Desde aquel origen familiar en 1945, Oscar Andreani repasa el trayecto que convirtió dos camiones en una plataforma nacional de soluciones logísticas integrales. Habla de legado, de cultura de trabajo y del valor de sostener una empresa de capital íntegramente argentino sin “vender el apellido”.
En la charla —que incluyó un recorrido por la planta y el “museo” interno, con fotos y piezas que narran la historia de la compañía— Andreani anticipa cómo ve 2035, explica por qué cada camionero funciona como su propia pyme, y cuenta el operativo de vacunas en pandemia. También recuerda la anécdota de su madre ganando la lotería que salvó a la firma, la expansión a Brasil, la apuesta por robotización y talento, y deja su hoja de ruta: educación y consensos para el país, perseverancia para los emprendedores y una convicción que lo guía: “todo es posible”.
-Vamos a conocer tu historia y también tu futuro. ¿Dónde estamos exactamente?
-Esto es lo que llamamos nuestro museo, donde tenemos todos los recuerdos desde el momento en que se inició, en 1945, con mi papá, y todo lo que representa hasta el día de hoy.
-Acá está: Estrella Federal. Esto es lo que tiene que ver con cuando descubrieron el negocio de revistas…
Esa fue la primera camioneta que tomamos, que decía Courier Internacional. Era el momento en que traíamos el courier a la Argentina.
-1970, cuando refundan la empresa. ¿Creés en eso que algunos dicen: “la primera generación funda la empresa, la segunda la re-funda y la tercera la puede”?
-Yo no creo en eso. No me parece que sea así. Si tenemos desarrollo y buenas generaciones, pueden lograr seguir con el legado. Yo tengo cinco hijos, cada uno en diferentes empresas que forman parte del grupo.
-En 1991 crearon Farma, que es de mayor complejidad. Ya hablamos de logística con mucha tecnología.
-Farma nació en 1991, en plena crisis. En 1989 fue la híper. En 1991 Roche tenía un edificio para almacenar un millón de unidades, pero sólo usaba 100.000. Le sobraba el 90%. Fuimos un día y dijimos: si les sobra ese 90%, ¿por qué no nos dejan ocuparlo nosotros? Así Roche fue nuestro primer cliente de Farma y desde ahí empezamos a trabajar con todo.
-Sigamos por el camino de la capacitación: la diplomatura, el desembarco en Mar del Plata, la sucursal en Brasil.
-Ahí ya hablamos de Porto Alegre. Estamos en el 2000, y en 2002, en plena crisis, había que salir a buscar dólares afuera. Se nos ocurrió hacerlo en un país vecino y llevamos la logística allá, en ese tiempo con Nestlé. Otro hito espectacular fue el de las vacunas: cuando llegaron las de Covid, con camiones custodiados.
-Uno se olvida, pero era pleno miedo. Pánico global.
-Ese operativo realmente nos llenó de orgullo. Ver nuestros camiones trayendo esperanza en un momento tan crítico fue una gran sensación.
-Te llevo a 2035. Acá la línea de tiempo no está completada. Diez años adelante, ¿cómo lo ves?
-Bueno, 2023 va a ser otra cosa. Así como nuestros abuelos tenían una diferencia con nuestros padres, y nuestros padres con nosotros, nuestros hijos tendrán otra con la generación que viene. 2035 va a ser otra cosa. No sabemos qué, pero ya estamos trabajando e invirtiendo en tecnología, preparando la empresa para lo que venga.
-Hay un dato poco conocido: que cada camionero es su propia pyme. Esa fue una decisión estratégica.
-Sí. Con el volumen que fuimos tomando, era muy difícil mantener talleres mecánicos y una flota propia. Lo ideal fue que cada camión perteneciera a una persona, que lo defendiera y creara su propia pyme. Hoy hay muchachos que empezaron con un camión y hoy tienen ocho o diez. Se crearon empresas a partir de esa decisión: una creación directa de pymes.
-Acá se ve mucha gente y también mucha tecnología. ¿Cómo imaginás el futuro?
-La tecnología es lo que nos lleva adelante. Hoy tenemos 400 personas trabajando en esa área. Evidentemente, la robotización va a tener un rol fundamental. No para suplantar gente, sino al revés: va a haber personas que trabajen sobre los robots, en especializaciones distintas.
-Cuando mirás al pasado, cuando subías al camión de chico, ¿qué imagen se te viene a la mente con tu papá manejando?
