Cuando se publicó a fines del siglo pasado, A treinta días del poder, del historiador estadounidense Henry Ashby Turner Jr. (Atlanta, 1932), levantó polvareda entre sus pares. La crítica central apuntaba a las intenciones contrafácticas y a la pregunta: “¿Y si a Alfred Hitler se le hubiera impedido alcanzar al poder?”
La mayor parte de la historiografía considera que en casos así lo que importa son las fuerzas históricas, sociales, económicas en pugna –que tendían a una derechización– y no la anticuada costumbre de centrarse en los líderes y sus circunstancias.
A treinta días del poder analiza de manera minuciosa, sin embargo, la cadena de hechos que llevaron a Hitler al puesto de canciller, algo que –he ahí la polémica– según Ashby Turner podría haberse evitado. Su relato se centra en el mes de enero de 1933, que depositó al capitoste nazi al frente de Alemania. Hitler, en visión del historiador, no estaba en su momento de mayor impulso (más bien se encontraba al frente de un partido en problemas), pero fue hábil para que el excanciller Franz von Papen lo usara como ariete ante un cansado Von Hindenburg (el presidente de la República de Weimar) para dirimir sus pujas con Kurt von Schleicher, el efímero canciller del momento.
Schleicher, un militar con rasgos autoritarios pero muy lejos de las ideas extremas de su sucesor, podría haberse mantenido en el poder, sostiene el historiador. Solo duró del 3 de diciembre de 1932 al 30 de enero de 1933, cuando fue nombrado Hitler. Los ecos de aquellos sucesos resultan para el mundo contemporáneo, más allá de las polémicas, inquietantes.
A treinta días del poder
Por Henry Ashby Turner Jr.
Edhasa. Traducción: David León Gómez
342 páginas
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