USHUAIA.— Un domingo invernal del año 2015 a Enrique Chasco le avisaron que probablemente iría a su restaurante Ramos Generales, en Ushuaia, un actor muy famoso que se estaba hospedando en el hotel Arakur filmando las últimas escenas de su última película. Cerca del mediodía un empleado lo llamó para decirle que había parado una camioneta y una persona muy conocida esperaba ser atendido: “Era Leonardo Di Caprio con sus padres”, recuerda Chasco.
“Lo primero que nos dijo es que quería comer en un lugar privado”, cuenta Chasco, dueño de este almacén que data de 1906, que estuvo cerrado por 40 años, reabrió en 2006 y que se ha convertido en un espacio icónico de la ciudad más austral del mundo.
El salón es todo lo acogedor que puede ser un lugar perfecto en donde el tiempo se ha resistido a corromper la magia de los tiempos pasados en donde todos fuimos más felices. Cientos de objetos que remiten a la historia de la ciudad fueguina, pero también fotos y elementos que han marcado a docenas de generaciones. Botellas, juguetes de madera, teléfonos, diarios, personajes de la isla y la Argentina.
“Cada objeto es una persona en tu vida”, dice Chasco. Hábil contador de historias, locuaz y siempre con una sonrisa en su rostro, recuerda la visita de Di Caprio. El almacén no se ha modificado desde 1917, pero desde aquel año su dueño, un libanés llamado José Salomón le fue agregando ambientes y Chasco respetó ese encanto. Una recoleta cocina comedor de madera, vidriada está en un rincón casi inaccesible del local. Allí fue Di Caprio con sus padres.
Había ido a filmar las últimas escenas de The Reverant, la película que dirigió Alejandro González Iñárritu y que lo tuvo a todo su equipo, con Di Caprio, dos semanas en la soñada localidad isleña. Había viajado con su cocinero pero cuenta el mito local que habría sentido el rumor de un plato que caracteriza a “Ramos Generales”, su sopa de calabaza. También se sabía que los días que estuvo en Ushuaia estuvo afectado por el mal humor.
La película comenzó a filmarse en Canadá y debió cambiar de locación a su finalización. “Entró con una gorra, barbudo”, recuerda Chasco. En la intimidad de la vieja cocina del libanés Salomón, un mozo que sabía hablar en inglés los atendió. Pidieron sopa de calabaza. ¿Qué hizo durante el tiempo que estuvo allí? Todo fue calma, sonrisas y charla. “Lo vi feliz con sus padres”, dice Chasco.
“La madre le pegaba en la mano porque él quería meter el pan en el plato de ella”, cuenta Chasco. Confidencial e íntima, la cocina le permitió a una de las estrellas de Hollywood más conocidas del planeta estar en tranquilidad. Estuvieron un tiempo largo. Al finalizar, Chasco por medio del camarero le pidió que le comunicara a Di Caprio que si él deseaba podía escribir algunas palabras en el libro de visitas. Educado, cortés y sin dudarlo, se paró frente al libro y dejó esta impresión: “Gracias por haberme hecho sentir una persona”.
Una montaña de libros
“Fue muy emocionante”, agrega Chasco. Señala una montaña de libros, son 26 libros de firmas que ha sumado desde 2006. Nadie quiere irse sin firmarlos. “Puedo estar un mes hablando sin parar contándote historias”, dice. Lo puede hacer. Es enérgico e impulsivo y cada pequeño rincón de su local tiene un objeto y de todos ellos sabe su historia y la cuenta apasionado, con fervor infantil.
Otra historia divertida: una mañana Chasco estaba entrando a su local y ve un hombre al lado de la puerta que estaba dándole de comer a un perro un croissant, un elemento emblemático de la pastelería de Ramos Generales. “Me sorprendió porque no es algo barato y es nuestra mejor factura”, dice Chasco. Sin embargo, la actitud del hombre le pareció correcta, trataba con suavidad y respeto al perro y se quedó hablando con él. Hablaba un español básico. “Nos reímos un montón, era un buen tipo”, agrega.
A los pocos días vio en un diario de tirada nacional que estaba de visita en Ushuaia una estrella de Hollywood: “Era Al Pacino, nunca me di cuenta”, dice Chasco. Otro día entró a comer Meg Ryan, otro Russell Crowe, “pensé que era un linyera”. Y una visita misteriosa e inesperada: Bill Gates. “Entró y se sentó, al rato llegó un hombre, pidieron un café, hablaron y se fueron”, recuerda Chasco.
¿Qué es lo que atrae de Ramos Generales para que figuras tan importantes lo visiten y además sea una parada obligada de turistas y de los propios fueguinos que habitan Ushuaia? El salón es un museo, decorado con mesas y un menú de alta calidad. Por un lado, esas mesas de madera sólida, las estanterías con los objetos antiguos, viejos carteles, banderas, frascos, detalles: las lámparas que iluminan el salón son baldes dados vuelta. Una vieja caja registradora, baúles y cuadros con pinturas de temas marineros.
