Reseña: Los ecos, de Evie Wylde

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Evie Wyld (Londres, 1980), autora de Los ecos, nació en Inglaterra, pero pasó sus veranos de infancia en Australia, a la que pone en el centro de una novela fragmentaria que funciona con una estructura espiralada y cuidadosa. Wyld relata su historia en un remolino temporal que da vueltas en series de cuatro capítulos: tres con títulos que se repiten –“Después”, “Antes”, “Entonces”– y uno que lleva el nombre de un personaje. “Después” y “Antes” están en primera persona y entre los dos, está el enigma de una muerte. La primera persona de “Después” es la del muerto, convertido en fantasma; la de “Antes”, es la voz de la sobreviviente; “Entonces” es el pasado de los dos, contado en tercera persona desde distintas miradas. El resultado es un tiempo alterado que hay que seguir con mucha atención.

El espacio se abre dentro la tensión típica de los relatos sobre colonización: los personajes viven en Australia (con su calor, sus tiburones, sus tarántulas), pero sienten nostalgia de Inglaterra. El centro es Los Ecos, el pueblito del título. Y “los ecos” son un símbolo profundo de la vida en comunidad. Aquí, la historia del país y la de cada personaje reverberan en todos los demás. Hay un resonar de ecos infinitos que cruza cuestiones individuales y sociales, y marca con distintos traumas a los personajes.

Australia está recorrida por la violencia, el racismo y la crueldad innecesaria y eso está representado por lo que pasó en “la escuelita”. Wyld lo explica claramente al final del libro, en los últimos párrafos de los “Agradecimientos”: como en otras colonias inglesas, en Oceanía, se encerró a niños de los pueblos aborígenes en “escuelas” donde “les sacaron nombre, cultura e identidad”. Y ese despojo sigue presente como está presente el pasado en una casa encantada.

Por eso, tiene sentido que Los ecos sea “una novela de fantasmas” con todas las de la ley, incluyendo los “asuntos no resueltos” que se concentran en ciertas escenas clave (la primera muerte, los hechos que traumatizaron a las mujeres, la “escuelita”). Los personajes (y los lectores) tienen que entender ese pasado terrible para poder ordenar el presente. Necesitan “armar el rompecabezas” de sus vidas para pasar a otra etapa, como en una terapia sin terapeuta. Esa frase resume el libro: señala directamente el rompecabezas de la estructura.

En el extremo contrario, el de la esperanza, lo que une a todos los fragmentos humanos es la sangre, la de las mujeres en la menstruación y la de los hombres en la violencia, esa prueba fehaciente de que todos somos humanos, incluyendo a los rechazados. Así, los fragmentos de Los ecos forman con palabras una única construcción compleja y bellísima sobre lo que somos y lo que podemos ser.

Los ecos

Por Evie Wylde

Fiordo. Trad.: Paula Galíndez

272 páginas, $ 33.000

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