-Dos imágenes rápidas. Una: yo lo esperaba los viernes cuando volvía de Rosario, donde repartía para un frigorífico llamado Swift. Lo esperaba en un pueblo llamado Pérez, arriba de un montoncito de piedras, y ahí me enseñó a manejar. Tendría 18 años. La otra: que mi secundario lo hice en la cabina de un camión, porque estudiaba al lado del volante.
-Te doy el 100% del capital de la República Argentina. ¿Dónde invertís?
-Primero, en la educación. Eso es fundamental. Y después buscaría cómo centralizar, cómo ponernos todos juntos los argentinos para salir adelante.
-O sea, 60% educación, 40% consensos.
-Te cuento una anécdota de Sarmiento. Cuando era presidente, reunió a todos los gobernadores y, para distender, les preguntó cuál era la mejor empanada. El salteño dijo con papa, el tucumano otra, el mendocino otra, el sanjuanino otra. Sarmiento les dijo: “Sí, pero la empanada es argentina”. Con eso les cerró la boca. Mientras estemos desunidos así, no vamos a avanzar. Algo parecido me enseñó Stefano Zamagni, de la Universidad de Bolonia: Argentina tiene recursos naturales inmensos y muy buen capital humano, pero mientras exista tanta individualidad y no trabajemos en conjunto, la sociedad no funciona.
-Te pregunté si venderías tu empresa y me dijiste de manera determinante que no. ¿Por qué?
-Porque podés vender cualquier cosa, pero no tu apellido. En las grandes crisis podríamos haber hecho algún artilugio legal, pero nunca lo hicimos. Nunca vendería mi apellido. Si tuviera que dar un consejo a los jóvenes: perseverancia, actitud, pasión y ganas. Y entender que no todo es un lecho de rosas: hay que tomar los obstáculos como fuerza para seguir adelante.
-Me interesa arrancar por un día en el que tu mamá, Aurelia, gana la lotería y salva la empresa. ¿Cómo fue?
-Fue un punto de inflexión. Como toda pyme familiar, empezamos con mucha pasión y sacrificio, pero sin capital. En ese tiempo se emitían cheques a fecha, y las deudas se acumulaban. El gerente del banco nos dijo que nos iba a cerrar la cuenta corriente. Eso significaba el fin. Yo le pedí 24 horas: “Si mañana la cuenta está en rojo, no vengo más”. No tenía idea de cómo lo iba a resolver. Esa noche, mi mamá escuchaba la radio mientras comíamos el puchero y acertó con el primer premio de la lotería de Salta. Al día siguiente depositamos el cheque y la empresa siguió.
-¿Cuánto hay de suerte y cuánto de trabajo en un proyecto como el de ustedes?
-La suerte también viene del trabajo. Siempre digo que nosotros somos producto de la inflación permanente del país. Pero la suerte hay que ayudarla. Uno va hacia un objetivo, pero en el camino aparecen disparadores. Algunos de esos disparadores son la suerte.
-En el camino estuvieron Luis, Guido, Enrique, Florindo, tu papá… un origen distinto para una empresa que después fue otra cosa.
-Yo nací en el campo. En 1945, mi papá se juntó con sus hermanos en Casilda, Santa Fe, y compraron dos camiones: un Internacional 37 y un Federal 40/42. Con ellos fundaron Estrella Federal. Hacían el trayecto Casilda-Rosario, unos 60 km, con mucho esfuerzo. Trabajaban de madrugada, descargaban, volvían a cargar, descansaban en el camino para que no se recalienten los motores. Era un trabajo enorme. En un momento dije: esto no puede seguir así. Había que buscar otros horizontes, y ahí surgió Buenos Aires.
-¿Qué te genera el recuerdo de tu papá, Humberto, y de tu mamá, Aurelia?
-Con mi padre tengo los mejores recuerdos: fue un consejero permanente. Con él y con mi hermano Miguel empezamos esta parte hacia Buenos Aires. Mi mamá atendía el teléfono en Casilda, el 229, y se ocupaba de los clientes. Recuerdo una familia de trabajo: mi mamá con los pucheros, mi papá trabajando 24 horas.
-Existe el mito de que los empresarios nacen con fortuna, con universidades grandes, historias en el exterior… ¿Fue su caso?
-No, nosotros empezamos con cero capital. A los 15 años trabajaba con un compañero de colegio actualizando contabilidades. Después entré a la universidad, pero no terminé. Yo buscaba clientes, él estudiaba. Así armamos un estudio contable. Yo estaba bien, pero veía a mi papá agotado, levantándose a las 5 de la mañana, trabajando hasta la noche, incluso los fines de semana. No era vida.
