Reseña: Arderá el viento, de Guillermo Saccomanno

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Más allá de que ningún galardón es inocente, cierto tipo de autores tiene la costumbre de denostar los premios independientemente del prestigio del que se suponen están investidos. Se trata, en verdad, de autores que no han sido lo suficientemente afortunados o talentosos como para hacerse de uno. En la vasta trayectoria de Guillermo Saccomanno –que tiene en su haber, entre otros, el premio Nacional de Literatura, el Hammett, el Biblioteca breve– los premios y la literatura hacen buenas migas, y por buenas razones. La lograda Arderá el viento, su última novela, con la que ganó el premio Alfaguara, así lo demuestra.

De un tiempo a esta parte, el autor tiende a recortar su interés alrededor de ciudades chicas y villas costeras: lugares en los que todos se conocen, todos se resienten, todos son, en mayor o menor medida, responsables, puesto que, para Saccomanno, hasta en el más personal de los crímenes se detecta una huella de lo social.

En Arderá el viento volvemos a toparnos con una villa balnearia; la historia se pone en movimiento cuando llega a la comunidad un matrimonio excéntrico: los Esterházy. Él, pintor maldito que percibe en la blancura del lienzo el vacío existencial, acusa un linaje húngaro y aristocrático; ella, encierra dentro de sí otro telar de historias que cuenta y se cuenta a sí misma; femme fatale que arrebata la mirada de unos, la envidia de otros y el deseo de la mayoría. La pareja se hace de un hotel y, con sus modos, da rienda suelta al chisme, esa forma vil y perniciosa del lenguaje, cara a la condición humana.

La Villa es, fundamentalmente, un entramado de relaciones; y las humanas son, para Saccomanno, relaciones de poder. El policial expresa las condiciones en que estos vínculos se fundan y, tarde o temprano, se tensan hasta lo indecible. El elenco se compone de los sospechosos de siempre: el intendente corrupto; los empresarios viles; el comisario ruin; el periodista dubitativo; los ciudadanos progresistas y los conservadores: todos contribuyen, de alguna manera, a la reproducción de un sistema cruel, injusto, hipócrita.

La Villa se erige con los materiales de esos pueblos que se parangonan en una singular característica: exacerbar la oscuridad del alma de sus habitantes. Fundada con los materiales que, por caso, Faulkner supo erigir Yoknapatawpha, y David Lynch, Twin Peaks, es ella la protagonista de Arderá el viento, sin olvidar que se trama gracias a un narrador plural: la voz del pueblo, auténtica estrella de la novela. Voz por la que circulan las perspectivas, los juicios y prejuicios de los pueblerinos. Y que pone sobre el tapete, para la disección del lector, ese enigma que supo apasionar a Dostoievski, a Arlt, a Sábato: el violento e inescrutable corazón humano.

Arderá el viento

Por Guillermo Saccomanno

Alfaguara

248 páginas, $ 31.999

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