Esta historia de amor comienza cuando Ana estaba en cuarto año del colegio y Sebastián en segundo año de la facultad. No se conocían y la diferencia de etapas de la vida hacía difícil la probabilidad de que pudieran conocerse, cupido necesitaba de la ayuda de uno o varios celestinos, los consiguió pero no funcionó, ¿de qué otro modo pueden unirse dos personas destinadas a estar juntas?
“Me va a llamar un chico más grande”
Ana estaba en la casa de su primo, junto a una amiga y otras personas, cuando hablando entre ellos alguien aseguró que Ana era la chica perfecta para Sebastián, el resto de los amigos asentía. Una de las chicas allí presente, que era amiga de Ana, la llamó y le dijo: “¿Estás para salir con Sebastián, el hermano de mi novio? Es un amor”. Ana ni lo dudó y aceptó que le pasaran su teléfono.
“Yo, bien de colegiala, estaba feliz de que me llame uno más grande de la facultad, y lo contaba en el colegio, me va a llamar un chico más grande que dicen que es re bueno y blablá”, se ríe Ana al recordar. Pero Sebastián nunca la llamó.
Con el pasar de los días se olvidó de aquella cita que no se dio. Ana fue creciendo, estuvo de novia un mes con el chico que siempre le había gustado, le rompió el corazón, después estuvo de novia con otro chico, una linda relación pero que también se terminó.
Cuando estaba en segundo año de la facultad de medicina aquella chica que le había preguntado si podía pasar su número de teléfono le contó que se iba a casar y la invitaba después de las 12 a su casamiento.
“Soy la mina que te perdiste de salir”
Si bien Ana estaba saliendo en ese momento con un amigo de su hermana, sentía en su interior una bronca por todas las historias de sus amigas que iban al boliche, conocían un chico, les pedían el número de teléfono y después no las llamaban. “Entonces yo decía, hay minas que valen la pena y hay pibes que se pierden de las buenas minas”, recuerda Ana. Estaba con esa sintonía en su cabeza, y con el extra de algunas copas de más -producto de la barra libre del casamiento-, cuando escuchó que empezaron a cantar “Sebas, sebas, sebas”. Ahí Ana ató los cabos, era el hermano del novio, aquel que dos años atrás no la llamó. “Mirá lo que se perdió por no llamarme”, pensó Ana.
Sebastián estaba a puro baile en la fiesta, compartiendo la felicidad con toda la familia. A Ana no le pareció ni siquiera atractivo pero igual le quería demostrar lo que se había perdido. Entonces fue, le tocó la espalda y le dijo: “Hola, vos sos Sebastián”. Él, descolocado le repreguntó: “Sí, ¿y vos quien sos?”. Ana, con toda seguridad respondió: “La mina con la que te perdiste de salir porque nunca te animaste a llamarme”. Sebastián se empezó a reír y volvió a preguntar: “¿Quién sos?”.
“Yo ahí pensé qué papelón esto, parece que me le tiré al pibe y el pibe no me gusta. Entonces le dije mi nombre y apellido y me fui tipo cenicienta”, recuerda Ana.
La cenicienta buscó en la fiesta a su hermano y le dijo que tenían que irse, que había hecho un papelón. “El hermano del novio va a creer que me gusta y no me gusta, solo le quería mostrar lo que se había perdido”, le contó rápidamente. Ambos se rieron y se fueron de la fiesta. Al día siguiente era la historia divertida en su casa.
Sebastián la buscó a Ana por msn, hablaron alguna que otra vez, en algún momento decían de organizar un pre-boliche con los amigos pero nunca se concretaba. “Ni él ni yo habíamos flasheado, a él le había parecido gracioso el cuento y punto”, explica Ana.
“Te voy a llamar”
Dos años después Ana estaba soltera. Su mejor amiga la invitó al casamiento de su hermana, sin saber que el novio era un íntimo amigo de la facultad de Sebastián.
Esta vez el encuentro fue diferente, ya se “conocían” de hablar por msn y bailaron toda la noche. “Nos matamos de risa y ahí dije este pibe sí me gusta”, recuerda Ana. Cuando ella se estaba por ir él le ofreció llevarla, pero tenía muchos tragos encima y Ana no aceptó. Él miró en su celular si tenía su contacto, por supuesto que lo tenía, hacía varios años ya pero nunca lo había usado. “Bueno, te voy a llamar”, sentenció. Era octubre…
Al día siguiente Ana le contó a sus amigas: “Chicas, ¿se acuerdan del pibe que me iba a llamar hace cuatro años y nunca me llamó? ¿Que dos años más tarde lo encaré en el casamiento y quedé como el traste? Ese pibe ya está, lo tengo en la palma de mi mano, olvídense chicas, esta semana me llama, está conmigo y en serio que me gustó”, les contaba Ana. La habían pasado tan bien la noche anterior que no había lugar a dudas.
Pero Sebastián no la llamó.
“Estábamos los dos mojados de la transpiración”
El 20 de diciembre sonó el teléfono, era Sebastián. “¿Me estás jodiendo? Yo me estoy yendo de vacaciones”, dijo Ana con cierta indignación. Sebastián le dijo que no había problema, que podían salir a comer después del verano. Pero Ana no iba a dejar pasar la oportunidad.
Al cortar el teléfono la llamó enseguida a su amiga, esposa del hermano de Sebastián (ella siempre había creído que esa relación iba a funcionar). La llamó para contarle que finalmente iban a salir. Pero lo que Ana desconocía en ese momento era que Sebastián estaba con ellos y no tardó en darse cuenta de que Ana había llamado para festejar la próxima salida juntos.
La primera salida fue el día más caluroso del año, a Sebastián no se le ocurrió un mejor plan que ir a probar por primera vez comida armenia en una terraza que había estado bajo el sol todo el día y que emanaba un calor insoportable, sumado al picante de la comida y a que Sebastián sufría el calor, el combo fue inolvidable. “Era tanto lo que transpiraba que en un momento empezó a limpiarse con la ropa, la servilleta, estábamos los dos tentados, y mojados de la transpiración”, recuerda Ana que se nunca olvidó las risas que rompieron el hielo.
Por costumbre, Ana llegaba a su casa y despertaba a su mamá para contarle como había sido la salida con el chico de la cita. De aquella noche, recuerda insistirle a la madre que se levantara y la viera toda mojada.
Una sorpresa en medio de la calle
Esos últimos días de diciembre salieron tres veces más. Ana se fue a Punta del Este y Sebastián a Uruguay con sus amigos, pero una noche se fue a dormir a la casa de un amigo en común en Punta del Este solo para ver a Ana. Al volver de las vacaciones, un 10 de febrero se pusieron de novios.
Disfrutaron de un noviazgo de cuatro años y medio antes de casarse. Hace once años iban al cumple de un íntimo amigo, caminando los dos por la calle a la altura del Recoleta Mall cuando Sebastián de repente se dio vuelta, se arrodilló en la vereda, entre la gente, sacó un anillo y le propuso casamiento.
Con cinco hijos, Ana cree que el secreto está en “la fe en el sacramento del matrimonio, la confianza en Dios y todos los valores recibidos por nuestra familia, tuvimos ejemplos de matrimonios muy lindos en casa. Cuando a veces las cosas cuestan, mirar a nuestros hijos nos ayuda a saber que, aunque cueste, el acto de seguir con el otro es un acto de la voluntad de querer seguir amándonos y eligiéndonos cada día”, concluye Ana.