Lanzado el 31 de octubre de 1975 como adelanto del cuarto álbum de Queen, A Night at the Opera (publicado originalmente en Argentina como Una noche en la ópera), “Bohemian Rhapsody” (“Rapsodia Bohemia”, por su nombre en el país) alcanzó el número uno en el Reino Unido durante nueve semanas consecutivas y vendió más de un millón de copias. En tanto, en Estados Unidos alcanzó el puesto nueve del Billboard Hot 100. Décadas más tarde, volvería a las listas tras la muerte de Freddie Mercury, en 1991 y nuevamente en 2018 gracias al éxito de la película biográfica que lleva por nombre, precisamente, Bohemian Rhapsody.
Para Brian May, el secreto de su permanencia no está en su complejidad, sino en su autenticidad. “Era pura expresión. No había cálculo. Hicimos lo que sentíamos y eso se nota”, reflexionó recientemente.
Cincuenta años después de su lanzamiento, “Bohemian Rhapsody” sigue siendo mucho más que una canción: es un símbolo de libertad creativa, una epopeya musical que rompió todas las estructuras del rock y que, incluso para sus propios autores, continúa siendo un desafío técnico y emocional.
“No hay forma de tocarla en piloto automático. Si me distraigo, me descarrilo. Es una pieza que exige la mente completamente despierta”, manifestó Brian May, el histórico guitarrista de Queen. Medio siglo después, la complejidad de la obra sigue imponiendo respeto incluso a sus creadores. Si bien en términos estrictamente musicológicos la canción de Mercury no es una rapsodia en el sentido técnico tradicional (ni el álbum que luego la contuvo, Una noche en la ópera, tampoco tuvo nada que ver con la ópera sino que es un homenaje a la clásica película de los Hermanos Marx) se trata de una licencia poética que ya desde su exótico título se distingue como algo diferente.
Cuando Freddie Mercury comenzó a concebir la canción, nadie, ni siquiera en su propio entorno, comprendió del todo lo que tenía en mente. En los primeros ensayos de Queen ya hablaba de una suerte de “ópera rock”, donde distintas voces y estilos convivían en una misma narrativa. La banda ya había incursionado con maestría en esos rumbos en sus primeros y nunca suficientemente valorados tres discos; en temas como “My Fairy King” (Queen I, de 1973), “The March of The Black Queen” (Queen II, de 1974) o “In The lap Of The Gods” (Sheer Heart Attack, de 1974), donde ya se puede apreciar la evolución de sus armonías vocales y estructuras musicales complejas que tendrían su clímax en la popular “Rapsodia Bohemia”. Que en realidad en un principio iba a llamarse, según reveló May, “Mongolian Rhapsody”, aunque pronto ese título fue descartado. Lo que sobrevivió fue la ambición: construir una pieza que mezclara lo teatral, lo trágico y lo monumental.
Mercury, con su sentido innato de la dramatización, escribió la letra como un monólogo interior cargado de culpa, fatalismo y humor surrealista. El resultado fue una obra sin precedentes, dividida en seis partes: una introducción a capella, una balada de piano, un solo de guitarra, la sección conocida como operística, un segmento de rock puro y una coda final. No hay estribillo, no hay estructura repetitiva. Solo un viaje sonoro que va del susurro al clímax coral y regresa a la calma. La grabación se realizó entre agosto y septiembre de 1975 en los estudios Rockfield (Gales) y en varios estudios londinenses. El proceso fue extenuante: tres semanas dedicadas exclusivamente a las voces: Mercury, May y Roger Taylor grabaron centenares de armonías que, al superponerse, generaron un coro monumental.
El gran productor Roy Thomas Baker –que ya había trabajado en los tres primeros álbumes de la banda, además del Fire and Water de Free, y que luego trabajaría con Journey, The Cars, Cheap Trick y Ozzy Osbourne-, fue el productor del simple y del larga duración posterior, Una noche en la ópera, que saldría a la venta en diciembre de 1975 conteniendo el ya famoso tema como broche de oro.
Baker recordaría años más tarde que las cintas para el simple se habían transformado casi en transparentes de tanto uso. No hubo orquesta ni sintetizadores: todos los sonidos fueron creados con guitarras eléctricas, piano y las propias voces del grupo. El solo de May, tan melódico como dramático, fue grabado en una sola toma y actúa como un puente emocional entre la balada y la sección operística.

El resultado final fue tan arriesgado que la discográfica EMI se mostró dubitativa en un principio a lanzarlo como sencillo: seis minutos sin estribillo parecían un suicidio comercial. Pero Queen insistió y el DJ Kenny Everett empezó a difundirlo entero en su programa de radio. El público lo adoptó de inmediato. Brian May sostiene que “Bohemian Rhapsody” no fue un accidente genial ni una rareza dentro del repertorio de Queen. “Para nosotros no fue una sorpresa. Ya habíamos hecho cosas complejas antes en los primeros discos. ‘Bohemian Rhapsody’ fue simplemente otro paso dentro de ese mismo camino”, explicó recientemente.
Según el guitarrista, lo que distinguió a esta pieza fue la madurez alcanzada por el grupo: “Freddie pensaba de una forma lateral, con ideas que se expandían mientras grabábamos. Era estimulante trabajar con él porque su imaginación no tenía límites”. May reconoce que interpretar la canción sigue siendo un reto. “Aún me cuesta tocarla bien en vivo. Es el riff más antinatural que uno pueda imaginar. En medio de la adrenalina del escenario, basta una distracción para que algo se desarme”.
