, blanco de sanciones y de la furia de Trump por su supuesta connivencia con el narcotráfico, está dispuesto a aprovecharlo.

Petro, al igual que Trump, se nutre del conflicto y la confrontación, y es muy hábil para hacerse la víctima y sacar ventaja política de una relación hostil. Trump no es conocido por su autocontrol, pero la mejor manera de lograr lo que considera un resultado político favorable en las elecciones del próximo año es ignorar a Petro”, opina Shifter.

La señales que viene dando la Casa Blanca es que o Petro o Maduro deben prepararse para algún ataque dentro de su territorio y que la región debe hacerse la idea de que la presencia militar llegó para quedarse. Según publicó The Washington Post esta semana, la próxima Estrategia de Defensa Nacional, que el Pentágono suele elaborar cada cuatro años, priorizará la defensa del territorio norteamericano y pondrá el foco en el hemisferio occidental, una decisión que generó malestar en líderes militares, que ven el desarrollo bélico de China como la amenaza más urgente.

Los riesgos

Para algunos expertos, la ansiedad de Trump por conseguir resultados en América Latina es riesgosa y podría en el largo plazo terminar consiguiendo el efecto contrario y abrirle oportunidades a un enemigo famoso por su paciencia.

“El problema que observo es que ese enfoque adoptado por Trump podría generar costos a mediano y largo plazo. Aunque en el corto plazo pueda lograrse cierta cooperación, existe el riesgo de provocar un desgaste en la relación bilateral, al dejar en evidencia que el comercio y las inversiones pueden ser utilizados como herramientas de presión. Esto podría llevar a esos países a buscar otros socios estratégicos”, apunta Winter.

Shifter es más terminante: “El enfoque marcadamente personalista, punitivo y errático de Trump hacia los líderes y gobiernos de América Latina no hará más que reforzar la percepción en la región de que Estados Unidos no es un socio confiable. Resulta difícil considerar eso como un resultado favorable para los intereses nacionales de Estados Unidos a largo plazo”.

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