Razones para creer: Argentina creció como nación rugbística y tiene dos años por delante para madurar

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Después de perder la semifinal de la copa del mundo Francia 2007, varios de los Pumas lloraron desconsolados. Hay una imagen muy elocuente que muestra a Juan Hernández y Agustín Pichot llorando abrazados. La lectura común era que el logro era enorme. Primera semifinal y la posibilidad de jugar por un podio. Para ellos era la negación de la posibilidad de ser campeones del mundo. Creían en eso como los fieles que escuchan misa en el Vaticano creen en la vida eterna y la resurrección de la carne. Yo reparé fuertemente en ello. Estaban convencidos de que podían ser campeones. Alguno dirá que, si no crees, no tiene sentido presentarse a jugar. Todo muy bien con la esperanza y los eslogans de la new age, pero para creer que podés ser realmente competitivo, para estar en el Top 4 del rugby mundial, para ser parte de la discusión del dominio del deporte, tenés que tener muchos argumentos.

Pichot, Hernández y aquél plantel que nos emocionó en la primavera del 2007 fueron los primeros apóstoles, para seguir con las metáforas religiosas. Los que convencieron a muchos que vinieron después. Hoy, 18 años más tarde, estoy entre los creyentes. En el medio vi que crecimos como nación rugbistica.

Nuestro juego es maduro, sólido. Argentina no depende ya de una sola faceta del juego, o de un pateador. Tampoco de un sólo jugador. Si bien tuvo momentos bajos en la temporada, como por ejemplo las dos derrotas frente a Inglaterra de local, o la contundente caída ante Sudáfrica, incluso en esos partidos se vieron cosas que los entrenadores están trabajando y que todavía es temprano para ver los frutos. Por ejemplo, la efectividad del equipo por zonas y su capacidad para generar situaciones donde puede sumar puntos.

Juan Martín González gana el line en lo alto (Photo by JUSTIN TALLIS / AFP)

La madurez máxima del equipo todavía no llegó. Y eso es bueno. No querés llegar al pico de tu rendimiento a falta de dos años para el evento cumbre. El lejano mundial, en la lejana Australia está a dos años en futuro. ¿A cuántos equipos la prensa coronó como “El mejor del mundo” entre copas?

Un ciclo mundialista no se construye en función únicamente de victorias entre medio. El mundial de rugby, lo hemos visto, se reduce muchas veces a pequeñas situaciones, a decisiones, a precisión en momentos. Puede ser una patada a los palos, puede ser una obtención en el line, puede ser la velocidad en que los apoyos del saltador cierran rápidos los espacios de la defensa para que el maul pueda tomar inercia y avanzar. Detalles. Son cuatro años de construir detalles.

Juan Cruz Mallía sale con un kick (AP Photo/Alastair Grant)

Frente a Inglaterra en este tercer enfrentamiento del año y último de la temporada muchas cosas cambiaron con respecto a los de mitad de año. Bueno, algo no cambió y fue que Ford pateó un drop y que inglaterra volvió a ganar. Pero ¿cómo ganó el equipo inglés? Empiezo a pensar que Inglaterra es para Argentina el equipo definitivo a vencer, el que mas le cuesta. Enfrentar todos los años a los gigantes del Sur fue un entrenamiento contra las limitaciones propias en un torneo donde el juego es mas dinámico, no como el europeo, más calculado y con menos vértigo. Ahora, toca estudiar la manera de vencer a los Gigantes del Norte.

Tradicionalmente, el Inglés es un equipo de obtención sólida, de rugby de fases, con un 10 que controla el territorio y el ritmo de juego. En este partido eso no fue así. En este test match se vieron claramente cuáles son los puntos a fortalecer para Argentina y cuáles son grandes virtudes, elementos que hacen temer a los rivales, como en los últimos minutos de la derrota 27 a 23 en Twickenham.