La dificultad no radica solo en la técnica, sino en el peso simbólico que la canción tiene para millones de personas. Cada nota, cada silencio, carga con cinco décadas de historia, de homenajes y de emoción colectiva. Como el solo de guitarra de otro “himno” rockero, el de “Escalera al cielo”, de Led Zeppelin, se trata de uno que los fans se conocen de memoria y pueden silbar o tararear nota por nota.
Los misterios de la letra
Freddie Mercury nunca explicó el sentido exacto de la letra. Rechazaba las interpretaciones literales y prefería dejar espacio a la imaginación. Brian May insiste en que ese misterio es parte de su encanto: “Freddie mezclaba dolor, humor y alegría creativa. No todo debía tener un significado preciso. A veces la belleza está en cómo suena, en la emoción que transmite”.
El video que acompañó el lanzamiento, dirigido por Bruce Gowers y filmado en apenas cuatro horas, marcó otro hito: fue el primer videoclip concebido como obra artística y no solo promocional. Su estética, con los rostros iluminados y multiplicados, se convirtió en una de las imágenes más reconocibles de la historia del rock.
Mercury y su Obra Maestra
A lo largo de los años, Freddie Mercury explicó en distintas entrevistas (recopiladas en el libro A Life in his own Words) cómo nació y se gestó “Bohemian Rhapsody”, su canción más ambiciosa y emblemática. Según él mismo contó, “Era algo que quería hacer desde hacía mucho tiempo”. La idea lo rondaba desde los primeros discos del grupo, aunque recién cuando Queen se preparaba para grabar su cuarto álbum sintió que había llegado el momento de concretarla. En realidad, el tema nació de la unión de tres canciones distintas que había escrito en diferentes momentos. “Sencillamente, las junté”, decía. “Siempre había querido hacer algo con tintes operísticos, algo que creara una atmósfera al principio, que luego estallara en una parte más rockera y finalmente retomara el tema original.”
No pretendía componer una ópera auténtica, aclaraba con ironía: “No soy un fanático de la ópera, sólo conozco algunas piezas; lo que quería era incorporar algo de ese espíritu en un contexto de rock’n’roll. ¿Por qué no?”.
Freddie reconoció que el germen de la canción se remonta a mucho antes de 1975. “Fue uno de esos temas que compuse como parte de mi lote de canciones para el álbum, pero en un principio estuve a punto de desecharlo”, confesó. “Cuando era sólo un esbozo, no estaba seguro hacia dónde iba, pero entonces empezó a crecer”.
Aquel período, según él, fue decisivo: “En esa época, la de A Night at the Opera, estábamos hambrientos, queríamos dar un paso adelante, había una voracidad y una lucha constantes. Sí, en ese disco tiramos la casa por la ventana”.
Sobre la grabación, Mercury fue siempre muy explícito: “Necesitaba meditarse atentamente, no era algo que saliera de la nada. Quería ese tipo de canción grandilocuente. Tuve que trabajar como un loco”.
La sección vocal fue la más compleja, realizada sólo por Brian May, Roger Taylor y él mismo: “Queríamos recrear un efecto coral con armonías operísticas. Grabamos entre 160 y 200 voces. Era una tarea colosal: en algunos pasajes tuvimos que cantar frases como ‘¡No, no, no!’ unas 150 veces. La cinta llegó a volverse transparente de tantas sobregrabaciones”.

La banda recibió la presión de su discográfica para acortar la canción y hacerla más comercial. “Querían cortarla a tres minutos, pero dije: ¡Ni hablar! O aparece entera o no aparece en absoluto. O se queda tal como está, o lo dejamos correr. O bien iba a ser un fracaso, o la gente iba a escucharla y sería un gran éxito”. Señaló May. Y así fue: el tema se convirtió en un fenómeno mundial. Años más tarde, el propio Freddie reconocería que Bohemian Rhapsody “era producto de su época”. “Si la lanzáramos hoy, no creo que hubiese tenido tanto éxito —dijo—. Entonces el ambiente era el más adecuado para ese tipo de grabación majestuosa.” Pero también subrayó que no tenía intención de repetirse: “Si la gente piensa que voy a volver a esa época y hacer otra Bohemian Rhapsody, están equivocados. De ninguna manera. Hay que seguir ofreciendo cosas nuevas, estar a la altura de las circunstancias. Y si no puedes estar a la altura, entonces es mejor dejarlo correr.”
La importancia simbólica de la canción quedó consolidada el 18 de octubre de 1977 cuando la industria fonográfica británica le otorgó el premio Britannia al mejor simple pop de los últimos veinticinco años. En el año 2002 fue votado por los lectores del Libro Guiness como número uno en la categoría de mejor simple de la historia desde la creación de los charts o listas de éxitos. Hoy, a cincuenta años de su lanzamiento, “Bohemian Rhapsody” continúa siendo un monumento a la audacia y la imaginación. Ninguna otra canción logró unir con tanta naturalidad lo clásico y lo popular, lo solemne y lo festivo, lo técnico y lo emocional. Queen no solo cambió la forma de escribir una canción: cambió la forma de concebir la música como espectáculo total. Y mientras Brian May sigue intentando tocarla “sin descarrilar”, Bohemian Rhapsody demuestra que hay obras que no envejecen, porque siguen desafiando incluso a quienes las crearon y porque “De todos modos el viento sopla.”