-¿Sentís que ese fue un mandato para vos también como padre?
-Sí. Encauzar el camino hacia el progreso y buscar otros horizontes.
-Como dueño tenés que mostrar más que el resto. Esforzarte más. ¿Cómo fue ese camino de dos camiones a este gigante?
-Siempre fui positivo. Creo mucho en los sueños: primero hay que soñarlos para llevarlos a la realidad. Y aunque nunca imaginé que llegaríamos hasta acá, tampoco fue obra de un iluminado. Trabajé muchísimo, pero siempre con un gran equipo. A ellos les debo el agradecimiento.
-¿Tenés un detector de “vendehumos”?
-Sí, y es simple. Somos 11.000 personas, con directores profesionalizados, pero conservamos el espíritu de familia. En el interior tenemos rotación cero: gente con 30 o 40 años en la empresa. Cuando entra alguien que no encaja, la misma cultura lo rechaza.
-Hay un mantra que dice: “No es mi responsabilidad”. ¿Qué pasa cuando escuchás esa respuesta?
-Una vez escuché esa historia de “Todos, Alguien, Cualquiera y Nadie” y me pareció genial para transmitir la cultura de la empresa. Hoy pasa mucho con los mails: “te mandé el mail” no es suficiente. Lo importante es el seguimiento, la implementación. La idea es solo un 10%. Lo demás es ejecución.
-En los comienzos descubrieron el valor de la velocidad: llegar en 24 horas.
-Fue trabajo, esfuerzo y suerte. En los 70, yo viajaba los miércoles a Buenos Aires con un portafolio a vender logística. Vendíamos ilusiones: dame la carga y yo te la llevo. En Casilda, la revista Gente llegaba los sábados, pero yo la conseguía los miércoles. Eso generó demanda. Convencí a Atlántida de que nos diera los paquetes. Al principio eran dos, después tres, después cinco. Así nació nuestro eslogan: “ganarle al avión”. Adaptamos los camiones para que corrieran más. Sin saberlo, estábamos haciendo logística.
-Hoy son millones de envíos, 11.000 colaboradores, miles de plantas y millones de clientes. ¿Cómo pasaron de Casilda a esto?
-Producto de la gente. Siempre agradecemos al equipo. Este año cumplimos 80 años y vamos a recorrer el país para darles un abrazo a todos los colaboradores.
-¿Cuántas veces te quisieron comprar?
-Muchas. En 2001, las empresas se vendían como pan caliente. Pero siempre dije lo mismo: esta empresa es como un hijo. Creció y se desarrolló, y debe trascender como empresa nacional. Hoy tengo 82 años. No estoy en el día a día, pero acompaño. Y la gente que trabaja con nosotros merece continuidad y profesionalización.
-¿Algo que te preocupe de cara al futuro?
-No. Trabajamos siempre con perseverancia, pasión y ganas. Así es difícil que las cosas salgan mal.
-¿El trabajo sigue siendo tu vida?
-Sí, disfruto del trabajo. Mi padre trabajó mucho, yo también, y ahora lo hacen mis hijos y el gran equipo de profesionales que nos acompaña.
-Los 90 fueron difíciles para el negocio y el correo.
-Sí, muy difíciles. Pero seguimos el mandato de nuestros padres: trabajar y hacer las cosas bien. Así salimos airosos.
-¿Sentiste miedo?
-No. Cuando hacés las cosas bien, no hay por qué tener miedo.
-¿Qué cosas te ponen de mal humor?
-Cuando no llegamos a la excelencia. Si confiaron un paquete en nosotros, tiene que llegar. Eso es lo que más me molesta cuando no se logra.
-¿Llevar el apellido es ventaja o carga?
-Venimos de familia italiana. En Italia, los transportes llevan el apellido. Desde el inicio lo decidimos así. Y juré que desde Casilda a Rosario nunca íbamos a llevar un paquete. Lo seguimos cumpliendo.
-¿Eso fue por no competir con tu familia?
-Sí. Ellos no creían en el proyecto y no querían invertir. Pero yo tenía fe. Cuando te dicen que no, es el momento de redoblar el esfuerzo.
-¿En qué sentís que te equivocaste?
Tuvimos aciertos y fracasos. Pero no los tomo como fracasos, sino como experiencias que no hay que repetir.
-¿Algún ejemplo?
-Cuando intentamos en Miami. No funcionó. Cerramos. El consejo es entender que el camino no es un lecho de rosas: siempre habrá piedras, pero sirven para fortalecerse.