La cerveza y el vino son dos bebidas clásicas de las reuniones y fiestas. La elección entre uno u otro trago en el contexto de una dieta orientada a la reducción de peso implica considerar el contenido calórico, la densidad nutricional y el impacto metabólico de cada bebida.
Aunque ambos productos contienen alcohol, un componente energético que aporta 7 kilocalorías por gramo y que no proporciona nutrientes esenciales, sus perfiles nutricionales y el modo en que suelen consumirse presentan diferencias relevantes.
Vino vs. cerveza
El vino, especialmente el tinto, suele concentrar más calorías por mililitro debido a su mayor graduación alcohólica. Una copa estándar (150 ml) de vino tinto contiene entre 120 y 130 calorías, mientras que la misma cantidad de vino blanco aporta algo menos, cerca de 110 calorías.
En contraste, una cerveza tipo lager de 330 ml tiene un aporte aproximado de 140 a 150 calorías. Si se comparan porciones iguales, el vino tiene mayor densidad calórica, aunque en la práctica, las raciones de cerveza suelen ser mayores. Las cervezas artesanales, más densas en alcohol y carbohidratos, pueden alcanzar y superar las 200 calorías por unidad, mientras que algunas versiones “light” reducen su aporte a menos de 100 calorías por botella.
Uno de los factores que suele favorecer el aumento de peso es la facilidad con la que se excede el consumo recomendado de alcohol, lo que deriva en un significativo aporte energético extra. A menudo, la cerveza se consume en mayores volúmenes y de forma repetida en reuniones sociales, acumulando más calorías. El vino, aunque más calórico en menor volumen, se sirve en copas más pequeñas y su ritmo de consumo tiende a ser más pausado.
Además, tanto el vino como la cerveza suelen acompañarse de alimentos calóricos como snacks, frituras o quesos, lo que incrementa el aporte energético total de manera indirecta. El consumo de alcohol también estimula el apetito y puede favorecer decisiones alimentarias menos saludables, afectando los esfuerzos por controlar el peso corporal.
Desde el punto de vista metabólico, el alcohol interfiere en la oxidación de grasas. El organismo prioriza la eliminación del etanol, lo que retrasa la quema de lípidos almacenados. Esto dificulta la pérdida de peso independientemente del tipo de bebida, aunque el consumo de cerveza tiende a asociarse con mayor ganancia de grasa abdominal por el volumen de líquido ingerido y su contenido de carbohidratos.
El vino tinto, por la presencia de polifenoles antioxidantes como el resveratrol, ofrece un perfil ligeramente más favorable en cuanto a salud metabólica y cardiovascular, pero estos beneficios no compensan el exceso calórico en una dieta restrictiva. Por tanto, el consumo de alcohol, sea vino o cerveza, debería limitarse todo lo posible durante una dieta para bajar de peso.
En personas que desean perder peso, lo más recomendable es reducir al mínimo el consumo de bebidas alcohólicas y preferir otras opciones como agua, infusiones o bebidas sin azúcar. En caso de escoger entre cerveza y vino, una copa de vino tinto ocasional puede ser menos perjudicial por su menor volumen, pero el control de las cantidades resulta clave en cualquier caso.