Los abuelos de Chasco fueron náufragos del “Monte Cervantes”, el crucero que embistió contra una piedra en el canal Beagle en 1930. La dramática historia atraviesa la vida de Chasco, y también al almacén, quien abasteció de víveres a los náufragos. 800 pasajeros quedaron varados en Ushuaia una semana hasta que llegó un buque para devolverlos a Buenos Aires.
En ese lapso debieron dormir en casas de familias y hasta en el presidio. Los presos donaron medias raciones de comida para ellos. En Ushuaia solo había una pensión y el almacén de José Salomón fue crucial para asegurar el abasto a muchos, entre ellos, los abuelos de Chasco.
“Mi fin es mantener las raíces de Ushuaia”, confiesa Chasco. El puente con el pasado se apoya en un menú estelar que se exhibe en un pizarrón. Se destaca la sopa del día, de calabaza o cebolla, merluza negra, cazuela de vieiras, risotto de mar, ravioles de cordero y un goulash con spaetzle entre otros platos. Sobre todo, la pastelería es de calidad internacional. Durante una década trabajó allí David “Dudú” Dumont, quien se formó con el legendario Jean Paul Bondoux.
Recuerdos de la infancia
Como obras de arte, se exponen facturas, panes, criollitos, croissants, alfajores y delicias almibaradas. El aroma a masa horneándose y a esencias invade el salón. Aquello que flota en el aire produce un encanto inmediato. Mientras la nieve y el hielo avanzan sobre Ushuaia, en el interior de Ramos Generales todo es tibieza y calor de hogar.
“Los lugareños vamos a buscar nuestro pasado, los recuerdos de nuestra infancia, de nuestros padres o abuelos”, dice Julio Lovece, fueguino y ex secretario de turismo. Asiduo habitué, se lo suele ver sentado en alguna de las mesas. Para él, el secreto del lugar está en que en una ciudad que ha crecido en forma desproporcionada, buscando trepar en las laderas de las montañas, y con el Canal Beagle como límite natural, mucho patrimonio se ha perdido. “Ramos Generales es un acto de resistencia”, dice. No frente a la modernidad que es inevitable, sino “del olvido y el desapego de la vieja Ushuaia”
“Ramos Generales nos muestra y trae una foto intacta de la Ushuaia de ayer y nos hace sentir la magia y la importancia del lugar donde vivimos”, dice Marcelo Lietti, ex presidente de la Cámara de Turismo de Tierra del Fuego. “Es un museo con mucha vida que le dan quienes lo visitan mientras permanecen sentados disfrutando de platos ricos”, agrega.
La historia de Ramos Generales atraviesa la propia de Ushuaia. El edificio fue construido en 1906 cuando lo que hoy es una de los destinos turísticos internacionales más deseados, era un caserío perdido entre el bosque y los vientos antárticos helados. Sin embargo, tomó relevancia cuando en 1917 se hizo cargo José Salomón. Llego al país escapando de la hambruna con apenas 10 días, sin saber hablar español. Pero tenía el don de comerciar, y se hizo paso en la vida. Se enteró que había oro en Ushuaia y llegó con 19 años. Pronto vio oportunidades en un páramo donde había necesidades de todo tipo.
Desde aquel año hizo de su almacén, el punto de abastecimiento de toda Ushuaia. Incluso era proveedor del famoso presidio del fin del mundo, donde enviaban a los condenados más peligrosos del país, como El Petiso Orejudo. La condena no era estar encerrados, sino en esa Ushuaia remota e inaccesible. No había escapatoria.
Salomón fue un protagonista central en su historia. Falleció en 1965 y su boliche estuvo cerrado por 40 años, aunque su único hijo lo conservó y cuidó que no el tiempo quedara estancado entre las paredes.
Aquí entra en la historia Chasco, quien llegó a Ushuaia en 1981. Fue el más importante despachante de aduanas de la localidad. Durante 10 años se lo quiso alquilar o comprar, pero el hijo se negó siempre y falleció. Lilián Lavergne es la esposa de Chasco, y cumple un rol protagónico en esta historia, ella es modista de alta costura y lo convenció para que le hiciera una oferta a la nieta de Salomón, quien finalmente terminó aceptándola.
En 2006 reabrió, luego de un profundo trabajo de recuperación patrimonial y rápidamente se convirtió en uno de los lugares más visitados no solo de Ushuaia, sino del país. “Este lugar tiene magia, logramos atrapar al tiempo y dejarlo en los mejores años”, dice Chasco. “Yo siento que ingreso a un lugar que es mío, que me pertenece, aunque no sea su propietario, y que quisiera nunca me quiten”, confiesa Lovece.