Tres argentinos para cerrarle el camino a Immanuel Feyi-Waboso (AP Photo/Alastair Grant)

Los primeros 25 minutos de hoy fueron parejos, y fue justamente la falta de atención al detalle lo que le dio a Inglaterra la ventaja. En el juego aéreo, esa primera obtención que derivó en try de Ojomo. Y en la segunda conquista, un pequeño desorden defensivo donde la pared quedó comprimida para que una patada cruzada encuentre solitario a Feyi Waboso. Dos detalles, dos tries. Parece que este mundo en el que vivimos hoy nos pide estar mas atentos. El juego de rugby es exactamente la competencia por la atención. La suma de personas atentas hace a un juego sofisticado y preciso.

Jugar a partir de la obtención no es una fortaleza. Pocas veces el equipo argentino elige consolidar un maul para avanzar, y prefiere lanzar a partir de tapping al 9. Por eso me resultó rara la decisión en la última jugada de buscar el lateral cuando a pocos metros del ingoal inglés habían optado por jugar dándole la pelota a los portadores mas potentes como Piccardo.

Lucha en las alturas: Rodrigo Isgró intenta capturar la pelota ante Alex Coles y Maro Itoje  (Photo by Glyn KIRK / AFP)

De todas formas, haber llegado a esa instancia, luego de haber marcado un try y ponerse a 4 puntos con el tiempo cumplido tuvo que ver con el poder que tiene el equipo para salir de su campo con opciones. Siempre se dice que de campo propio se sale con el pie. Según el momento y las circunstancias. Los Pumas estaban obligados a conservar la posesión avanzando, y en un rugby donde las defensas de los últimos minutos en un test match internacional parecen irrompibles, pudieron quebrar dos veces hasta llegar a los últimos metros.

Determinación y argumentos fueron los sustantivos que funcionaron como pasajes a la esperanza frente al seleccionado inglés. Fueron la confirmación de lo que pensaban los medios argentinos de 2007 como una posibilidad. Ahora, son muchos mas los que creen. Los fieles portadores del mensaje profético, que esperan la llegada de la buena nueva en Australia 2027 proliferan.

Si me pongo místico es porque el deporte suele causar ese efecto. Intento, entonces, volver a agregar razón a la fe.

Un penal a cargo de Tomás Albornoz (Photo by Glyn KIRK / AFP)

El juego con el pie, tanto para competir como para avanzar en el terreno fue uno de los puntos fuertes de la temporada. También lo fue el juego en el contacto, los duelos y las herramientas para avanzar y generar pelotas de ataques con continuidad. A eso agrego que el ataque argentino, a partir del juego desordenado fue, claramente, de los mejores del rugby internacional.

Un ciclo mundialista se crea con muchos jugadores. No con 15, ni 23. Esta idea de que al rugby lo juegan 23 es cada vez más cierta, palpable y verificable. Pensemos que entonces el juego del que estamos hablando, el de llegar a una final de la copa del mundo, como una construcción infinita, o para ser justos una construcción extendida en el tiempo, se hace con 60 o 70 jugadores. Ser seleccionador hoy es desarrollar 4 o 5 jugadores por puesto. Tenés una idea de quién querés que juegue y qué características debería tener. No sabés quién realmente va a hacerlo.

Hoy, Albornoz arranca los partidos y los termina Carreras. Quizá sea Prisciantelli el que tome la delantera en 2026. Entre los medio scrums apareció Benitez Cruz para competir con García, Moyano y Bertranou, que siguen en el radar. Puede ser que Felipe Contepomi vea algo más y pruebe alguna otra cosa en los Test del año próximo. Desarrollar talento específico en los puestos para cumplir con el modelo táctico que puede hacer que las cosas pasen, de eso se tratan estos años entre mundial y mundial.

Los Pumas podrían haber conquistado un Grand Slam, como se le dice a ganar todos los partidos de la gira europea. Habría sido el alimento de una nueva leyenda del seleccionado. Ganar hubiese sido épico. Haber perdido puede transformarse en combustible para los próximos 24 meses. Esa obtención no confirmada en la última secuencia de juego, quizá sea la pesadilla sobre la que construyen los Pumas durante el resto de este ciclo, donde esperemos, los dioses del deporte estén de nuestro lado, para seguir con las metáforas místicas, y lleven a nuestro seleccionado a ese lugar por el que lloraron Pichot, Hernández y el plantel del 2007.

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