Rescate en Montevideo

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MONTEVIDEO.- Hace más de un año alertábamos sobre un problema acuciante en la capital del país, al que se bautizaba como “cuidacochismo”. Con el término se buscaba definir esta epidemia de personas en plena edad productiva que se dedican a la cuestionable e improductiva actividad de “cuidar autos”, en la abrumadora mayoría de los casos para financiar el consumo de drogas.

Estábamos entonces ante una actividad que no es un trabajo, ya que ello implicaría un acuerdo libre de dos partes que aquí no existe. Se denunciaba que, en la mayoría de los ocasiones, se estaba ante un caso de extorsión disimulada, ya que el principal estímulo para entregar dinero a quienes desarrollan esta “actividad” no es la protección de los coches, sino el miedo al daño que estos pueden sufrir si no se contempla el reclamo -bastante amedrentante- de quienes lo solicitan.

Y, por último, se manifestaba que estábamos ante un subsidio permanente al microtráfico.

La respuesta inmediata en redes sociales, de parte de los infaltables “bienpensantes” de nuestra progresía local, fue la indignación y el victimismo. Por supuesto que se calificó la cuestión como una ofensiva fascista, que clamaba por reprimir a personas humildes, que no tendrían otra forma de ganarse el pan. Y que esa pieza transpiraba esa cosa que nuestra siempre creativa izquierda local ha dado en llamar “aporofobia”. O sea, una especie de odio a los pobres.

Desde ya que hay personas que por distintos motivos están en la mala y esta actividad fue en su momento una válvula de escape provisoria para que alguna gente pudiera tener sustento. Más allá de eso, salvo casos puntuales que ocurren en barrios seleccionados o en alguna ciudad del interior, la abrumadora mayoría de quienes fungen de “cuidacoches” están lejos de ser personas segregadas por los estertores individualistas y egoístas del capitalismo tardío, como gustan llamar algunos.

La realidad es que tenemos una epidemia de jóvenes, muchos con problemas de adicciones y salud mental, o que han pasado por nuestro benemérito sistema carcelario. Y que toman esta mendicidad abusiva como forma de financiar su vida en los márgenes de la sociedad.

La contracara de este tema es que hay muchos uruguayos trabajadores, esforzados, luchadores, que están viendo cómo este problema creciente les golpea directamente en su medio de vida formal.

Lo que las autoridades no quieren ver es que, detrás de esa falluta muestra de solidaridad social, nos estamos pegando un tiro en el pie como sociedad. Cada comercio que cierra, cada ciudadano que emigra de la zona céntrica es un contribuyente menos. Y es un poblador que desaparece de una zona establecida y con todos los servicios, que emigra muchas veces a lugares donde hay que proveer transporte, saneamiento, limpieza.

Así no se puede seguir. No podemos mirar para otro lado mientras la ciudad se convierte en el escenario de una película de terror.

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