La posibilidad de escuchar un audio largo de WhatsApp en menos tiempo o de adelantar una serie en plataformas como Netflix o Prime Video ya no es una simple función adicional: es un hábito extendido conocido como “speed-watching”.
Esta práctica consiste en reproducir un contenido audiovisual a una velocidad superior a la original para reducir su duración. Su uso se trasladó a casi todos los formatos digitales, desde pódcast y videos cortos hasta obras culturales más extensas.
El fenómeno se normalizó en un contexto en el que el ritmo acelerado de la vida cotidiana y la necesidad de mantenerse al día influyen incluso en la forma en que se consumen productos culturales. Desde la lectura en diagonal hasta ver películas en doble velocidad, la tendencia responde a un patrón de comportamiento marcado por la prisa y la optimización del tiempo.

El origen del ‘speed-watching’: inmediatez y presión por actualizarse
La expansión de esta práctica está asociada a la sensación de urgencia por no quedar fuera de la conversación social. La presión por haber escuchado “el último disco”, visto “la película del momento” o leído “el libro premiado del año” convierte el consumo cultural en una lista de tareas por completar. A esto se suma el miedo a la exclusión, un impulso relacionado con el conocido Fomo (fear of missing out, o miedo a perderse algo).
Según la Dra. Lucía Vidorreta Ballesteros, especialista en neurología y coordinadora de la Unidad de Migrañas del Hospital Quirónsalud San José, “aunque pueda parecer eficiente, este hábito tiene implicaciones profundas para el procesamiento cognitivo, la atención y el aprendizaje”. Su advertencia se centra en el modo en que el cerebro responde a la exposición continua a estímulos acelerados.
Impacto cognitivo y efectos sobre el aprendizaje
La evidencia científica apunta a que incrementar la velocidad de reproducción afecta la atención sostenida y la capacidad de procesar información de manera adecuada. La propia experiencia cotidiana lo refleja: muchas personas deben volver a escuchar o ver un contenido acelerado porque no lo comprendieron por completo.
La doctora Vidorreta señala que, cuando el cerebro se acostumbra a recibir información en ritmos rápidos, aumenta la necesidad de estímulos novedosos y disminuye la capacidad de concentración prolongada. En jóvenes, el grupo que más utiliza esta práctica, los efectos pueden ser más significativos debido a las etapas de desarrollo cerebral. Esto puede impactar el rendimiento académico, la permanencia atencional en clase y la profundidad del aprendizaje.
El speed-watching no solo influye en el ámbito cognitivo. También puede generar alteraciones emocionales relacionadas con la frustración y la reducción de la tolerancia a la espera. La exposición constante a ritmos acelerados alimenta un comportamiento de búsqueda compulsiva de nuevos estímulos y disminuye la capacidad de disfrutar actividades pausadas.
La especialista del Servicio de Neurología del Hospital Quirón Salud San José explica que reproducir videos ligeramente más rápido, por ejemplo, a 1.25× o 1.5×, puede ser útil en contextos puntuales, pero su uso excesivo puede alterar funciones como la concentración, la atención sostenida y la consolidación de la memoria.

Si actividades como ver una serie, escuchar un pódcast o leer un libro eran antes formas de ocio, hoy corren el riesgo de convertirse en procesos acelerados asociados a la productividad. La pregunta que emerge es si la prisa por terminar un contenido realmente libera tiempo o si simplemente conduce a consumir otro, también en velocidad aumentada.
Por Tania Alejandra Hernández Torres
