Primeros autos en Buenos Aires

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Don Dalmiro Varela Castex tuvo un revés inesperado aquel día de comienzos del siglo XX en que se ofreció a llevar al presidente Julio Argentino Roca a la Casa de Gobierno. Varela Castex, que era un reconocido dandy porteño y nieto de Florencio Varela, tenía pasión por un aparato revolucionario, que apenas estaba viendo la luz en el Río de la Plata: el automóvil. Dueño de uno de esos novedosos vehículos, un Daimler con casi 20 CV importado de Alemania, el hombre se propuso como chofer para trasladar al primer mandatario a su lugar de trabajo. Un tanto desconfiado, el Zorro se trepó a la máquina y se dejó llevar.

Pero algo sucedió, y la placidez del viaje de pronto se cortó por un desperfecto mecánico. El auto se detuvo y, pese a que el conductor hizo todo lo posible para revivirlo, ya no volvió a arrancar. Tras una hora de intentos infructuosos, el General Roca decidió irse caminando. Mientras se alejaba del rodado y de su atribulado propietario, con una sonrisa jactanciosa, el presidente le espetó a su bienintencionado chofer: “Tu sabes, Dalmiro, jamás un caballo me dejó a pie, ni en medio del desierto. Pero este artefacto tuyo…”.

La anécdota, extraída del libro Breve historia del automovilismo, de Raúl Oller, refleja cómo hasta uno de los principales propulsores de la modernidad en la Argentina, el General Roca, desconfiaba de esa innovadora creación de fines del siglo XIX que era el automóvil. En algunos medios periodísticos, también a la defensiva contra el nuevo vehículo que se movía sin ponerle caballos adelante, lo llamaban con motes como “el matasanos” o “el mataperros”, porque al parecer algunos canes fueron víctimas de este cruel artefacto del progreso.

En contraposición con la postura desdeñosa de Roca, hubo otro futuro presidente de los argentinos que decidió apostar fuerte por el automóvil. Se trató de Marcelo T. de Alvear, que fue partícipe de la primera carrera oficial de automovilismo que se corrió en Buenos Aires y la Argentina. Fue en el año 1901, en el Hipódromo Nacional de Belgrano, donde hoy se emplaza el Monumental de River.

Juan Cassoulet fue el vencedor de la primera carrera de autos de la Argentina, realizada en el Hipódromo Nacional de Belgrano, el predio que en parte hoy ocupa el Estadio de River Plate

En esa instancia, los que participaron de la mítica competencia fueron, además de Alvear, Juan Cassoulet, al mando de un Rochester, Aaron Anchorena y cuatro valientes competidores más. La mayoría de ellos, con un vehículo veloz pero rudimentario conocido como “Locomobil”.

En aquella calurosa tarde del 16 de noviembre y con una multitud en las gradas, se dispararon los vehículos y el ganador fue Cassoule, que recorrió los mil metros del desafío y llegó a la meta en 43 segundos, a unos vertiginosos 73 kilómetros por hora. De premio, se llevó una cigarrera de plata. Segundo llegó Juan Abella y tercero, refunfuñando por haber padecido un problema técnico, el futuro presidente argentino.

Marcelo T. de Alvear, futuro presidente de la Argentina, corrió la primra carrera oficial de autos con un vehículo llamado Locomóbil

Pero la historia de esta primera carrera no terminó allí. Quedó tan ofuscado Alvear por su tercer puesto que le propuso la revancha a Cassoulet. Y fue por más: sugirió que el desafío fuera por $5000. Frente a esto, su contrincante, mucho más humilde, le hizo la contraoferta de correr “porque sí”. Así lo hicieron, y el joven Marcelo T. logró salir victorioso.

Cuando aquel tozudo piloto de carreras se convirtió en presidente, en el año 1922, el automóvil ya era una grata realidad en el mapa urbano porteño. Incluso hubo un ingeniero, Horacio Anasagasti, que en 1912 fabricó el primer vehículo en serie del país, una producción de calidad que debió abortarse en 1914 a causa de la imposibilidad de importar insumos por la Primera Guerra Mundial. Y en 1918, un flamante Automóvil Club Argentino, organizó el primer gran Salón del Automóvil en el Pabellón de las Rosas, ubicado en las actuales Libertador y Figueroa Alcorta.

En el Pabellón de las Rosas se realizaba cada año el Salón del Automóvil

Definitivamente, la población porteña había cambiado el miedo al automóvil por pura fascinación. Y Varela Castex, precursor de estos artefactos otrora fustigados, podría decirle a aquel socarrón General Roca que se burló del parate de su coche: “Mirá de quién te reíste”.

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